viernes, 31 de julio de 2020

«San Ignacio y los Ejercicios Espirituales»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hay acontecimientos tan especiales que nos suceden en alguna época de nuestra vida, que aunque pasen los años, los lustros y las décadas, quedan grabadas en el corazón para siempre. Así sucede para mí con el 31 de julio, que me remonta al año de 1985 en que durante todo el mes de julio, para cerrar mi año canónico de noviciado, el Señor, a través de la bondad de la Madre María Teresa Botello Uribe —a quien le debo muchas cosas y que ahora goza, estoy seguro, de la contemplación de Dios— la experiencia de hacer los Ejercicios Espirituales Ignacianos nada más y nada menos que en Loyola, allá en España, en la casa en donde nació San Ignacio, el autor de los mismos y a quien el día de hoy celebramos. Conservo aún apuntes y reflexiones que durante ese mes hice y que me siguen ayudando sobremanera en el caminar de mi vida espiritual.

Formulados por san Ignacio de Loyola, los Ejercicios Espirituales están integrados por una serie de meditaciones y contemplaciones que tienen como objetivo descubrir cuál es la voluntad de Dios para la vida a quien los realiza. Esa experiencia espiritual fue una pieza fundamental mi formación. Los ejercicios espirituales nacen de la experiencia personal de san Ignacio como peregrino en búsqueda de la voluntad de Dios. El santo puso por escrito algunas de las cosas que le habían ayudado personalmente, para poder así ayudar a otros. Por eso los ejercicios son también un libro escrito en un estilo conciso, dirigido sobre todo a quien los da. Tienen mucho de método y de pedagogía y a mí me han servido, incluso para tantas tandas de ejercicios espirituales que he dirigido a lo largo de mi vida sacerdotal. Desde hace cinco siglos han constituido un modo de ayudar al encuentro con Dios en la propia vida, en el camino único e irrepetible de cada persona. Por eso los ejercicios acaban siendo una experiencia que marca un antes y un después en quien los hace. Otras veces, muchas más, he tenido la experiencia de hacerlos de una semana, de 10 días, pero nunca se ha repetido la experiencia única de haberlos hecho en un mes completo y en la casa natal de san Ignacio. Mucha gente se preguntaba de dónde le habría venido toda esa sabiduría a Ignacio, dado que antes de su conversión era militar. La historia dice que Ignacio quedó fascinado por la lectura de la vida de los santos que leyó durante un tiempo que estuvo convaleciente allí en su casa. 

¿De dónde le viene a este esa sabiduría? Lo decían también de Jesús sus paisanos, según nos narra el Evangelio de hoy (Mt 13,54-58). Estaban bloqueados por esa pregunta. Fueron testigos de sus milagros, admiraron su sabiduría, pero no fueron capaces de dar el salto y aceptarlo como el enviado de Dios. Para seguir a Jesús hay que dar sí, «un salto», pasar de lo ordinario a lo extraordinario, como lo hizo san Ignacio. Muchas veces la gente hoy cae en la misma tentación que experimentaron los paisanos de Jesús. Desean ser instruidos por importantes catedráticos, por personas con prestigio que se expresen con grandes discursos y sobre todo que hagan cosas sorprendentes. Sin embargo, la novedad está, como en los Ejercicios Ignacianos, en la sencillez con que nos conectan con el Evangelio y nos dejan en claro que somos discípulos–misioneros. Pues, al igual que Jesús, Ignacio se anunció a sí mismo, sino que desmenuzó en los Ejercicios la Palabra de Dios. Ignacio sigue siendo hasta nuestros días la boca de Dios con la sencillez y humildad de los predicadores que siguen trayéndonos esa riqueza de meditaciones y prácticas de los Ejercicios. Ignacio nació en Loyola en 1491 y murió en Roma el 31 de julio de 1556. Qué él y María Santísima a quien el santo vio claramente en una imagen de Nuestra Señora con el Niño Jesús que le impactó y quedó con tanto asco de toda la vida pasada, nos ayuden en el camino de nuestra conversión y que los Ejercicios Espirituales Ignacianos sigan haciendo mucho bien a las almas. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo. 

jueves, 30 de julio de 2020

«La red y los pescadores»... Un pequeño pensamiento para hoy


Dos veces en mi vida, he tenido la experiencia de estar muy cerca de pescadores, y ha sido, inexcusablemente, en dos de las misiones que hemos emprendido los Misioneros de Cristo. La primera experiencia cercana fue en Bahía Asunción, en la península de la Baja California en donde tuvimos encomendada una bellísima misión por cinco años; la otra fue en África, al acercarme a los pescadores de Mange —en el río— y de Lunghi —en la playa. Tanto en la Baja California como en África, pude ver el proceso de separación de los peces como dice el Evangelio de hoy. Los pescadores, a su estilo en cada nación pero con mucha similitud, recogen de toda clase de peces; y una vez llena la red, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo lo echan fuera; luego la gente se acerca a hacer sus compras de pescado fresco. Así que Jesús, tomaba las escenas de la vida diaria para llevar la Buena Nueva a las gentes y así, creo yo, las podemos seguir tomando nosotros. ¡Qué sencillo resulta captar y explicar el Evangelio cuando el contexto ayuda! El relato evangélico de este día cierra el apartado de san Mateo donde Jesús habla en parábolas, y lo hace precisamente con este tema de los pescadores. Jesús enseña con esta parábola de la gran red (Mt 13,47-53). El arte de pesca a que se refiere el texto de la parábola estaba constituido por una red de arrastre que se remolcaba entre dos barcas desde el mar hasta la orilla y una vez en la costa se tiraba de ella mediante largas cuerdas.

Esta forma de pescar era habitual en el mar de Galilea —también llamado lago de Genesaret o de Tiberíades— aunque existían asimismo otros métodos que todavía se vienen practicando en la actualidad. El mar de Galilea goza —incluso en el presente— de cierta fama por la diversidad de peces que posee —24 especies diversas— en función de su tamaño, ya que se trata en realidad de un lago interior de agua dulce con unas dimensiones aproximadas de diez por veinte kilómetros que es, por otra parte, un lago bellísimo. En el Antiguo Testamento existían reglamentaciones acerca de los peces comestibles y de los que se debían desechar. Aquellos que tenían escamas y aletas eran considerados limpios y, por tanto, se podían comer (Lv 11,9-12; Dt 14,9-10); sin embargo, los que carecían de tales estructuras, como las anguilas, eran «inmundos» y había que arrojarlos de nuevo al mar. La comparación con el Reino de los cielos es muy exacta, porque si las redes de los pescadores pueden atrapar cualquier clase de peces, así es el Reino. Atrae por igual a gente honesta con buenos propósitos y a gente manipuladora y oportunista. Sin embargo, la lógica misma del Reino hace que unos se diferencien radicalmente de los otros.

El día de hoy celebramos a santa María de Jesús Sacramentado Venegas. Nació en Zapotlanejo, Jalisco el 8 de setiembre de 1868 y desarrolló durante su juventud un estilo de vida que la acercó a la plena consagración al Señor. En 1905 asistió, en Guadalajara, a una jornada de ejercicios espirituales donde aceptó dócilmente ser sierva del Señor, ingresando luego a un instituto religioso que recién se había creado, las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, fundada por el canónigo Atenógenes Silva para atender a los enfermos abandonados y a los menesterosos. En 1921 se realizaron las primeras elecciones, siendo entonces electa superiora general. De 1926 a 1929, durante la crudelísima persecución religiosa, mantuvo con firmeza la vida espiritual y la disciplina del instituto y redactó las constituciones. El 8 de setiembre de 1930, fiesta de la Natividad de María, ella y las hermanas elegidas, formularon sus votos perpetuos; su nombre, Natividad —por eso es conocida por muchos como «la madre Nati»—, lo cambió por el de María de Jesús Sacramentado. Durante 33 años, hasta 1954, fecha en que dejó la dirección a ella confiada, fundó dieciséis casas para atender enfermos y ancianos desvalidos. Fue como los peces buenos de la pesca. Los últimos años de su vida, marcados por la enfermedad y decrepitud, dio ejemplo de abnegación y entereza. Murió en Guadalajara el 30 de julio de 1959, cuando contaba con 91 años de edad en el hospital del Sagrado Corazón de Guadalajara donde se guardan sus restos. Que ella y María Santísima intercedan por nosotros y que las parábolas de Jesús dejen algo claro en nuestro corazón: El Reino de los cielos es para nosotros. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 29 de julio de 2020

«Santa Marta, la inquietud y el nerviosismo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy la Iglesia celebra a santa Marta, patrona de las cocineras, de los imposibles, de las trabajadoras domésticas, de las casas de huéspedes, de los hoteleros, de las lavanderas, de todas las amas de casa y de las hermanas de la caridad. Esta discípula–misionera de Jesús es invocada por mucha gente para pedir su protección ante las cosas urgentes y difíciles, ya que el Evangelio nos dice que fue a través de sus súplicas que obtuvo la resurrección de su hermano Lázaro. Esta santa mujer, que según nos narra el Evangelio de hoy (Lc 10,38-42) mostró un gran afán de servicio, es también implorada para que ayude a los fieles a desempeñar sus deberes cristianos con diligencia y responsabilidad. La celebración de la memoria de santa Marta data del siglo XIII, cuando los franciscanos, custodios de los santos lugares de tierra santa, la introdujeron en el calendario de la iglesia, tal vez impresionados por las ruinas de la basílica cristiana que se levantaba sobre el supuesto lugar de residencia de esta familia de hermanos amigos de Jesús.

En el pasaje evangélico de hoy, ciertamente que Jesús alaba a María y considera que ha escogido la mejor parte porque escuchaba su palabra: «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». Por su parte, si vemos detenidamente el pasaje, nos damos cuenta de que a Marta no le reprocha el Señor que se dedique a servir —entre otras cosas porque el servicio es la señal de que alguien ha escuchado de verdad la palabra— sino que la encuentra «inquieta y nerviosa», con muchas cosas que hacer y que hacen que olvide, por aquel momento, dónde está el centro. La contraposición entre las dos hermana se establece, pues, entre una vida centrada y una vida descentrada, no entre una vida contemplativa y una vida activa, porque la vida activa y la vida contemplativa han de complementarse. La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento decía que ella quería fundir a Marta y a María en una sola en su obra misionera. Marta acentúa la acogida de Jesús a través del trabajo y la actividad para que esté a gusto y sienta aquel hogar confortable, mientras que María representa la acogida a través de la relación y el estar juntos. No son, como digo, cosas opuestas; todo eso es necesario en la vida, en nuestras vidas de discípulos–misioneros. 

Muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo vivimos hoy —a pesar de la pachorra que la pandemia pudiera sugerir —un estilo de vida «inquieto y nervioso», que hace ir deprisa a todas partes, incluso con el puro pensamiento, sin saber exactamente por qué y para qué, casi como huyendo del presente que se esfuma. ¿No será éste un síntoma de descentramiento? El relato de Lucas no lo dice expresamente, pero es probable que, después de las palabras de Jesús, Marta viera las cosas de otra manera. Por lo menos así lo creo yo. Hoy, en medio de esta situación tan fuera de lo común que estamos viviendo en la humanidad ante la Covid-19, me viene terminar la reflexión con una oración que encontré por allí: «Señor Jesús, tú aceptaste la hospitalidad de Marta y sus hermanos; tú encontraste en su hogar y en sus corazones descanso y amistad; tú experimentaste cuán distintos somos los mortales en la comprensión y acogida de nuestros semejantes. Concédenos fina sensibilidad para estar abiertos a los otros y descubrir en ellos tu propio rostro. Amén.» Y que santa Marta y la Santísima Virgen, tan acogedora como Marta y tan atenta a la Palabra como María, nos ayuden a no perder el centro de nuestras vidas. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 28 de julio de 2020

«Buena semilla»... Un pequeño pensamiento para hoy

Dios nos tiene mucha paciencia y más comprensión. Más de las que, por supuesto, tenemos nosotros. Y hoy lo vemos en Jesús que con longanimidad explica la parábola de la cizaña sembrada en el campo a sus discípulos. Tenemos que aprender mucho de esa paciencia de Nuestro Señor, esa paciencia que va intrínsecamente unida con su ilimitada capacidad para perdonar, para acoger, para amar, para recrear lo que el mismo hombre ha destrozado. ¡Qué cercano se ve en este Evnagelio de hoy (Mt 13, 36-43) a Jesús! Se detiene en su andar y con paciencia explica lo que aquella parábola escuchada significa, pero, de alguna manera podemos decir que Jesús no nos hace la tarea que nos toca. Él no explica la parábola paso por paso, sino que se limita a dar las claves de lectura para que cada uno las pueda analizar.

