El papa León, en su homilía de esta fiesta maravillosa, nos ha recordado que «en un mundo quebrantado y sin paz el Espíritu Santo nos educa a caminar juntos» y ha afirmado: «La tierra descasará, la justicia se afirmará, los pobres se alegrarán y la paz volverá si dejamos de movernos como predadores y comenzamos a hacerlo como peregrinos. Ya no cada uno por su cuenta, sino armonizando nuestros pasos con los pasos de los demás». A estas horas no termina aún la Vigilia de Pentecostés en la parroquia. Ha sido un gozo ver desfilar, en medio de la oscuridad de la noche a gente de todos colores y sabores que ha venido a implorar la fuerza que viene de lo alto. Desde ancianos de casi cien años hasta niños pequeños, han desfilado frente a Jesús Eucaristía implorando el Espíritu que nos mantenga en la unidad en medio de la diversidad que caracteriza a nuestra comunidad parroquial que, venciendo todos los desafíos de nuestro mundo actual, camina en sinodalidad como peregrina de esperanza. Entre cantos y alabanzas, silencio, lectura de la Palabra, la Vigilia, que inició después de la misa de las siete de la tarde, terminará en unas horas más, antes de misa de las nueve de la mañana.
En cada una de las misas de este domingo resonarán con fuerza las palabras de Jesús: «La paz esté con ustedes» (Jn 20,19-23). Estas palabras no constituyen una simple frase de saludo, sino que se manifiestan como un regalo profundo. Es la paz que viene de saber que el Señor está presente, que ha vencido al miedo y a la muerte. Es la paz que el Espíritu Santo siembra en nuestro interior y que nos capacita para perdonar, para reconciliar, para hacer que a las personas se les despierte la paz, la luz, la confianza, la alegría, al sentir que nunca están solas ni abandonadas; para ser testigos de esperanza en un mundo sediento de consuelo y verdad viviendo nuestra condición de discípulos-misioneros marcados por ese reto de la «sinodalidad», que solamente puede echarse a andar si se tiene la fuerza de lo Alto. Bien decía San Ireneo: «Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda la gracia». Quiero terminar esta reflexión con una anécdota que contó una catequista que, en una de las clases preguntó: «¿—Cómo puede el Espíritu Santo estar presente, si nunca se le ve? Y una niña respondió: —Mi mamá me dice que el Espíritu Santo es como el azúcar, que se le pone a la leche o al café. Se disuelve y desaparece aparentemente, pero está ahí. Y todo lo endulza». Con María, los Apóstoles y nuestra comunidad de discípulos-misioneros vivamos esta fiesta con la que cerramos la Pascua. ¡Bendecido domingo de Pentecostés!
Padre Alfredo.
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