La fe, nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, «es una adhesión personal del hombre a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y palabras» (CEC 176). De esta fe, al celebrar hoy la fiesta de la Sagrada familia, hacemos referencia en la liturgia de la Palabra a Abraham, el padre de todos los creyentes, precisamente por su capacidad de escucha atenta a Dios y por someterse libremente a la palabra escuchada, como nos recuerda san Pablo. Abraham, al ponerse en camino sin saber exactamente hacia dónde dirigirse y estar dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, da su asentimiento con todo su ser a Dios que se revela (cf Dei Verbum 5). La fe es un don de Dios, un obsequio que ilumina la razón abriéndole horizontes amplios y profundos de manera que ésta puede llegar ahí donde por sí sola no puede ni alcanza. (Cf. Fides et Ratio 16). También la Sagrada Familia de Nazareth ha de vivir con fe los planes divinos. Sin duda alguna ni María ni José comprenden del todo lo que Dios quiere, pero los dos guardan dentro de su corazón y meditan lo que el Señor dispone, viviendo en las sombras de la noche como aquel primer peregrino que salió de su tierra sin saber qué rumbo había de tomar. María y José se adhieren al beneplácito de Dios dejando en un segundo plano los deseos personales, los propios gustos y criterios, adhiriendo por completo sus vidas al Padre misericordioso aprendiendo a prescindir de sí mediante un acto pleno de abandono y confianza, fundados en Él que es la verdad misma que no puede ni engañarse ni engañarnos.
El Padre Eterno ha querido que su Hijo Jesús formara parte de una familia natural para participar de algún modo misterioso de la gran familia humana. María y José, acogiendo al Divino Niño como un don venido de lo alto, y acompañándole en su crecimiento integral como verdadero hombre (cfr. Lc 2,52) son modelo de aquel amor responsable y generoso que los padres, como partícipes del poder creador de Dios, han de ofrecer a sus hijos. Esto es importante sobre todo en el mundo de hoy, en el que «el papel de la familia en la edificación de la cultura de la vida es determinante e insustituible.» (Evangelium Vitae, 92). Toda familia está llamada a esto a lo largo de la vida de sus miembros, desde el nacimiento hasta la muerte. La familia es verdaderamente el santuario de la vida (Centesimus annus nº 39). La vida del ser humano, en toda familia, es un continuo caminar en la fe. Para nosotros, como lo fue para Abraham, para Sara y para la Sagrada Familia de Nazaret, caminar en la fe significa poner por encima de nuestra jerarquía de valores a Dios, cumplir su voluntad a través de las manifestaciones concretas y puntuales que se nos van presentando en el ser y quehacer de cada día a lo largo de cada año.
Hoy llegamos al final del 2017 y es justo que, en medio de tantas situaciones conflictivas que nuestro globalizado mundo vive, demos gracias por tantas familias sanas, bien constituidas, instruidas en su fe católica y conscientes de su misión dentro de la Iglesia, donde sigue floreciendo la vida cristiana, esperanza de un bendecido 2018 y de muchos años venideros más. En el clima de Navidad, y cerrando la Octava, celebramos a la Familia que formaron en Nazaret María, José y Jesús. La fiesta además resulta aleccionadora y estimulante para nuestra vida de familia y comunidad en las vísperas de un año nuevo. La Familia de Nazaret aparece este último día del año como una lección para las nuestras. Este domingo nos acercamos a esta Familia Sagrada con infinito respeto. En ella encontramos la plenitud de la comunión interpersonal y del pacto conyugal y de las relaciones entre padres e hijo. La Sagrada Familia nos invita a revisar el clima de amor, comprensión y comunicación en nuestra propia familia o en nuestra comunidad. Ciertamente muchos padres cristianos y muchos abuelos ven que ya no tienen ningún tipo de influencia sobre sus hijos o nietos, pero en cambio son apreciados en la comunidad cristiana o en cualquier otra asociación y no dejan de ser fecundos, no dejan de «hacer familia» trabajando por el bien de los demás. No tienen una familia destrozada; la tienen enriquecida y fecunda en toda la comunidad. El mundo de hoy hace difícil la comunión, pero la Navidad nos invita a que en verdad la fe, la esperanza y la caridad empiecen este 2018 por casa, por estar experimentando en esta Navidad la cercanía del amor de Dios. No es la simple suma de uno, más uno, más uno lo que hace la familia... la familia es mucho más. Y, si no, miren ésta de José, María y Jesús. Nada falta ni sobra. Una familia con Dios en pleno centro. El 2018 tendrá el color que le demos las familias cristianas de sangre y de fe. ¡Feliz Año Nuevo!
Padre Alfredo.