Para comprender la explicación de la parábola, debemos recordar el contenido o significado de la misma: lucha contra la impaciencia mesiánica, según la cual en los días del Mesías «no habrá más que justos en medio de tu pueblo». La parábola afirma que el tiempo del Reino ha llegado ya, que la siega última se avecina, pero que no ha sonado todavía la hora del juicio; y por otra parte, que el juicio no corresponde a los discípulos. Estos versículos no son, como digo, una explicación detallada de la parábola, se trata más bien de una repetición de la parábola, cuyas explicaciones de detalle no hacen más que acentuar el contenido de la parábola. La novedad principal de estos versículos respecto a la parábola misma parece ser la siguiente: se aclara aquí que la buena semilla no es el Reino mismo, sino los «ciudadanos del Reino». Los pecadores serán arrojados del Reino, pero no de la iglesia, en donde siempre hay espacio para todos aquellos que quieran convertirse.

Hoy celebramos a uno de estos «ciudadanos del Reino» que supo ser semilla buena, el santo español Pedro Poveda Castroverde (1874- 1936). Fue el fundador de la Institución Teresiana, hoy repartida en infinidad de países. Fue ordenado sacerdote en abril de 1897. Fue profesor del seminario y realizó una importante labor en la zona marginada de las cuevas. Fundó escuelas y abrió talleres. Concibió la Institución Teresiana y gestó el pensamiento educativo de la misma. Nombrado canónigo de la catedral de Jaén, conoció en esta ciudad a Josefa Segovia (Jaén, 189 1 -Madrid, 1957), que fue la primera directora general de la Institución Teresiana. San Pedro Poveda impulsó el crecimiento de las Academias y de la Institución Teresiana. Su etapa de Madrid, desde 1921 hasta 1936, fue de una intensa actividad, trabajando por la solución de los problemas educativos y culturales de su tiempo. Organizó la Federación de Estudiantes Católicos. Fue también cofundador de la Federación de Amigos de la Enseñanza (FAE) y consiliario de la Asociación Católica de Padres de Familia. Sacerdote, humanista y pedagogo, supo adentrarse en el quehacer humano y social de su época como buen «ciudadano del Reino». encomendémonos a él y a la santísima Virgen María para ser también nosotros buena semilla. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 27 de julio de 2020

«El crecimiento»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Señor, en el Evangelio de hoy (Mt 13,31-35), trae la imagen del crecimiento, tanto con el ejemplo del granito de mostaza como con la levadura. Poco a poco y en silencio, la Iglesia de Cristo crece; crece la obra de la redención, crece el reino de los redimidos; como también, poco a poco, va creciendo la semilla, y en silencio echa un brote, y éste crece; poco a poco la levadura va inflando la masa también haciéndola crecer. No es en una sola noche se ha levantado allí el árbol; no es en el instante de poner la levadura que la masa crece. La cosa no es automática y quizá por eso nos cuesta a nosotros entender que el crecimiento natural de algo es lento, es que hoy tenemos muchas cosas que son «instantáneas» y así quisiéramos todo. Quisiéramos incluso que al instante y sin dificultades, todos fuéramos santos y no, no se puede, todo lleva su periodo de crecimiento natural, como el granito de mostaza y la masa impregnada de levadura.

Por ejemplo cuando sembramos un árbol, es únicamente al cabo de muchos años, que alzamos los ojos y nos fijamos en él y exclamamos: ¡Cuán grande se ha hecho! ¡Cómo ha crecido! Y lo mismo sucede cuando se mezcla la levadura entre la masa de la blanca harina: va expansionándose poco a poco, hasta que por fin la fermenta toda y la masa del pan ya está lista. Así también obran en el mundo la palabra redentora y la fuerza santificante de Cristo. Aquel granito de mostaza ha desparecido y se hace ahora presente en un arbusto; aquella levadura que se puso a la masa ya no se distingue, ha impregnado todo aquel preparado. Despacio y en silencio crece también el Reino de Dios entre nosotros porque como es natural, todo lo grande crece en el silencio, y no solo lo bueno, sino que nos descuidamos lo malo también crece y casi sin darnos cuenta porque el enemigo es astuto. ¡Ya ven, hasta la pandemia terrible que vivimos empezó a crecer en silencio! Así, en silencio, el reino de Dios va creciendo en la vida de los santos y de los beatos, en la vida de esos hombres y mujeres conocidos unos y muy desconocidos otros, que van siendo como el granito de mostaza y la levadura.

Este es el caso del beato Raimundo Palmerio, padre de familia, que, al quedar privado de su esposa y  de sus hijos, fundó un albergue para recibir a los pobres. Raimundo tuvo cinco hijos, y todos murieron en poco tiempo. Llegó otro, Gerardo, sano y vital. Pero perdió a su esposa; entonces sus parientes ayudaron a Raimundo a cuidar del pequeño y él se mantuvo siempre agradecido. Comprendió, al ser apoyado, que pensar en los pobres y abandonados era algo muy importante y se volcó en este empeño jugándose la vida. De las urgencias pasó a las obras estables, a las casas para los indigentes, a los hospitales para los enfermos. Pidió, oró, insistió, molestó, buscando los medios para mantenerlos. Afrontaba con paciencia resuelto todas las contradicciones y veía crecer su obra, la obra que Dios le había encomendado. A todos enseñó la doctrina cristiana en las casas, en los puestos de trabajo, en la calle. No en el templo, porque era un simple laico, y además analfabeto. En la iglesia oraba y eso bastaba. Como santo lo trataron, cuando murió entre los pobres. Fue sepultado en una capilla junto a la iglesia de los Doce Apóstoles y se confió la custodia de la tumba a su hijo Gerardo. Pronto sucedieron hechos milagrosos. Sus restos se conservan en la iglesia de las cistercienses de Nazareth. Que el beato Raimundo y María Santísima nos ayuden a que nosotros también hagamos crecer el Reino de Dios. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 26 de julio de 2020

«El tesoro, la perla, la red»... Un pequeño pensamiento para hoy

Jesús habla en el Evangelio de hoy del Reino de los cielos y lo compara con algo que todos van a entender perfectamente: con un tesoro escondido que un hombre encuentra, con una perla que un comerciante descubre y con una red llena de peces que recoge gozosamente un pescador (Mt 13,44-52). En los dos primeros casos, hay una reacción: es necesario venderlo todo para lograr el tesoro o para comprar la perla. Y hay que venderlo rápida y gozosamente porque lo que se va a conseguir con aquella venta supera en mucho lo vendido. Eso es, para Jesús, la postura del hombre que se ha encontrado con Dios en su vida. Debe quedarse tan asombrado, tan ilusionado, tan contento, que no debe dudar en preguntarse seriamente, ¿qué hay que dar a cambio del encuentro con Cristo? Pero en nuestros tiempos, cuando leemos en el Evangelio que Cristo nos pide dejarlo todo para convertir nuestra vida y buscar el Reino de Dios sin preocuparnos de la comida ni del vestido, utilizando nuestros talentos para dar de comer al hambriento o de beber al sediento, a perdonar indefinidamente o a ser enviados a anunciar la Buena Nueva... lo encontramos como una exigencia muy difícil, algo que a la mayoría hace sentir incómoda. 

Resulta que, según san Mateo, no debiera ser así. Porque lo que viene primero no son esas exigencias sino el haber descubierto que hay un tesoro que vale más que todas las cosas, y que, por tanto, lo más normal será hacer todo lo que sea necesario para conseguir el tesoro o la perla y, elegir, quiere decir automáticamente «renunciar». Si yo elijo algo, tengo necesariamente que renunciar a lo demás. Ahora, ¿cuál es ese tesoro, cuál es esa perla? Es el Reino de Dios. Y, ¿qué es el Reino de Dios? Para aquellas gentes que escuchaban a Jesús y para notros también, es el liberarse de la Ley y descubrir un Dios que es Padre, cercano, amoroso, compasivo, misericordioso y que propone una manera de vivir no fundamentada en mandamientos arbitrarios sino en el poner la propia vida al servicio de todo aquello que pueda crear felicidad y bien para todos. Jesús ofrece poder experimentar que eso es la mayor alegría que un hombre pueda desear, y es por eso que Jesús llegó hasta dar la vida. Con la certeza de que ese objetivo del Reino, que al fin y al cabo es el propio Dios, se realizará un día plenamente, en la vida eterna de Dios, el Padre.

La tradición, basada en la Sagrada Escritura, nos enseña que había, entre el pueblo de Israel, un grupo de gente que anhelaba la llegada de ese Reino, eran los llamados «Anawin», gente buena y justa que esperaba la llegada del Mesías, llamados también «los pobres de Yahvé», pobres en ese sentido espiritual que las bienaventuranzas dan a esta condición. Entre ellos se encontraban san Joaquín y santa Ana, los papás de la Virgen María a quienes celebramos este día. Ellos esperaban encontrar ese tesoro, esa perla fina y tejer esa red que pescara almas para Dios. Los dos fueron ejemplo perfecto de vida interior, y por eso a ellos les pedimos que nos ayuden a hacer la más sincera elección renunciando a todo aquello que impide que se establezca el Reino de Dios en nuestras almas. A ellos les pedimos que no pongamos el corazón en los bienes pasajeros de esta vida que fácilmente se esfuman, como nos hemos podido dar cuenta en medio de esta pandemia de coronavirus que vivimos. Pidámosle a ellos este domingo, un vivo y constante amor a Jesús y a María para vivir la realidad del Reino con una devoción sincera y con obediencia a la Santa Iglesia y al Papa que la gobierna para que caminemos hacia la patria definitiva con fe, esperanza y perfecta caridad. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 25 de julio de 2020

«Santiago Apóstol»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy es la fiesta de Santiago Apóstol, el hermano de Juan, los llamados «hijos del trueno». El Evangelio, para celebrarlo, nos pone hoy (Mt 20,20-28) el pasaje en el que la madre de estos dos se acerca a Jesús para pedir un puesto especial para cada uno de sus hijos en el banquete celestial... ¡casi nada pedía la mujer! Pero la cosa se entiende fácil al ver que ha sido el propio Santiago y su hermano quienes han embaucado a su madre en esta cuestión, pues Jesús no responde a ella sino a los dos hermanos y les dice que lo que les puede asegurar es un lugar junto a su pasión, siendo capaces de «beber su mismo cáliz». Todos vamos en un camino de conversión, todos o casi todos, partimos siempre de lo material, de lo visible, de lo que atrae para realizar cualquier clase de proyectos, incluido el de seguir de cerca al Señor como discípulos–misioneros. Después vendrá la reflexión, la valoración de lo que realmente vale la pena. ¡Cuánto tenemos que aprender todavía los cristianos! Pero podemos hacerlo. Santiago y Juan y los otros diez, con el tiempo, también fueron aprendiendo.

