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El Padre Eterno ha querido que su Hijo Jesús formara parte de una familia natural para participar de algún modo misterioso de la gran familia humana. María y José, acogiendo al Divino Niño como un don venido de lo alto, y acompañándole en su crecimiento integral como verdadero hombre (cfr. Lc 2,52) son modelo de aquel amor responsable y generoso que los padres, como partícipes del poder creador de Dios, han de ofrecer a sus hijos. Esto es importante sobre todo en el mundo de hoy, en el que «el papel de la familia en la edificación de la cultura de la vida es determinante e insustituible.» (Evangelium Vitae, 92). Toda familia está llamada a esto a lo largo de la vida de sus miembros, desde el nacimiento hasta la muerte. La familia es verdaderamente el santuario de la vida (Centesimus annus nº 39). La vida del ser humano, en toda familia, es un continuo caminar en la fe. Para nosotros, como lo fue para Abraham, para Sara y para la Sagrada Familia de Nazaret, caminar en la fe significa poner por encima de nuestra jerarquía de valores a Dios, cumplir su voluntad a través de las manifestaciones concretas y puntuales que se nos van presentando en el ser y quehacer de cada día a lo largo de cada año.
Hoy llegamos al final del 2017 y es justo que, en medio de tantas situaciones conflictivas que nuestro globalizado mundo vive, demos gracias por tantas familias sanas, bien constituidas, instruidas en su fe católica y conscientes de su misión dentro de la Iglesia, donde sigue floreciendo la vida cristiana, esperanza de un bendecido 2018 y de muchos años venideros más. En el clima de Navidad, y cerrando la Octava, celebramos a la Familia que formaron en Nazaret María, José y Jesús. La fiesta además resulta aleccionadora y estimulante para nuestra vida de familia y comunidad en las vísperas de un año nuevo. La Familia de Nazaret aparece este último día del año como una lección para las nuestras. Este domingo nos acercamos a esta Familia Sagrada con infinito respeto. En ella encontramos la plenitud de la comunión interpersonal y del pacto conyugal y de las relaciones entre padres e hijo. La Sagrada Familia nos invita a revisar el clima de amor, comprensión y comunicación en nuestra propia familia o en nuestra comunidad. Ciertamente muchos padres cristianos y muchos abuelos ven que ya no tienen ningún tipo de influencia sobre sus hijos o nietos, pero en cambio son apreciados en la comunidad cristiana o en cualquier otra asociación y no dejan de ser fecundos, no dejan de «hacer familia» trabajando por el bien de los demás. No tienen una familia destrozada; la tienen enriquecida y fecunda en toda la comunidad. El mundo de hoy hace difícil la comunión, pero la Navidad nos invita a que en verdad la fe, la esperanza y la caridad empiecen este 2018 por casa, por estar experimentando en esta Navidad la cercanía del amor de Dios. No es la simple suma de uno, más uno, más uno lo que hace la familia... la familia es mucho más. Y, si no, miren ésta de José, María y Jesús. Nada falta ni sobra. Una familia con Dios en pleno centro. El 2018 tendrá el color que le demos las familias cristianas de sangre y de fe. ¡Feliz Año Nuevo!
Padre Alfredo.