En medio de las tribulaciones que todos tenemos, —como yo ahora con una muy especial— hemos de sentirnos seguros y llenos de valor porque confiamos en la inmensa misericordia de nuestro Padre Celestial. El Padre está siempre con nosotros porque, como dice el mismo Cristo: «El Padre los ama» (Jn 16,27). Y ese es el valor que nos quiere dar a sus seguidores, la seguridad de la fe, la confianza de creer firmemente en el Padre. El Señor Jesús, con su resurrección y con su ascensión a los cielos nos deja el encargo de una batalla que continúa, y con esto afirma que seguirá habiendo tribulaciones pero que de lo alto nos vendrá el valor que necesitamos para seguir adelante. Junto a la fe y a la confianza, él nos ha dejado muchas armas para vencer con la asistencia continua del Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, y la protección maternal de la Santísima Virgen, quien nos acompaña siempre.
Cada uno de nosotros hemos de ser conscientes de que ocupamos un lugar especial en esta batalla, porque lo representamos. ¡Somos el dulce olor de Cristo! (2 Cor 2,15). Él, con el acontecimiento de la ascensión, ha quedado constituido como Señor de cielos y tierra, él es el gran Rey y nosotros formamos parte de su ejército en la lucha contra el enemigo. Los ataques estarán siempre presentes porque si lo persiguieron a él, a nosotros también nos van a perseguir, sabiendo que, en algunas ocasiones, serán nuestras propias debilidades las que causan escandalo o daños graves a algunas almas. Pare terminar, me viene invitarles a preguntarle a Jesús desde lo más hondo de nuestro corazón: «Señor, ¿cómo podemos ser más dóciles al Espíritu Santo, para ser valientes perdiendo el miedo y ganar todas las batallas? Permítenos, de la mano de tu Madre santísima, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escuchar siempre tus palabras de aliento. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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