Santiago y Juan tuvieron que recibir una lección muy clara y dura por parte de Jesús. Ellos, convenciendo primero a su madre de que interviniera a su favor, pedían honores, y Jesús les predijo el martirio. Ellos querían mandar, y Jesús les exhortó al servicio humilde de los hermanos. Es ésta una lección perpetuamente válida en la Iglesia, no sólo para los que, continuando el ministerio apostólico, tienen cargos de dirección en la comunidad cristiana, sino también para todos, llamados igualmente al servicio recíproco. Jesús es consciente de que el ideal que él propone va contra las tendencias más innatas del espíritu humano, que impulsan a dominar a los demás, a utilizarlos y a ocupar sitios de honor. Por eso, después de recordar lo que acostumbra a pasar en las sociedades humanas, en las que predomina la prepotencia, la tiranía y el abuso de poder, dice con fuerza: «No será así entre ustedes», y formula un principio que debería guiar todas nuestras relaciones: «El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, que sea su esclavo».

Santiago y todos los demás apóstoles entendieron perfectamente la lección, e hicieron de sus vidas un servicio —un ministerio, como se dice en muchas partes— para la Iglesia y para toda la humanidad. Su autoridad no fue nunca de dominio sino de disponibilidad y de entrega amorosa, hasta saber dar su propia vida, siguiendo el ejemplo del mismo Cristo. Definitivamente Santiago fue un servidor, él dio su vida para dar vida. Y así siguió el camino de Jesucristo. Este es su ejemplo hoy vigente, plenamente vigente, para nosotros aún en medio de esta realidad que vivimos de encierro continuo en el que parece que es muy poco lo que se puede hacer. Todos aquellos que hoy celebramos su fiesta debemos pedirle que aprendamos a seguir su camino de fe, de servicio, de darse. Podemos aprovechar los medios que tenemos a nuestro alcance como las redes sociales y no un camino que no sería el suyo —que no sería el apostólico— de creernos mejores por el hecho de ser cristianos —que es gracia, no mérito—, y de quedarnos encerrados en nuestro mundo confortable en vez de anunciar nuestra fe, esperando un lugar especial olvidando que esta fe en Jesucristo se sigue dando y no exigiendo. Que María Santísima nos ayude y que Santiago Apóstol siga intercediendo por nosotros. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 24 de julio de 2020

«El Evangelio acontece»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Evangelio es algo que acontece, porque el Evangelio es una palabra viva: el autor del evangelio, el que nos habla a través de las palabras, está vivo aquí y ahora... El Evangelio se dirige a ti y se dirige a mí. No es una colección de ideas o de bonitos pensamientos sino el encuentro con «Alguien» y ese «Alguien» es Cristo. En cada meditación del Evangelio, hay que hacerse siempre esta pregunta: ¿qué descubro de Ti, Señor, a través de este pasaje evangélico que ha llegado a mi corazón? El Evangelio de hoy nos enseña mucho, pues en él, es el mismo Cristo el que nos explica la parábola del sembrador que todos conocemos (Mt 13,18-23). Las palabras materiales del Evangelio no pueden ser oídas o leídas a la manera de una lectura ordinaria. El Evangelio tampoco puede ser recibido solamente con un entusiasmo que se apaga en el arranque, porque hay algunos que empiezan a meditar con entusiasmo —pues es verdad que al principio se suele encontrar mucha consolación en la palabra de Dios—; pero es necesario perseverar, hay un conocimiento profundo de Dios que no se adquiere más que con una larga e incansable frecuencia con el Evangelio, leído, estudiado y meditado.

El Evangelio tampoco se puede recibir como una semilla en un ambiente en el que el agobio del trajín de la vida diaria la ahoguen y se quede estéril; hay que saber elegir porque el mismo Evangelio nos dice: «No pueden servir a la vez a Dios y al dinero» (Mt 6, 24); las preocupaciones mundanas, el agrado del placer, el afán de riqueza ¡pueden ahogar la Palabra de Dios! El Evangelio ha de ser escuchado y como dicen muchos santos, rumiado una y otra vez para comprender el mensaje que nos trae el Señor; el que lee, estudia y medita así el Evangelio ése sí da fruto y produce en un caso ciento, en otro sesenta, en otro treinta. Jesús nos lo advierte: la cosecha es maravillosa... pero la siembra es difícil. No hay recolección sin trabajo. Dios quiere que, en nuestro terreno, su Palabra produzca siempre fruto, no importa cuánto, porque la capacidad de cada uno es diferente, él solamente espera fruto. En la actualidad, el Evangelio está difundido en muchas lenguas. Sin embargo, faltan discípulos–misioneros y comunidades en donde se cultive su lectura y contemplación. Gente atenta al mensaje del Señor y dispuesta a ponerlo en práctica. profundizando vivencialmente en su conocimiento y abonan en su corazón la tierra fértil donde florece y produce abundantes frutos. Discípulos–misioneros que profundizando vivencialmente en su conocimiento vayan abonando en su corazón la tierra fértil donde florece y produce abundantes frutos. Eso han hecho los santos, cada uno según su capacidad y su forma de ser.

Hoy, por ejemplo, celebramos a san Chárbel Makhlouf, ejemplo de vida consagrada y mística. San Chárbel fue un asceta y religioso del Líbano perteneciente al rito maronita, y el primer santo oriental canonizado desde el siglo XIII. Nació el 8 de mayo de 1828 en Beqaa-Kafra, el lugar habitado más alto del Líbano. Creció con el ejemplo de dos de sus tíos, ambos ermitaños; y a la edad de veintitrés, dejó su casa en secreto y entró al monasterio de Nuestra Señora de Mayfuq, tomando el nombre de un mártir sirio: Chárbel. Hizo los votos solemnes en 1853 y fue ordenado sacerdote en 1859. Fijó como su residencia el monasterio de San Marón en Annaya, que se encuentra a 1067 metros sobre el nivel del mar. El Padre Chárbel vivió en esta comunidad por 15 años siendo un monje ejemplar dedicado a la oración, apostolado y la lectura espiritual. Tiempo después sintió el llamado a la vida ermitaña y el 13 de febrero de 1875 recibió la autorización para ponerla en práctica. Desde ese momento hasta su muerte en 1898, se dedicó a la oración (rezaba 7 veces al día la Liturgia de las Horas), ascesis, penitencia y el trabajo manual. Comía una vez al día y permanecía en silencio. La única perturbación a su oración venía por la cantidad de visitantes que llegaban atraídos por su reputación de santidad. Estos buscaban consejo, la promesa de oración o algún milagro. Él dio el fruto que Dios esperaba en su condición de ermitaño. Fue beatificado por el Papa Pablo VI el 5 de diciembre de 1965, durante la clausura del Concilio Vaticano II. Mientras que su canonización se realizó el 9 de octubre de 1977 durante el Sínodo Mundial de Obispos. Su devoción se ha extendido en el Líbano, pero también ha cruzado las fronteras a América y en especial en México donde se lo venera fuertemente. Que san Chárbel y María Santísima, que dio también frutos abundantes, nos ayuden a fructificar nosotros también. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 23 de julio de 2020

«Escuchar y crecer como hijos de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Cuánto nos ha abierto los ojos a nuestra realidad como seres humanos esta pandemia! Parece que el mundo, que había endurecido su corazón ante las cosas espirituales, ante las cosas del alma, empieza a palpitar un poco como debe ser. Definitivamente Dios no se equivoca y todo lo que acontece —aún las grandes y graves catástrofes como ésta— contribuye para que el ser humano sea lo que Dios ha querido que sea: Una copia fiel de Jesús que es manso y humilde de corazón, de ese Jesús que es justo y misericordioso, de ese Jesús que gastó los mejores años de su vida en sembrar en el corazón del hombre los cimientos para una vida mejor. Pero, siempre se ha dicho que el hombre escucha lo que quiere escuchar y descarta el resto. Esto testifica el hecho de que, como seres humanos, somos altamente selectivos en relación a lo que queremos oír y ver y comprender de corazón. En el Evangelio de hoy (Mt 13,10-17), Jesús nos llama a mirar con nuestros ojos y oír con nuestros oídos y comprender con nuestro corazón para que él pueda sanar nuestra sensación de insignificancia que tan a menudo nos dificulta creer en la Buena Nueva por cerrar nuestros oídos por mil razones.

Yo creo que con ocasión de esta inesperada y aparente inacabada pandemia, con el confinamiento en casa, la mayoría de los discípulos–misioneros hemos podido pasar un poco más de tiempo con Jesús que nos ha podido —entre estos signos de los tiempos— revelar los secretos del reino de los cielos. Yo creo que alrededor del globo terráqueo somos muchos los que le pedimos su ayuda para abrirnos a su amor y al inmenso aprecio que nos ofrece haciéndonos ver que muchas cosas que el mundo aparentemente nos presentaba como felicidad, como realización, como entretenimiento... no era mas que nada y vacío. En estos días, que para muchos son ya de meses y meses, el Señor mismo nos ha revelado que el misterio de Dios, en toda su riqueza, no es una verdad que se imponga a la inteligencia humana. Es un secreto, es un misterio que sólo se da a los que están dispuestos a escuchar y eso porque hemos tenido tiempo de practicar la escucha. Es el oyente, el que ha de esforzarse en comprender. Las parábolas del Evangelio, como se nos recuerda hoy, no se entienden si no se las escucha con espíritu de fe como hicieron los santos... no hay que ir con prisas, hay que meditar, esforzarse, saber superar las imágenes exteriores y encontrar su sentido interno y en este tiempo tenemos la oportunidad de hacerlo. ¡Cómo nos puede ayudar la condición que vivimos para escuchar y crecer como hijos de Dios!

Hoy estamos celebrando a santa Brígida, patrona de Europa. Santa Brígida fue una religiosa, nacida en Suecia, que contrajo matrimonio con el noble Ulfo, del que tuvo ocho hijos, a los cuales educó piadosamente, consiguiendo al mismo tiempo con sus consejos y con su ejemplo que su esposo llevase una vida de piedad. Muerto éste, peregrinó a muchos santuarios y dejó varios escritos, en los que habla de la necesidad de reforma tanto de la cabeza como de los miembros de la Iglesia. Fundó la Orden religiosa que popularmente lleva su nombre: las Brígidas, aunque se llama «Orden del Santísimo Salvador». En 1346 se trasladó a Roma, donde fue para todos ejemplo de virtud. Hizo humana y sobrenaturalmente todo cuanto pudo para aliviar los males derivados del destierro de Avignon. Dejó escritos que narran sus experiencias místicas. Murió en Roma el año 1373. Santa Brígida fue una mujer que supo escuchar al Señor y que en medio de sufrimientos, como la muerte de su esposo, supo leer lo que Dios le pedía y dio un giro a su vida, siendo un gran ejemplo no solamente para su familia de sangre, sino para muchas almas más. Nosotros, como santa Brígida, hemos recibido de Dios el don de la fe y con sencillez porque hemos querido escuchar y por eso intentamos responder a ese don desde nuestra vida según nuestra vocación específica. Nos hemos enterado del proyecto de salvación de Cristo, le hemos escuchado y lo estamos siguiendo. ¡Qué importante es el escuchar estando en sintonía con los sentimientos de Cristo! Que María Santísima nos ayude en nuestro peregrinar. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!

Padre Alfredo.

miércoles, 22 de julio de 2020

LA HERENCIA ESPIRITUAL DE LA BEATA MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO...

39 aniversario del regreso al Padre de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento...

