Hace un año, exactamente, en medio de la pandemia, cuando más necesitábamos de ternura y amparo, el Papa Francisco abrió un año dedicado San José. Lo hizo mediante la carta apostólica «Patris Corde» (Con corazón de Padre), en conmemoración del 150º aniversario de la declaración de San José como patrono de la Iglesia universal. Con esta carta el Papa asegura que con la convocatoria de este Año de San José, quiere «que todos los fieles sobre su ejemplo puedan fortalecer cotidianamente su vida de fe en cumplimiento pleno de la voluntad de Dios». Junto al gozo de la Inmaculada, pensamos también en la felicidad de José, que no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. Las manos fuertes y paternas de san José, hombre creyente y confiado a los designios de Dios, marcan, dentro de su felicidad, el camino que debemos seguir para tener un corazón limpio, puro, recto y noble que lata al cuidado y protección de la Inmaculada Concepción de María. El Papa Francisco sobre el padre adoptivo de Jesús, entre otras cosas, nos dice que él nos deja en su mirada a un padre «obediente, valiente y sacrificado en la sombra». Sí, en la sombra, porque él sabe que junto a Jesús y María, no es el protagonista. Su vida fue, como diría san Pablo «una vida con Cristo, escondida en Dios» (Col 3,3) .
Así, este año la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María viene iluminada por la figura de san José, su esposo y tenemos que ver que el patrocinio de san José sigue siendo muy necesario, como protección ante las adversidades que no faltan y como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización en aquellos países y naciones, en los que la religión y la vida cristiana fueron florecientes y que están ahora sometidos a dura prueba. San José, junto a María Inmaculada, acompaña a la Iglesia para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado. Esa profunda relación de san José con la Iglesia, nos anima también a mirar a la Inmaculada en esta fiesta, como Madre de la Iglesia. La singular vinculación de la Virgen María y de san José con la Iglesia, se convierte para nosotros, en esta fiesta de la Inmaculada, en confiada oración que renueve nuestro «sí» al Señor, como el de María, del que nos habla el Evangelio de hoy (Lc 1,26-38) y como el «sí» de san José. María Inmaculada, Madre de la Iglesia, y san José su patrono, seguro que presentan nuestras plegarias llenas de esperanza ante su Hijo. ¡Bendecido miércoles en la fiesta de la Inmaculada concepción de la santísima Virgen María!
Padre Alfredo.
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