El dinero, ciertamente, sobre todo en una sociedad consumista y materialista como la de muchos de nosotros, puede dar mucho, pero no puede comprar la verdadera felicidad. Mucha gente hoy podrá decir lo contrario, pero basta mirar a muchas personas que tienen mucho dinero y de todas maneras caen en las drogas, en problemas del alcohol y adición al sexo. Si fueran felices, esas cosas no les saltarían por el camino. Es evidente, entonces, que no son felices; el dinero les da la ilusión de que están contentos. Pero tan pronto como se sumergen un poco en su interior, se dan cuenta de que están vacíos. Sienten ese hueco que nada ni nadie lo puede llenar. Ese algo que están perdiendo es el amor de Dios, porque es la única cosa verdadera que satisface y no se puede comprar con dinero. Dios es quien nos llena con una eterna felicidad, incluso cuando caminamos en el valle de la sombra de la muerte. Esto nos lo recuerda el Evangelio de hoy (Mt 6,19-23). Por su parte, el libro del Eclesiastés alerta: «Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo!» (5,10).
Lo único que hay duradero y eterno y de un valor incalculable, es la infinitud del misterio de Dios. Nuestra alma, que ha tenido un comienzo, pervivirá por siempre y lo mismo, unidos a Cristo, el cuerpo resucitado y glorificado al final de los tiempos. Siguiendo las huellas del que nos salva por amor es el modo más eficaz de acrecentar los verdaderos tesoros en la vida, las riquezas seguras y duraderas por toda la eternidad. Estos tesoros, estas riquezas, son lo que exige mayor dedicación mientras dura la vida y se van incrementando a medida que nos prodigamos en el amor: en amor para con Dios y amor para con los demás. Hoy el Evangelio nos habla también del ojo sano y del ojo enfermo. Si nuestro ojo está enfermo, entonces todo lo vemos deformado. Por eso es importante limpiar nuestros ojos, quitar las opacidades que causan el consumismo y el materialismo. Solamente con un «ojo sano» nos encontraremos con el verdadero tesoro, con el único tesoro que vale la pena. Que María santísima nos ayude a abrir bien los ojos del alma, los ojos del corazón. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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