La Madre Martha Gabriela Hernández Martín del Campo nos comparte este video recordando a Madre Inés:

«Como María Magdalena»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy se celebra en la Iglesia la fiesta de santa María Magdalena, Apóstol de los Apóstoles, pero yo quiero, antes de adentrarme en la reflexión, recordar que en un día como hoy, hace 39 años, regresó a la Casa del Padre la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, fundadora de la Familia Inesiana a la que, como Misionero de Cristo, pertenezco desde hace muchísimos años. Aún recuerdo aquel día 22 de julio de 1981. Estaba en casa con mis padres gozando de unos días de vacaciones de verano y sonó el teléfono para darnos, desde Roma, desde la Casa General de nuestras hermanas Misioneras Clarisas la noticia que la verdad esperábamos porque la beata estaba ya muy mal de salud. Fueron 9 meses de un intenso sufrimiento antes de morir. Los médicos decían que no se explicaban cómo soportaba aquellos dolores tan tremendos que le causaba el cáncer. ¡Cómo no recordarla y dar gracias a Dios por su vida y su entrega!

Pero como digo, hoy es día de María Magdalena, que irrumpe en el Evangelio uniéndose al grupo de mujeres que asisten a Jesús y a sus Apóstoles. Desde el día que llega a la vida de Cristo, su vida aparecerá íntimamente trenzada con los principales acontecimientos de la vida del Señor: vicisitudes de su ministerio mesiánico, pasión, muerte y resurrección. EL relato del Evangelio de hoy nos lleva al sepulcro de Cristo el día de la resurrección (Jn 20,1-2.11-18) y nos deja ver de cerca, muy de cerca, el corazón de María Magdalena y esa su tarea de Apóstol de los Apóstoles. Seguro podemos imaginarnos la escena viendo a la Magdalena que no podía reprimir sus apresurados latidos cuando divisaron el sepulcro a lo lejos con la piedra que estaba corrida, cosa que la obligó a correr más de prisa llegando a donde estaban los Apóstoles para decirles: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto». Pero con la misma premura regresó al sepulcro para llorar amargamente aquella pérdida al ver el sepulcro vacío y misteriosamente a dos ángeles vestidos de blanco que le preguntaron por qué lloraba. La historia la conocemos, y si no, vale la pena leer todo el relato.

Deslumbrada, por Cristo, sólo sabe echarse a llorar de nuevo hasta que, al escuchar su nombre, reconoce a su Maestro quien la envía como Apóstol de los Apóstoles a dar a aquellos seguidores el gran notición de su resurrección. María nunca sabrá traducir esta revelación inefable de Jesús. Su divinidad, su amor sin límites. ¿Fue un siglo o fue un instante? Como un eco lejano resonaría en su recuerdo aquello de «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios». Él la había limpiado con su sangre y por eso ella lo ve. No quería Jesús que Magdalena muriese doliente y abatida. Lo que exigía de su amor era una postura de fe y de obediencia para ser enviada como Apóstol. Los evangelistas no vuelven a nombrarla, pero nos es fácil descubrir su silueta entre las fieles mujeres que presenciaron el último adiós del Maestro ascendiendo entre nubes. Después una rica tradición la lleva al desierto y hasta la hace arribar con la diáspora judía en las playas de Marsella. Pero a nosotros, como a los evangelistas, no nos hace falta nada más. María Magdalena será siempre en el santoral el prototipo de la mujer que, habiendo pecado, se convierte en un rendimiento total al amor divino como discípula–misionera, como Apóstol de los Apóstoles. Y la fiesta de hoy, por supuesto, nos deja un delicioso sabor de la conversión que con frecuencia es así: un toque discreto, una invitación, una mirada. Nosotros también somos discípulos–misioneros. Somos enviados a anunciar el gozo del Señor Resucitado. Pidamos la intercesión de María Magdalena y de María Santísima para que, como la beata madre María Inés trabajemos con ahínco en que todos conozcan y amen al Señor. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 21 de julio de 2020

«Mi madre y mis hermanos»... Un pequeño pensamiento para hoy

El episodio que nos narra el Evangelio de hoy (Mt 12,46-50) es sumamente sencillo: María, la Madre de Jesús y sus parientes quieren saludarle, y alguien se lo viene a decir. Jesús, quien, seguramente, luego les atendería con toda amabilidad, aprovecha la ocasión para anunciarnos el nuevo concepto de familia que se va a establecer en torno a él. No van a ser decisivos los vínculos de la sangre: «Pues todo el que cumple la voluntad de mi padre, que está en los cielos, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre». ¡Qué extraordinaria revelación! El discípulo es «un pariente de Jesús». Jesús ofrece a los hombres la cálida intimidad de su familia. Entre Dios y los hombres ya no hay sólo relaciones frías de obediencia y sumisión como entre un amo y los subalternos. No, con Jesús entramos en la familia divina, como sus hermanos y hermanas, como su madre. Una nueva relación familiar se instaura... millones de hermanos de todo el mundo. Y es cierto que un verdadero intercambio de corazón a corazón entre «hermanos y hermanas de Jesús» puede a menudo ser más rico y más fuerte, que entre parientes según la carne. Es un gran mensaje y una verdadera revolución para la humanidad.

Nos debe quedar muy claro que en este pasaje del Evangelio Jesús no niega los valores de la familia humana. Pero es que aquí quiere él subrayar que la Iglesia es suprarracial, no limitada a un pueblo, como el antiguo Israel. La familia de los creyentes no se va a fundar en criterios de sangre o de raza. Los que creen en Jesús y cumplen la voluntad de su Padre, ésos son su nueva familia. Incluso a veces, si hay oposición, Jesús nos enseñará a renunciar a la familia y seguirle, a amarle a él más que a nuestros propios padres y hermanos. Jesús habla aquí de nosotros, los que pertenecemos a su familia por la fe, por el Bautismo, los que somos sus discípulos–misioneros por nuestra inserción en su comunidad. Eso son nuestro mayor titulo de honor, pero pertenecer a la Iglesia de Jesús, sólo como afiliados a un club, no es garantía última, ni la prueba de toque de que, en verdad, seamos «hermanos y madre» de Jesús. Dependerá de si cumplimos o no la voluntad del Padre. La fe tiene consecuencias en la vida. Los sacramentos, y en particular la Eucaristía, piden coherencia en la conducta de cada día, para que podamos ser reconocidos como verdaderos seguidores y familiares de Jesús.

Hoy celebramos a san Lorenzo de Brindisi, presbítero y doctor de la Iglesia, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, un predicador incansable por varias naciones de Europa, que de carácter sencillo y humilde, cumplió fielmente todas las misiones que se le encomendaron, sobre todo el de ir haciendo de la Iglesia, una gran familia. En 1596, pasó a Roma a ejercer el cargo de definidor de su orden, y el Papa Clemente VIII le pidió que trabajase especialmente por la conversión de los judíos. Tuvo en ello gran éxito, ya que a su erudición y santidad de vida unía un profundo conocimiento del hebreo. La historia de su vida cuenta que un sacerdote le preguntó una vez: «Fray Lorenzo, ¿a qué se debe su facilidad para predicar? ¿A su formidable memoria?» Y él respondió: «En buena parte se debe a mi buena memoria. En otra buena parte a que dedico muchas horas a prepararme. Pero la causa principal es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo». Lorenzo se sabía familiar del Señor, como María, la Madre, que entra en pleno en esta nueva definición de familia, porque ella sí supo decir —y luego cumplir— aquello de «hágase en mi según tu palabra». Aceptó la voluntad de Dios en su vida. Es el mejor modelo para nosotros los creyentes. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 20 de julio de 2020

«Aquí hay alguien más grande que Jonás y que Salomón»... Un pequeño pensamiento para hoy


El libro de Jonás es uno de los más populares del Antiguo Testamento. Contiene un mensaje que a la vez es de esperanza y de aviso. Los otros profetas habían encontrado resistencia, incredulidad e incluso decidido rechazo; a la predicación de Jonás, en cambio, toda la ciudad de Nínive había hecho caso y se había arrepentido. Este era el aspecto esperanzador del libro: la enmienda es siempre posible. Pero Nínive era una ciudad pagana: en esto estaba el aviso. No había nada en la historia de los judíos que pudiera compararse con el arrepentimiento de Nínive. De esto toma pie Jesús en el Evangelio de hoy (Mt 12,38-42) para su predicción de hoy con la Buena Nueva. La moraleja es la misma para el segundo ejemplo que pone Jesús además de la predicación de Jonás. La reina del Sur era también pagana. Ambos ejemplos se terminan con un colofón que marca la diferencia entre aquellas circunstancias y la presente: «aquí hay alguien más grande que Jonás», «aquí hay alguien más grande que Salomón».

El Mesías es un profeta muy superior a Jonás y un rey mucho más sabio que Salomón. La culpa de «esta clase de gente», dice Jesús refiriéndose a todos los que no creen en él como Mesías, es mayor que la de sus antepasados. El ejemplo de Salomón y la reina compara lo sucedido entonces con lo que sucede con Jesús: los paganos muestran mayor sensibilidad que los judíos y dan mejor respuesta a la invitación de Dios. El signo mayor para el cristiano es solamente uno: Jesús de Nazaret, testigo entre los hombres del amor de Dios. Jesús no hizo milagros aparatosos, destinados a las multitudes. Jesús hizo el mayor milagro que se puede hacer: vivió amando y pasó entre los suyos haciendo el bien (Hch 10,38). Por eso, nos deben de llamar la atención los signos sencillos y pequeños que nos rodean sin que a veces nos demos cuenta: el cariño con el que un hijo cuida de sus padres ancianos en este tiempo de la pandemia, la entrega del catequista al servicio del Evangelio que busca seguir evangelizando por medio de las redes sociales, el compromiso generoso de muchos médicos y enfermeros que son desconocidos para muchos. Esos pequeños signos, y tantos otros, nos dicen que vale la pena seguir a Jesús, que amar sigue siendo el mejor modo de hacer presente a Dios en nuestro mundo y eso es lo que hicieron los santos y beatos; amar así, en la sencillez de los signos pequeños de cada día según el alcance y la condición de cada uno.

Hoy, entre los santos y beatos que la Iglesia celebra está san Bernardo de Hildesheim (Alemania, siglo XII). Huérfano a temprana edad, Bernardo fue a vivir con su tío, que era obispo. Siguió sus estudios en la escuela de la catedral de Hildesheim y luego en Mainz. Después de ser ordenado sacerdote fue designado como capellán imperial y tutor de quien llegaría a ser el emperador Otto III. Obispo de Hildesheim desde el 993 hasta el 1020, alentó las artes, encargando pinturas y esculturas religiosas, reconstruyendo los templos existentes y construyendo nuevos templos para esparcir la Buena Nueva. Mandó hacer ornamentos dignos para los altares. Por todo esto es el patrono de las artes de la construcción: arquitectura, orfebrería, pintura y escultura. Su período se caracterizó por la paz, y alrededor del año 1020 cuando vio que ya no se sentía en condiciones de seguir gobernando su diócesis, se retiró a un convento Benedictino para pasar sus últimos días en oración. Así, cada uno con lo que está a su alcance ha de buscar llevar esos «signos» de la acción de Dios entre nosotros. Que María Santísima, que supo descubrir al Señor entre los signos pobres del pesebre, de Nazareth, de una cruz, nos ayude. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 19 de julio de 2020

«El trigo y la cizaña»... Un pequeño pensamiento para hoy


La parábola del trigo y la cizaña, que la liturgia de la palabra nos presenta este domingo en el Evangelio (Mt 13,24-43) es una de las pocas que se encuentra registrada con su explicación por parte de Jesús, donde podemos ver que en la tierra donde vivimos existen dos tipos de hijos espiritualmente hablando, y son los hijos de Dios, y los hijos del maligno, así como se expresa en Génesis 3,16: «Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar». El Señor Jesús nos dice que el sembrador deja que crezcan juntos el trigo y la cizaña, pues al intentar arrancar la cizaña puede que se arranque también el trigo, porque se parecen mucho y solo al tiempo de la cosecha se diferencian notablemente. Es necesario que el trigo tenga que soportar estar al lado de la cizaña. Los granos están mezclados con la paja y la espiga crece entre la maleza.

