domingo, 8 de junio de 2025

«El Espíritu Santo es como el azúcar en la leche o en el café»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


La palabra «Pentecostés» procede del griego «pentēkostēque», que significa «quincuagésimo». Esta fiesta, que se originó en la Iglesia Católica desde el siglo I, conmemora el momento en que Cristo, habiendo resucitado y ascendido al cielo, cumplió su promesa de enviar el Espíritu Santo sobre los apóstoles y María Santísima. Jesús les infunde el Espíritu que procede del Padre y de él mismo y los prepara para una misión en el mundo que llegará hasta nuestros días y terminará, como dice la beata María Inés Teresa, «hasta que se clausuren los siglos y comience la eternidad». Ese día dio inicio oficialmente la obra del Espíritu en la Iglesia, que no es otra cosa que la pequeña comunidad de los que han puesto su fe en Cristo Jesús. Fortalecida por este Espíritu de verdad y de memoria, la Iglesia ha atravesado todos los siglos, todas las crisis de la sociedad y todas sus propias crisis internas.  Pentecostés es la fiesta del Espíritu, la presencia viva de Dios que transforma corazones, la celebración de la «sinodalidad» que une a los diferentes y da vida nueva. Pentecostés es el fuego que rompe el miedo y abre puertas cerradas; es el viento que nos impulsa a salir, a hablar, a amar y a construir unidad en la diversidad.

El papa León, en su homilía de esta fiesta maravillosa, nos ha recordado que «en un mundo quebrantado y sin paz el Espíritu Santo nos educa a caminar juntos» y ha afirmado: «La tierra descasará, la justicia se afirmará, los pobres se alegrarán y la paz volverá si dejamos de movernos como predadores y comenzamos a hacerlo como peregrinos. Ya no cada uno por su cuenta, sino armonizando nuestros pasos con los pasos de los demás». A estas horas no termina aún la Vigilia de Pentecostés en la parroquia. Ha sido un gozo ver desfilar, en medio de la oscuridad de la noche a gente de todos colores y sabores que ha venido a implorar la fuerza que viene de lo alto. Desde ancianos de casi cien años hasta niños pequeños, han desfilado frente a Jesús Eucaristía implorando el Espíritu que nos mantenga en la unidad en medio de la diversidad que caracteriza a nuestra comunidad parroquial que, venciendo todos los desafíos de nuestro mundo actual, camina en sinodalidad como peregrina de esperanza. Entre cantos y alabanzas, silencio, lectura de la Palabra, la Vigilia, que inició después de la misa de las siete de la tarde, terminará en unas horas más, antes de misa de las nueve de la mañana. 

En cada una de las misas de este domingo resonarán con fuerza las palabras de Jesús: «La paz esté con ustedes» (Jn 20,19-23). Estas palabras no constituyen una simple frase de saludo, sino que se manifiestan como un regalo profundo. Es la paz que viene de saber que el Señor está presente, que ha vencido al miedo y a la muerte. Es la paz que el Espíritu Santo siembra en nuestro interior y que nos capacita para perdonar, para reconciliar, para hacer que a las personas se les despierte la paz, la luz, la confianza, la alegría, al sentir que nunca están solas ni abandonadas; para ser testigos de esperanza en un mundo sediento de consuelo y verdad viviendo nuestra condición de discípulos-misioneros marcados por ese reto de la «sinodalidad», que solamente puede echarse a andar si se tiene la fuerza de lo Alto. Bien decía San Ireneo: «Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda la gracia». Quiero terminar esta reflexión con una anécdota que contó una catequista que, en una de las clases preguntó: «¿—Cómo puede el Espíritu Santo estar presente, si nunca se le ve? Y una niña respondió: —Mi mamá me dice que el Espíritu Santo es como el azúcar, que se le pone a la leche o al café. Se disuelve y desaparece aparentemente, pero está ahí. Y todo lo endulza». Con María, los Apóstoles y nuestra comunidad de discípulos-misioneros vivamos esta fiesta con la que cerramos la Pascua. ¡Bendecido domingo de Pentecostés!

Padre Alfredo. 

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