Por eso en la vida de San Carlos Lwanga y sus compañeros podemos captar que la consagración de vida es una preparación para la misión y también para una vida de profunda unión y comunión con Dios, que, en el caso de ellos, tuvo su culmen en el martirio, en la entrega de la vida, en el testimonio de fe. El martirio de estos santos se convierte para nosotros en el recuerdo de que, en la fidelidad a la verdad, podemos alcanzar la verdadera libertad y la gloria en Dios. Libertad para ofrecer nuestra vida en oblación sin miedo a ninguna situación y sin temor ninguna circunstancia. Si mantenemos siempre nuestra fe en la verdad, mantendremos siempre la fe en Dios, que nos llamó para estar con él y para enviarnos a predicar (cf. Mc 3,13-14).
En estos días he tocado, tanto aquí como en las predicaciones de Misa, el tema de las tribulaciones, algunas de ellas manifestadas en persecuciones visibles, pero, si nos mantenemos firmes confiando en que Jesús intercede constantemente por nosotros ante el Padre misericordioso, vencemos como él (Jn 16,33). En nuestro mundo actual, muchas veces vivimos persecuciones veladas, persecuciones sutiles, pero aun en esas situaciones debemos mantenernos fieles a nuestra vocación que es la santidad. Debemos mantenernos fieles a Dios. En todo tiempo y lugar, incluso por supuesto en medio de las tribulaciones, estamos llamados a una postura de amor y entrega por la verdad divina, que es siempre permanente. Jesús, hermanos y hermanas, es la vida de los mártires, también de los mártires que, como dice Santa Teresita del Niño Jesús, mueren a costa de los alfilerazos de cada día. Que hoy y siempre, bajo el amparo de María, nos sintamos respaldados por el Señor, que es el fundamento de nuestra santidad, que es el fundamento de la verdad, de nuestra vocación y misión. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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