El mundo es el campo de la parábola. Y en el mundo, como en aquel campo, observamos la presencia simultánea del bien y del mal. Una presencia no sólo simultánea, sino tan entrelazada y entretejida, que resulta difícil distinguir el bien y el mal. El Reino de Jesús se nos presenta en el Evangelio de hoy como una comunidad de justos y pecadores, como una gran familia de buenos y malos, como un gran campo de trigo y de cizaña. Si esa comunidad la hacemos nosotros, ¿por qué no nos damos cuenta de esa realidad que llevamos dentro?, ¿por qué no comprendemos que, al incorporarnos a esa comunidad lo hacemos con nuestras obras buenas y malas, con nuestros pecados y virtudes, con nuestra buena semilla y nuestra parte de cizaña? En el campo no crece el trigo en un lado y la cizaña enfrente. Trigo y cizaña se encuentran mezclados. Crecen tan juntos que no se podría arrancar uno sin arrancar la otra. Más aún, cuando nacen —antes del tiempo de la cosecha, antes del final— tienen las mismas apariencias y no cualquiera podría distinguirlos. Ello hace que sea obligada su convivencia: hay que tolerar el crecimiento de la cizaña, hay que tolerar la presencia del mal. El mal se hace así una especie de «mal necesario». Lo mismo pasa en la vida del hombre. El juicio último y definitivo es tarea de Dios. No nos corresponde a nosotros hacerlo. Cada discípulo–misionero tiene que responder a Dios con su conversión y su ayuda a los hermanos con verdadera caridad y luchar para ser trigo bueno.

Pedro Crisci, uno de los beatos que el día de hoy se celebran y que era llamado popularmente «Pedrillo», nació en Italia allá por el 1243. A la edad de 30 años, queriendo ser trigo bueno, vendió todos los bienes heredados de su padre, distribuyó el producto entre los pobres, y se fue a vivir al servicio de la catedral de Foligno, durmiendo en un pequeño hueco del campanario y permaneciendo en constante oración y ayuno. Por su vida tan incomprendida, el beato Pedro Crisci fue acusado e investigado por la Inquisición. Su espiritualidad es cercana a la de Ángela de Foligno o a la de Clara de Montefalco, dedicadas a la más áspera penitencia. Realizó además, varias veces, peregrinaciones a Roma y Asís. Murió en Foligno el 19 de julio de 1323 en fama de santidad; el padre dominico Juan Giovanni Gorini di San Geminiano recibió del obispo Agneletti de Foligno el encargo de escribir la vida del beato, que es al presente la única fuente biográfica que se tiene. El santo fue muy venerado durante todo el medioevo, e incluso en el siglo XIV los estatutos de Foligno insertaron su memoria como festivo, y eclesiásticamente de precepto. En la actualidad su cuerpo, en una urna de madera tallada, se venera en la catedral de Foligno, en una capilla dedicada al beato restaurada en 1870. Hay muchas maneras que ser «trigo bueno». Pedrillo encontró la suya y así cada uno de nosotros, aún conviviendo con la cizaña del mundo, debemos buscar ser siempre «trigo bueno» conforme nos vaya llevando el Señor en nuestra vida. Que María Santísima nos ayude. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 18 de julio de 2020

«A la manera de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy

Nuestro Señor Jesucristo tiene un modo de actuar lleno de misericordia. Los fariseos y mucha gente de su tiempo —y del nuestro también— no entendían algunas de las cosas que hacía, Él, aunque intentaba no provocarles innecesariamente, actuó siempre con libertad y entereza como Hijo de Dios y como conocedor y portador de la verdad —«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6)—. Ahora bien, este estilo era el que anunciaba el profeta Isaías hablando del Siervo de Dios y que ahora, en el Evangelio de hoy (Mt 12,14-21) san Mateo afirma que se cumple a la perfección en Jesús: anuncia el derecho, pero no grita ni vocea por las calles. la caña cascada no la quiebra, la mecha vacilante no la apaga. Ayer decía aquello de «misericordia quiero y no sacrificios». Él es el que mejor cumple esto con su manera de tratar a las personas.

Los que nos llamamos discípulos–misioneros de Cristo, tenemos aquí un espejo en donde mirarnos, o un examen para comprobar si hemos aprendido o no las principales lecciones de nuestro Maestro. Ayer hablaba yo de que la beata María Inés Teresa decía que tenemos que ser «una copia fiel de Jesús». Tenemos que anunciar el derecho, es decir, hacer que llegue el mensaje de Cristo a las personas y a los grupos a través de todos los medios a nuestro alcance. Pero no podemos ni debemos imponer, sino proponer; no vocear y gritar, coaccionando, sino anunciar motivando, respetando la situación de cada persona en medio de este mundo secularizado, asustado y pluralista; cuando vemos una caña cascada o una mecha vacilante, o sea, una persona que ha fallado, o que está pasando momentos difíciles y hasta dramáticos por sus dudas o problemas, la consigna de Jesús es que le ayudemos a no quebrarse del todo, a no apagarse; que le echemos una mano, no para hundirla más, sino para levantarla y darle una nueva oportunidad. Eso es lo que continuamente hacia Jesús con los pecadores y los débiles y los que sufrían: con la mujer pecadora, con el hijo pródigo, con Pedro, con el buen ladrón. Es lo que tendríamos que hacer nosotros, si somos buenos seguidores suyos.

El anuncio de la Buena Nueva no es siempre con bombos y platillos, a veces es en medio del sufrimiento y del dolor de no poder predicar sino solamente con el testimonio de vida. Así sucedió al beato Juan Bautista de Bruselas, quien durante la Revolución Francesa, en las costas de Francia fue apresado en una nave destinada al traslado de esclavos, en la que, consumido de miseria y atacado por la peste, descansó en el Señor dando testimonio de su vida de unión con Jesús. El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2470 dice: «El discípulo de Cristo acepta “vivir en la verdad”, es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. “Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad” (1 Jn 1,6). «El martirio —dice en el número 2473— es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1)». Amemos la verdad, defendámosla, pero no al estilo del mundo, sino a la manera de Cristo; sí, con justicia, pero siempre con misericordia. Que María Santísima nos ayude intercediendo por nosotros para que podamos ser esa «copia fiel de Jesús». ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 17 de julio de 2020

«María Luisa de Ávila Aguilar»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo LXII

Quiero compartir, en unas cuantas líneas, algo de la vida ejemplar de una religiosa que conocí hace muchos años y con la que seguí teniendo contacto hasta unos meses antes de que Nuestro Señor la llamara a la Casa del Padre. Hablo de la hermana María Luisa de Ávila Aguilar.

María Luisa nació en Ciudad Delicias, Chihuahua, México, el 4 de agosto de 1936. Allí creció y vivió hasta que ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 12 de mayo de 1959. Inició su formación religiosa como postulante en la Casa Madre y allí mismo empezó su etapa de novicia el 7 de febrero de 1960. Nuestra Beata Madre Fundadora, María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, presidió, el 5 de febrero de 1962, su profesión temporal, y el 12 de julio de 1967, sus votos perpetuos.

Durante sus primeros años de vida religiosa, la hermana María Luisa estuvo en la Casa Madre y en 1963, recibió su primer cambio a la casa de Monterrey, donde inició su labor apostólica como maestra. En 1968, fue enviada a Huatabampo, para colaborar, siempre en su condición de maestra, en el Colegio Sonora. De 1974 a 1998, radicó casi ininterrumpidamente en Monterrey, con periodos de un ciclo escolar en Huatabampo y en la comunidad de Guadalajara. En esta etapa es donde yo la conocí más o menos en 1978 cuando formaba yo parte del grupo de Van-Clar. Desde entonces nos vimos con relativa frecuencia, como digo, hasta meses antes de que falleciera. La recuerdo mucho, siempre con su sonrisa y una finura religiosa muy especial. La veía participar en Misa con devoción y acercarse con gusto al sacramento de la reconciliación. Siempre tenía una plática muy amena y llena de cultura. 

En 1998 fue destinada a la comunidad de Mazatán, Chiapas, donde realizó trabajo de pastoral y catequesis infantil. Del año 2001 al 2009, colaboró en la misión de La Florecilla, como catequista y maestra. En el 2009 recibió su cambio a la comunidad de La Villa, en la Ciudad de México, hasta el 2012, año en que llegó a la comunidad de Guadalajara.

Recuerdo a la hermana María Luisa, siempre alegre. Era una religiosa muy generosa, responsable y diligente que trabajaba con empeño por cumplir las tareas que se le asignaban, tanto en casa como en el apostolado. En las labores ordinarias de casa era muy limpia y ordenada, realizando toda clase de tareas con responsabilidad. Procuraba enseñar y acompañar a las hermanas más jóvenes en las diferentes labores de casa, estando con ellas para orientarlas, siempre dispuesta a ayudarlas, y como se dice: «meter el hombro» cuando fuera necesario, para que las nuevas generaciones también pudieran sacar adelante sus estudios y otros apostolados. 

Era una mujer noble y de gran corazón. En su apostolado como maestra, fue muy entregada en la formación de la niñez, siendo grandemente valorada y querida por padres de familia y alumnos, en particular en el colegio de Monterrey, donde colaboró muchos años. En este apostolado, también apoyó a las hermanas que iban aprendiendo, enseñándolas a preparar sus clases y ayudándolas a estudiar y realizar sus tareas, siendo una gran hermana y compañera para ellas. Fue una incansable catequista y misionera, haciendo vida el lema de nuestra Familia Inesiana: «Urge que Cristo Reine», dedicando gran parte de su vida a formar a Cristo en sus alumnos.

La hermana María Luisa, desde hace varios años, padecía diabetes, hipertensión y arritmia cardiaca, siendo atendida con esmero y cariño por las hermanas de la Casa del Tesoro, donde pasó sus últimos años con los cuidados necesarios. 

Sus últimos días de vida, presentó mayor malestar que de costumbre y se le veía más cansada, por lo que las hermanas le administraron oxígeno. Se recuperó, sin presentar otras complicaciones. En la madrugada del sábado 11 de julio de 2020, hacia las tres de la mañana, comenzó a estar nuevamente delicada, se le atendió rápidamente y al ver que su corazón se iba debilitando más —pues el índice de oxígeno bajaba apresuradamente— las hermanas llamaron a una ambulancia para trasladarla al hospital, mientras la comunidad se reunía en torno suyo para acompañarla. Poco a poco, el aceite de su lámpara se fue apagando, hasta que se consumió por completo en el altar. El diagnóstico de su fallecimiento: choque cardiogénico e infarto agudo del miocardio.

El cristiano está llamado a creer, afirmar y enseñar que para él la muerte no es muerte, no es un final, sino que la muerte física es el inicio de una vida nueva que no terminará nunca y la hermana María Luisa seguriá siendo, seguramente, la estrellita que guíe a muchas almas que guardarán un recuerdo de su maestra. 

Damos gracias a Dios por vidas consagradas como la de la hermana María Luisa, que se van gastando y desgastando en la tarea de una vida que, con sencillez y alegría, va realizando los anhelos y esfuerzos misioneros, dedicados, en ella, especialmente a la educación y ofrecidos durante su vida, por la salvación de las almas.

