Esa es la función confiada a la Iglesia y a los cristianos: ser signos de la venida de Dios en el mundo. Para eso recibimos, en Pentecostés, el fuego del Espíritu Santo. Pero, en ese tiempo de Adviento que nos encamina hacia Navidad, debemos analizar, a la luz de estas lecturas, una cuestión muy importante: ¿Dónde estoy, en cuanto a los esfuerzos espirituales decididos y los propósitos que para este año me propuse? ¿Participo del celo y ansia de Jesús de que todos formen parte del Reino y espero con alegría su segunda venida? Sí, no debemos olvidar que estamos en Adviento y que debemos desear con fuerza la venida de Dios a nosotros y a nuestro mundo, pero ojo: hay que estar alertas para descubrir los signos que Dios nos envía como precursores de su venida.
En el pasaje del Evangelio de hoy los discípulos entienden que Jesús habla de Juan Bautista. Y en efecto, Juan es el Precursor, el predicador de la justicia y la conversión, el que prepara con su ejemplo y su voz recia la inmediata venida y luego señala la presencia del Mesías en medio de su pueblo, el que denuncia la situación irregular del rey Herodes y muere mártir por su entereza y coherencia. Pero muchos no le aceptan, como hicieron con Elías y como harán con el mismo Jesús, «que padecerá a manos de ellos». Por eso a Elías lo podemos identificar con Juan y con Jesús y darnos cuenta de que la dureza del pueblo sigue siendo grande. Mucha gente, como en aquellos tiempos, no sabe leer los signos de los tiempos. Son «lentos y tardos de corazón», como tuvo que reprochar Jesús a los discípulos de Emaús. O como oró en la cruz, «no saben lo que hacen». Tanto Elías como el Bautista y Jesús son incómodos en su testimonio personal y en su mensaje: aceptarles es aceptar los planes de Dios en la propia existencia, y eso es comprometedor. Que María nos ayude a entender las Escrituras y los signos de los tiempos para seguir el camino del Adviento. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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