Descanse en paz la hermana María Luisa de Ávila Aguilar.

Padre Alfredo.

«La Ley de ser como Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy


La mayoría de las veces, en el Evangelio, Jesús nos deja grandes enseñanzas de acontecimientos sencillos que ocurren en la vida ordinaria. Hoy (Mt 12.1-8) en el Evangelio se nos presenta un suceso que se presta para la discusión con los fariseos. Es sábado, los discípulos tienen hambre y van arrancando por el camino espigas para comerse los granos. El problema no es que vayan tomando las espigas que no son de ellos, ya que en la antigüedad y aún ahora en muchos lugares, los frutos que están sobre el camino pueden tomarse por los caminantes; el problema, para los fariseos, es que «es sábado». Los discípulos son sorprendidos por los fariseos en flagrante delito de violación del descanso del sábado y violan una de las reglas de la Mischna (Sabbath 7, 2 que anuncia las treinta y nueve actividades prohibidas en día de sábado). La réplica de Cristo a los fariseos es clara: la ley que prohíbe arrancar las espigas en sábado no es más que un documento de comentaristas de la ley; por el contrario, la misma ley autoriza claramente a comer el pan sagrado cuando se tiene hambre (vv. 3-4; cf. 1 Sam 21, 2-7).

La lección —como nos debe quedar claro— nos toca también a nosotros, que si somos legalistas y exigentes, si estamos siempre en actitud de criticar y condenar no ganamos nada. Es cierto. Debemos cumplir la ley, como lo hacía el mismo Jesús. Pero el sábado, que estaba pensado para liberar al hombre, lo convertían algunos maestros en una imposición agobiante. Jesús nos enseña a ser humanos y comprensivos, y nos da su consigna, citando al profeta: «quiero misericordia y no sacrificios». Los discípulos tenían hambre y arrancaron unas espigas. No había como para condenarles tan duramente. Seguramente, también nosotros podríamos ser más comprensivos y benignos en nuestros juicios y reacciones para con los demás. «Misericordia quiero y no sacrificios». Los fariseos no están muy preocupados si los discípulos tienen hambre o no. «Arrancar espigas» estaba permitido por Dt 23,26 para proteger los derechos de los pobres. Los fariseos, sin embargo, consideraban el arrancar espigas como equivalente «a la recolección de espigas», trabajo prohibido en sábado (cf. Ex 34,21). Señalan el hecho a Jesús, esperando que éste corrija la conducta de los discípulos. Se dirigen a él sin ninguna fórmula de cortesía o respeto. Jesús, en vez de corregir a los discípulos, defiende su conducta. Y, a la manera de la controversia rabínica, comienza su respuesta con la frase: «¿No han leído?» Cita a continuación un episodio bien conocido de la historia de David (1 Sm 21,1ss), quien, ante la necesidad propia y la de sus hombres, se permitió contravenir a lo expresamente prescrito en la Ley (Lv 24,9).

No podemos quedarnos nunca en la letra, tenemos que ir al espíritu de la ley que es la ley del amor, la ley del compartir, la ley de ser solidarios, la ley de pensar en el otro, la ley de ser, como decía la beata María Inés, una copia fiel de Jesús. San Pedro Liu Ziyu, un santo definitivamente desconocido para la mayoría de nosotros que era encargado de la iglesia de su pueblo de Tiu-Kia-Sion, en China es un muy bien ejemplo de ser una copia fiel de Jesús y se celebra hoy. Él no quiso huir cuando la persecución de los bóxers amenazaba a todos los creyentes, sino quiso ser fiel a Jesús. Llegó el mandarín, partidario de los bóxers, y como no encontraron a Pedro, mandó arrestar a un sobrino suyo, que no conocía su paradero y además era pagano. Cuando Pedro supo el asunto, se presentó al mandarín para salvar a su sobrino. Éste le ofreció salvarle la vida si apostataba, a lo que se negó firmemente, soltaron a su sobrino y allí mismo san Pedro fue decapitado. Tenía 57 años. Fue canonizado el 1 de octubre de 2000 por san Juan Pablo II junto con los demás mártires de China. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 16 de julio de 2020

«Nuestra Señora del Carmen»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy es la fiesta de la Virgen del Carmen. Esta conmemoración es una de las celebraciones marianas más populares y más queridas en el pueblo de Dios. Casi espontáneamente nos traslada a la tierra de la Biblia, donde en el siglo XII un grupo de ermitaños comenzó a venerar a la Virgen en las laderas de la cordillera del Monte Carmelo, que tengo la dicha de conocer. De este pequeño grupo de hermanos, reunidos junto a la fuente de Elías, nacerá lo que hoy es la Orden de los Carmelitas, consagrada a la Virgen del Monte Carmelo, Madre del Señor. En la Escritura se hace referencia muchas veces a la vegetación exuberante del sagrado monte del Carmelo (cf. Is 35,2; Cant 7,6; Am1,2), ligado desde antiguo a la experiencia de Dios a través de la vida y el ministerio del profeta Elías (1Re 18,19-46). La frondosidad y la belleza del Carmelo evocaban aquella otra belleza que adornó siempre a María: su docilidad a la palabra de Dios, su oración callada y su fe inquebrantable. A ella se le pueden aplicar con razón las palabras del profeta Isaías: «Le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón» (Is 35,2).

El Evangelio de hoy (Mt 11,28-30), nos pone a Jesús hablándonos con sencillez y haciéndonos una invitación: «Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera» y yo me pregunto: ¿Quién de nosotros no está ahora cansado y agobiado en medio de esta adversa situación que vivimos por la pandemia de este coronavirus que parece haberse querido instalar en nuestro mundo? Jesús nos invita a ir a Él y si lo vemos en la imagen de Nuestra Señora del Carmen lo vemos en brazos de su Madre en donde también nosotros encontraremos paz y tranquilidad. El escapulario de la Virgen del Carmen nos recuerda que María acompaña a los discípulos–misioneros de su Hijo, que anuncian la salvación en tierras de misión y desde las redes sociales, como ahora lo hacemos nosotros en esta dura realidad. Ella acompaña a cuantos dan testimonio del Evangelio en medio de este descreído mundo de nuestra sociedad materialista y enferma no solo de Covid-19, sino de egoísmo, envidia, soberbia y no sé cuántas cosas más.

Yo les invito a mirar detenidamente la imagen de Jesús Niño en brazos de Nuestra Señora del Carmen deteniéndonos especialmente en su rostro, feliz en el regazo mariano y como diciéndonos: «Yo less daré respiro»... «les procuraré una pausa»... «para que su carga sea más llevadera». Y les invito a que junto a María, a Nuestra Señora del Carmen le digamos al Señor: «Oh, Dios todopoderoso y eterno, alivio en la fatiga, fortaleza en la debilidad; de Ti todas las criaturas reciben aliento y vida. Venimos a Ti para invocar tu misericordia porque hoy conocemos de nuevo la fragilidad de nuestra condición humana al vivir la experiencia de una nueva epidemia viral. Te confiamos a los enfermos y sus familias, sana su cuerpo, mente y espíritu. Ayuda a todos los miembros de la sociedad a hacer lo que deben y a reforzar el espíritu de caridad entre ellos. Cuida y conforta a los médicos y profesionales de la salud en el desempeño de su servicio. Tú que eres la fuente de todo bien, bendice con abundancia a la familia humana, aleja todo mal de nosotros y concede una fe firme a todos los cristianos. Libéranos de esta epidemia que nos golpea para que podamos volver en paz a nuestras ocupaciones habituales para así alabarte y darte gracias con un corazón renovado. En ti, Padre santo, confiamos y a ti dirigimos nuestra súplica porque tú eres el autor de la vida, con tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y en la unidad del Espíritu Santo, vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. ¡María, Señora del Monte Carmelo, salud de los enfermos, ruega por nosotros! ¡Bendecido jueves!

Padre Alfredo.

miércoles, 15 de julio de 2020

«La hermana Carmen Ruiz Pisil»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo LXI

Las dos primeras bienaventuranzas (Mt 5,1s): El ser pobre para «dejarse amar por Dios», y el ser «manso y humilde» para «dejar a Dios ser Dios» marcan siempre el hilo conductor de la vida de todo consagrado. Y la vida de la hermana María del Carmen Soledad Ruiz Pisil no es la excepción. Por eso quiero compartir ahora algunos rasgos de la vida de esta ejemplar mujer que al pasar por este mundo dejó las huellas de Cristo en lo que fue y en lo que hizo.

La hermana Carmen —como era conocida— nació en Puebla de los Ángeles, México el 29 de abril de 1933 y allí vivió su niñez y adolescencia. Ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 3 de octubre de 1952 iniciando su noviciado el 8 de abril de 1953 para irse formando en las virtudes de la vida consagrada. El 29 de mayo de 1955, se consagró a Dios temporalmente —como se acostumbra en los pasos de la vida consagrada— e hizo su profesión perpetua el 3 de diciembre de 1960 ante su fundadora la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, pues tuvo la dicha de que la beata estuviera presente en todas estas ceremonias de su vida consagrada.

Casi toda su vida religiosa la dedicó a la educación, pues estudió la Normal Primaria y la Normal Superior. Tenía muy marcado en su corazón el ideal de la beata María Inés: «Ver y formar a Cristo en el alumno» y formó muchas generaciones de niños y jóvenes durante su vida religiosa. Sus pininos en la educación los hizo en Ciudad de México, en la comunidad de Talara, en donde fue maestra de primaria. Después, en Cuernavaca, en la Casa Madre, fue maestra y directoria del colegio que en ese entonces tenía allí la congregación.

En 1964 recibió su cambio a Monterrey en donde en diversas épocas fue Directora y subdirectora del colegio Isabel la Católica. En 1970 regresó a Ciudad de México y en 1976 fue enviada a Huatabampo, Sonora como maestra y directoria del Colegio Sonora. De 1981 a 1991 realizó su misión en Monterrey, siempre en el campo educativo. Allí tuve la dicha de conocerla y de que me acompañara en mi camino como seminarista hasta el día de mi ordenación sacerdotal. Después la seguí viendo esporádicamente en mis viajes misioneros a los lugares en donde estaba, algunas veces dando Ejercicios Espirituales, celebrando la Misa o en confesiones y pláticas amenas. La recuerdo como una hermana muy sencilla, muy humilde y muy centrada en su vocación.

Después de esa época en Monterrey fue enviada a Mazatán, Chiapas, colaborando en el apostolado de la escuela de Catequesis de esa comunidad. Allí, mismo en el estado de Chiapas, fue maestra en la comunidad de La Florecilla de 1997 a 2006 formando muchas generaciones de niños de las etnias zotzil y tzental y jóvenes a quiens acompañó el la secundaria abierta dando asesoría. Se empeñó en enseñar español a niños y jóvenes dándoles herramientas para su futuro.

No solo estas gentes chiapanecas, sino muchos de sus alumnos y alumnas en diversas partes, la recuerdan con cariño y gratitud como una maestra buena, ejemplar e incansable que continuamente se esforzaba por dar lo mejor a sus alumnos.

El año 2007 lo pasó en la comunidad de La Villa, cerquita de la Basílica de Guadalupe con trabajo parroquial y del 2008 al 2012 vivió en Arandas, Jalisco colaborando en la catequesis y en diversas tareas parroquiales en donde su experiencia de vida y en el campo educativo, le dieron las herramientas necesarias para un trabajo apostólico muy fecundo. Finalmente, y luego de una vida gastada y desgastada en la misión, recibió su cambio a la Casa del Tesoro en Guadalajara.

Toda su vida fue una mujer muy responsable, eficiente, trabajadora, abnegada y llena de celo apostólico. Como persona era humilde y muy paciente, servicial y generosa. Después de su muerte una de las hermanas que había sido su superiora un buen tiempo, comentaba que se le veía por las noches hacer oración con mucha devoción y largo tiempo, pues ella sabía que, como dice la beata María Inés: «el alma de todo apostolado es el alma de oración; que a la oración están vinculadas las gracias de conversión, de regeneración, de perdón, de santidad».

Sus últimos años de vida estuvieron marcados por la hipertensión arterial, pero a principios de junio de 2019, manifestó un fuerte debilitamiento físico que la postró en cama hasta el grado de no poderse levantar, pues todo era gran esfuerzo y fatiga.

Las hermanas que la atendían comentan que fue una hermana muy agradecida, confiada, tranquila y llena de fe. Quienes la visitaban sentían su cariño y pudieron palpar cómo vivía de fe y les hacía sentirse queridos y contagiados de su fe y de su cariño a María Santísima, a quien siempre amó y no dejó nunca de invocar. En los últimos meses de su vida su salud fue disminuyendo notablemente hasta que el día 5 de agosto tranquila y serenamente entregó su alma al Creador.

Descanse en paz la hermana Carmen Ruiz Pisil.

«Con sencillez de corazón»... Un pequeño pensamiento para hoy


Cuántas veces aparece en la Biblia que a Dios no lo descubren los sabios y los poderosos, porque están demasiado llenos de sí mismos. Sino los débiles, los humildes, los sencillos que tienen un corazón sin demasiadas complicaciones. Las personas espontáneas, las de corazón simple, son las que saben entender los signos de la cercanía de Dios. Lo afirma Jesús, por una parte, dolorido, y por otra, lleno de alegría en el Evangelio de hoy (Mt 11,25-27). En general, en el Evangelio, podemos constatar continuamente este hecho; basta ir al pasaje que nos narra que cuando nació Jesús en Belén, le acogieron María y José, sus padres, una humilde pareja de jóvenes judíos; los pastores, los magos de tierras lejanas y los ancianos Simeón y Ana. Los «sabios y entendidos», las autoridades civiles y religiosas, no lo recibieron. Y por eso se entiende que entre «estas cosas» que no captan los sabios está, sobre todo, quién es Jesús y quién es el Padre. La presencia de Jesús en nuestra historia sólo la alcanzan a conocer los sencillos, aquellos a los que Dios se lo revela.

A lo largo de su vida se repite la escena. La gente del pueblo alaba a Dios, porque comprenden que Jesús sólo puede hacer lo que hace si viene de Dios. Mientras que los letrados y los fariseos buscan mil excusas para no creer. La gente sencilla es la que ha sabido ver en la acción de Jesús, en sus humildes señales, los signos del Reino de Dios que irrumpe con fuerza en la historia humana. Jesús es el Mesías que no se manifiesta con autoritarismo, vanidad o prepotencia. Su acción divina se concentra en la solidaridad, en la justicia interhumana, en el respeto a mujeres, niños y enfermos. Su obra en favor de las personas es la obra de Dios. Por eso, quien aspire a conocer a Dios, a verlo con mirada clara y transparente, debe dejarse interpelar por esta sencilla persona llamada Jesús. Es la limpieza de corazón, la ausencia de todo interés torcido, la que permite discernir en las obras que realiza Jesús la mano de Dios. Es la sencillez de los santos y por cierto, hoy celebramos a san Buenaventura, el obispo y doctor de la Iglesia que después de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la Universidad de París, bajo la dirección del maestro inglés Alejandro de Hales. De 1248 a 1257, enseñó en esta universidad teología y Sagrada Escritura distinguiéndose porque a su genio penetrante unía un juicio muy equilibrado con humildad y sencillez, que le permitía ir al fondo de las cuestiones sin hacer alarde de su sabiduría y dejar de lado lo superfluo para discernir todo lo esencial y poner al descubierto los sofismas de las opiniones erróneas.

El santo se distinguió en filosofía y teología escolásticas, además, como digo, de su vida sencilla. Gobernó la orden de San Francisco durante 17 años, y por eso se le llama el segundo fundador. En 1265, el Papa Clemente IV trató de nombrar a San Buenaventura arzobispo de York, pero el santo consiguió disuadir de ello al Pontífice. Sin embargo, al año siguiente, el Beato Gregorio X le nombró cardenal obispo de Albano, ordenándole aceptar el cargo por obediencia. Se le encomendó la preparación de los temas que se iban a tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión de los griegos ortodoxos y él, con la sencillez, la humildad y la caridad que le caracterizaban hizo lo que tenía que hacer. Mereció el título de «Doctor Seráfico» por las virtudes angélicas que realzaban su saber. Fue canonizado en 1482 y declarado Doctor de la Iglesia en 1588. Yo creo que nos convendría a todos tener unos ojos de niño, un corazón más humilde, unos caminos menos retorcidos, en nuestro trato con las personas y, sobre todo, con Dios. Y saberles agradecer, a Dios y los demás, tantos dones como nos hacen. Siguiendo el estilo de Jesús y el de María, su Madre, que alabó a Dios porque había puesto los ojos en la humildad de su sierva. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 14 de julio de 2020

El mensaje de la Cruz...* Un tema de retiro

El mensaje misionero de la evangelización consiste en «predicar a Cristo crucificado sin desvirtuar la cruz» (Cf. 1Cor 1,23, 1Cor 1,17). San Pablo no hizo otra cosa que anunciar al crucificado, con su misma vida de enviado o apóstol: «En adelante nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las llagas de Jesús» (Gal 6,17). La fuerza para conseguir la conversión de los evangelizados provenía, él lo sabía perfectamente, de la debilidad de la cruz (Cf. 1Cor 1,24).

En el sermón del día de Pentecostés, Pedro nos dice que quien ha resucitado es el mismo que fue crucificado (Cf. Hech 2,32-26). La autorevelación de Dios Amor tiene lugar en la encarnación y en la redención, como proceso de «anonadamiento» y de «exaltación» (Flp 2,5-11. Desde entonces, la única imagen válida de Dios es la de Cristo crucificado por amor. Toda la historia humana con sus semillas del Verbo y con su preparación evangélica, y toda la revelación propiamente dicha apunta al Verbo encarnado, crucificado y resucitado.

La misión y la vida del apóstol sólo pueden leerse en clave de cruz. Sólo en la cruz se revela Dios Amor. Cristo ocupó el último puesto en el mundo —la cruz—, y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente (DCe 35). Se trata, entonces, de compartir su mismo estilo de vida para evangelizar el mundo. El misterio de encarnación y redención de Jesús es de anonadamiento como paso para llegar a la resurrección. Es el «despojamiento total de sí», que lleva a Cristo a vivir plenamente la condición humana y a obedecer hasta el final el designio del Padre. Se trata de un anonadamiento que, no obstante, está impregnado de amor y expresa el amor.

Después de la crucifixión de Jesús, Juan invita a «mirar» con ojos de fe el costado abierto del Señor, del que brota sangre y agua, como símbolo de la Iglesia y de sus sacramentos (Jn 19,33-37; Cf. DCe 7). A partir de esta mirada contemplativa y vivencial, el apóstol se afirma en la ciencia amorosa y fecunda de la cruz: “«nosotros predicamos un Cristo crucificado»; «no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1Cor 1,23;1Cor 2,2). La cruz es la nota característica del amor de Dios: ha querido experimentar la nada radical del ser humano ante el dolor y la muerte, para abrir el camino hacia las manos y el corazón del Padre. La pobreza evangélica de Cristo indica que, como Dios que es, se da a sí mismo del todo y a todos, por eso la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, para vivir el voto de pobreza hace referencia a la cruz: “El voto de pobreza es, ante todo, una contemplación de la pobreza de Jesús durante su Ministerio de Salvación y sobre todo en la cruz” (Estatutos M.C.I.U. # 58). 

El gozo pascual —que se recalca sobre todo en el tiempo de la Pascua pero que siempre se ha de vivir— se alcanza si se contempla desde la cruz, y esta aparece en la vida del apóstol cuando éste se decide a transformar el sufrimiento en donación. «El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas... Viviendo las Bienaventuranzas, el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido. La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la "Buena Nueva" ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza» (RMi 91). La cruz del misterio pascual ilumina y transforma la historia. Por esto, el apóstol está convencido de que «el que no busca la cruz de Cristo, no busca la gloria de Cristo» (San Juan de la Cruz, “Avisos”, n. 101).

La vida del apóstol está enteramente relacionada con la cruz. Sólo el que sabe sufrir con Cristo puede cargar la cruz, porque se agradece el compartir la misma suerte de Cristo. «Estoy crucificado con Cristo» (Gal 2,19). «Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Cor 1,23- 24). La cruz es la compañera inseparable, la dulce compañera que, cuando se sabe aceptar y amar, llena de dicha todos los instantes de la vida. Cuando el papa Benedicto XVI escribió su primera encíclica quiso llevar a la humanidad entera a Jesús crucificado y dice: «Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: "Dios es amor" (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar» (DCe 12.).

La situación de cruz, y por consiguiente de dolor, no se ciñe solamente a las circunstancias de enfermedad y de muerte. Hay dolores más profundos que esos: desilusiones, incomprensiones, problemas, humillación, marginación, soledad, abandono, separación de seres queridos, fracasos, persecución, injusticia, ingratitud... no deben cuestionar ni poner en duda nuestra gratitud hacia Dios. Vamos tras un Jesús crucificado y vamos con la propia cruz por este mundo siguiendo al crucificado. El Señor nos convida a cargar la cruz a sabiendas de que una vida consagrada sin problemas no sería una vida cristiana, porque sería una vida sin cruz. A veces, se deja sentir un aparente silencio y ausencia de Dios, pero es más que esto, es la voz del Padre que invita a hacer de la vida la misma oblación amorosa de su Hijo Jesús. La vida es hermosa porque, aún en el dolor, si se transforma en donación, podemos correr la misma suerte de Cristo. El dolor se convierte en encuentro «esponsal», hay que recordar como Madre Inés habla de un desposorio de Sangre ("¿Podéis beber el cáliz (la copa de alianza o de bodas) que yo he de beber?" Mc 10,38). Cristo mismo calificó a su pasión como «copa de alianza» (o de bodas) preparada por el Padre (Jn 18,11; Lc 22,20). El discípulo–misionero, que se habitúa al encuentro con Cristo en el evangelio, en su eucaristía y en los que sufren, aprende fácilmente que el camino del dolor es camino de Pascua, camino de bodas. La invitación de Jesús sigue aconteciendo: «bebed todos de este cáliz» (Mt 26,27; cf. Mc 10,38. E. CANONICI, “Dolore che salva”, Ediz. Porziuncola 1992; C. CARRETTO, “Perché Signore?, Il dolore...”, Brescia, Morcelliana 1985; J. GALOT, “Pourquois la souffrance?”, Louvain, Sintal 1984; G. GUTIERREZ, “Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente“, Salamanca, Sígueme 1986; I. LARRAÑAGA, “Del sufrimiento a la paz”, Madrid, Paulinas 1985).

Por eso a Cristo se le conoce amando (Jn 14,21). Su amor llega hasta «dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Para él, «dar la vida» es el misterio de Belén (pobreza), Nazaret (humildad) y Calvario (sufrimiento). Es siempre el misterio de vivir, sufrir y morir amando. La cruz es una vida donada que, ordinariamente comporta el sufrimiento.

Cuando llegue la Pascua, y contemplemos el cuerpo resucitado del Maestro, conservará las llagas de su pasión. Por esto, al aparecer a sus discípulos, «les mostró las manos y el costado, las manos y los pies» (Jn 20,20 Lc 24,40). Aquellas «apariciones» siguen aconteciendo, de otro modo más profundo, por medio de los signos y huellas que él ha dejado en su Iglesia y en la vida de cada ser humano. Los sacramentos son los signos eficaces de esta manifestación de Jesús. El misterio pascual, actualizado y celebrado en los sacramentos, se concreta en el misterio de la cruz, como «humillación» y como «exaltación» de Cristo que nos amó hasta el extremo (Fil 2,5-11; Jn 12,32).

El amor entre Dios y el hombre inicia en el mismo Dios. Es él quien lo lleva a perfección. La cruz de Jesús indica ese momento como el más epifánico y fecundo de su amor. Ante esta epifanía —manifestación— de Dios amor, el hombre se queda siempre corto. Por esto, la fecundidad espiritual y apostólica se dará en la medida en que el apóstol participe en la epifanía de la cruz (AA.VV., “La sapienza della croce oggi”, Torino, LDC 1976; AA.VV., “Sabiduría de la cruz”, Madrid, Narcea 1980; H.U. VON BALTHASAR, “La gloire et la croix”, Aubier 1965; V. BATAGLIA, “Croce, Trinità, creazione”, “Antonianum” 64 (1989) 246-307; J. ESQUERDA BIFET, “La fuerza de la debilidad. Espiritualidad de la cruz”, Madrid, BAC 1983; J. MOLTMANN, “El Dios crucificado”, Salamanca, Sígueme 1975; P. REGAMEY, “La cruz del cristiano”, Madrid, Rialp 1961; L. RUANO, “El misterio de la cruz”, Madrid, BAC 1994). La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás (DCe 33).

En la acción misionera, la cruz es señal de garantía. No ha existido nunca un verdadero apóstol que no haya sido crucificado con Cristo. El fracaso momentáneo o aparente, los malentendidos y la misma persecución de los buenos, están dentro de la lógica evangélica: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24) Por esto, «la cruz fecunda cuanto toca» (Beata Concepción Cabrera de Armida).

La cruz es el momento privilegiado para hacer explotar las virtualidades escondidas de la misión. Esta es como el granito de trigo que debe caer en la tierra y morir para dar fruto abundante. El proceso de este despertar de las virtualidades de la misión es lento y doloroso. Dios hace experimentar la propia nada, como de «pincelito roto», según la expresión de Santa Teresita del Niño Jesús. La fuerza divina actúa en la medida en que uno sea «Instrumento vivo de Cristo» (PO 12), hasta dar la vida. Este proceso doloroso transforma el aparente silencio y ausencia de Dios en epifanía y cercanía suya. Por eso San Juan de la Cruz escribe: «Conviene que no nos falte cruz, como a nuestro Amado, hasta la muerte de amor» (San Juan de la Cruz, “Carta 11”).

El martirio nunca estará de moda, porque participa del misterio pascual de Jesús muerto y resucitado. El martirio cristiano no se puede entender si no es en la perspectiva de la cruz. Los mártires ordinariamente no son noticia para el mundo porque participan de la fragilidad de la cruz. San Juan Pablo II nos dejó escrito: «Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires... Es un testimonio que no hay que olvidar... En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi "milites ignoti" de la gran causa de Dios» (TMA 37). 

Estamos en un mundo de mártires, aún en nuestros días no es nada extraño que en alguno de los países africanos, de Asia o de América, algun misionero muera martirizado. El único sostén del «testigo» de Cristo es el amor al mismo Cristo crucificado: «La caridad, según las exigencias del radicalismo evangélico, puede llevar al creyente al testimonio supremo del martirio» (VS 90. Por esto, como dice este mismo documento en el número 93: «el martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia: la fidelidad a la ley santa de Dios, atestiguada con la muerte es anuncio solemne y compromiso misionero "usque ad sanguinem" para que el esplendor de la verdad moral no sea ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las personas y de la sociedad... Si el martirio es el testimonio culminante de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe no obstante un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios»). El «mártir», testigo de Cristo, demuestra con claridad que la cruz del misterio pascual es fuente de gozo en la entrega total. 

El misterio pascual de Cristo es la máxima expresión de su amor: «nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Así «Cristo ha amado a la Iglesia y se ha ofrecido en sacrificio por ella» (Cf. Ef 5,25). «Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena. Ya en aquella hora, Él anticipa su muerte y resurrección, dándose a sí mismo a sus discípulos en el pan y en el vino, su cuerpo y su sangre como nuevo maná —cf. Jn 6, 31-33—» (DCe 13). El martirio participa en este amor oblativo de Cristo por su Iglesia y por toda la humanidad. El mártir cristiano, al morir por la verdad que es Cristo, da la vida por todos como Cristo: amando y perdonando. Así, la Eucaristía, donde se hace presente el misterio pascual, sigue siendo la fuente generadora de misioneros, vírgenes y mártires, «pan partido» para todos.

Por el hecho de haber encontrado a Cristo en el propio camino de sufrimiento, el apóstol intuye los dolores más profundos de la humanidad, especialmente en su búsqueda de Dios. Es interesante notar cómo las grandes figuras misioneras han sabido compartir los sufrimientos de los hermanos, a partir de una experiencia peculiar de la cruz. A imitación de Cristo, que comparte nuestro dolor sin dar explicación teórica, el apóstol se contagia. La cercanía al hermano que sufre es más inmanente y «encarnada», precisamente por partir de la trascendencia de la cruz. Cada día se aprende que Cristo reina desde el «anonadamiento» de la cruz, porque, en su «grito» al Padre, ha asumido esponsalmente todos los sufrimientos de la humanidad (cf. Fil 2,7). Por eso los santos, como es el caso de san Juan de Avila, entre otros, inspiraban su celo apostólico en esta misma unión con Cristo crucificado: «¡Oh cruz, hazme lugar, y recibe mi cuerpo y deja el de mi Señor! ¡Ensánchate, corona, para que pueda yo ahí poner mi cabeza! ¡Dejad, clavos, esas manos inocentes, y atravesad mi corazón, y llagadlo de compasión y amor!... ¿qué has hecho, Amor dulcísimo? ¿Qué has querido hacer en mi corazón? Vine aquí para curarme, ¡y me has herido! vine para que me enseñases a vivir, ¡y me haces loco! ¡Oh sapientísima locura, no me vea yo jamás sin ti» (San Juan de Ávila, “Tratado del amor de Dios”).

Los patronos secundarios de la Familia Inesiana, san Francisco Javier y santa Teresita del Niño Jesús, quedaron marcados claramente por la cruz; sus testimonios los conocemos muy bien. San Francisco Javier escribía en una carta: «Los que gustan de la cruz de Cristo nuestro Señor descansan viniendo en estos trabajos, y mueren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos» (San Francisco Javier, “Carta del 28 septiembre 1542”) y santa Teresita entre sus últimas palabras decía: «La muerte de amor que deseo es la de Jesús en la cruz» (De sus últimas palabras). Bien dice la Redemptoris Missio: «La misión recorre este mismo camino —de anonadamiento de Cristo— y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz» (RMi 88).

Entre otros más podemos citar a Edith Stein que decía: «Yo estoy contenta con todo. Una ciencia de la cruz sólo puede lograrse cuando uno llega a experimentar del todo la cruz» (Edith Stein Werke, IX, 167. “La ciencia de la cruz”, Burgos, Edit. Monte Carmelo 1986. Ver: F. OCHAYTA, “Edith Stein nuestra hermana”, Sigüenza 1991; F.X. SANCHO, “La ciencia de la cruz de Edith Stein”, “Teresianum” 44 (1993) 323-352). La beata Concepción Cabrera de Armida (1862-1937) orienta toda su vida a la luz de la llamada de Cristo crucificado para salvar almas, como lo expresa también la beata María Inés Teresa. Su vocación, dice, es la de ser «cruz viva» por un «amor amasado en el dolor». Se trata de «traspasar» el dolor con la mirada fija en la mirada de Cristo crucificado. De ahí, como en el caso de la beata María Inés Teresa, nace su celo de almas y hacia ahí se orienta: «si quieres salvar almas, transfórmate en la cruz» (Cuenta de Conciencia 4/197-199). La fecundidad apostólica nace de la cruz: «la cruz fecunda cuanto toca... Ese amor amasado con el dolor es el amor salvador... La cruz es el pulso del amor, y para saber sufrir, saber amar» (Cadena de Amor, 14,15. Ver especialmente la Cuenta de Conciencia). También de nuestros tiempos es san Alberto Hurtado que escribe: «Debemos volver... al Salvador pobre, doliente y crucificado para ser como Él y por Él, pobres, sencillos, dolientes y si fuera necesario, muertos por Él» (Citado en “Es tiempo de amar. Padre Alberto Hurtado”, Compendio de la vida y obra del P. Alberto Hurtado Cruchaga, preparado por motivo de su canonización. Ed. Desafío, Santiago de Chile, Septiembre 2005, p. 40).

La beata María Inés Teresa Arias vivió dedicada totalmente al celo misionero sin fronteras. El misterio de la cruz la llevó a descubrir el «precio de las almas». Ella quería a sus misioneros y misioneras convertidos en «una hermosa escultura de Jesús crucificado». El Señor «nos hace amar su cruz y las almas». Quería ser mártir e hizo voto de vivir como «Víctima de Holocausto de amor»: «Me he ofrecido víctima a tu amor. Que sea una verdadera víctima, dulce y afable, que te encante y te deleite. Que ya para mi próxima profesión Perpetua quiero ser una verdadera esposa fiel, viviendo vida oculta en mi corazón Contigo y en la Cruz; bien se Dios mío, que no bastan mis propósitos por sinceros y fuertes que sean, si tu gracia no los fecundiza y para que ésta no me falte, que mi oración sea sin interrupción» (Ejercicios Espirituales de 1933. Se ve que santa Teresita la contagió del celo por las almas y de la valentía espiritual que se apoya en la fuerza de Dios. “El martirio —decía Santa Teresita—: he aquí el sueño de mi juventud").

La presencia de María suaviza la cruz, porque ella jamás murmuró, ni se mostró indecisa y perpleja ante la voluntad de Dios, ante la cruz de cada día. La Virgen del «hágase» estuvo siempre dispuesta a cumplir con la voluntad de Dios, aunque las indicaciones no fueran muy claras ni precisas. Admirable tipo de fortaleza espiritual que sólo puede venir del Espíritu Santo para iluminar el corazón de la que permaneció al pie de la cruz.

A la hora de los milagros del Hijo, la Madre se oculta, no aparece, pero al pie de la Cruz allí está, en la respuesta más heroica de su corazón maternal, en la ofrenda total. Manifestación suprema del Espíritu de fortaleza. María enseñó a los primeros apóstoles y, sigue enseñando hasta nuestros días a los misioneros de hoy, a seguir a Cristo (Jn,2,12), a perseverar al pie de la Cruz en los momentos de prueba y de dolor (Jn 19,25-27), y a renovarse con las nuevas gracias del Espíritu Santo (Hch 1,14ss). María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva (DCe 42). 

Hay que decir con María un fiat pleno de fe y amor, en el que sin duda esperamos una cruz, pero será siempre una cruz santificadora, salvadora, para muchas almas, infinitas almas. Es la maternidad espiritual del apostolado: «quiere que ames la cruz y que, con tus dolores, cualesquiera que ellos sean, le compres innumerables almas. La maternidad, aun la espiritual, se compra a base de sacrificios». (Ver especialmente: “La lira del corazón de la Misionera Clarisa”). 

Padre Alfredo.

*Basado en una conferencia que di en Mange Bureh, Sierra Leona, Africa.