¡Hay algo más!... El próximo domingo celebraremos la fiesta de la Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Así nacerá la Iglesia. Será su solemne «inicio» en el tiempo, y durará aquí en la tierra hasta que se clausuren los siglos y comience la eternidad. Por eso, nuestro Señor nos prometió el Espíritu Santo, el Espíritu «que procede del Padre y del Hijo» –como afirmamos convencidos en el Credo— y que es el amor recíproco entre el Padre y el Hijo, el Amor que es persona divina, la tercera Persona de la Trinidad Santísima. Así, aquella primera comunidad de creyentes pasará de tener a Jesús acompañándole físicamente en el camino de la vida, a tener en el alma, en todo momento, el Espíritu. Que les asistirá y les dará luz como a los apóstoles, que les facilitó enormemente la ardua misión de extender, traspasando fronteras, el Evangelio por el mundo que les esperaba. Cristo sabe que el Espíritu cuidará de la unidad de aquellos, como el Padre y él son Uno (Jn 17,11-19).
Esta semana, que nos prepara a Pentecostés, se constituye en un espacio de tiempo privilegiado para que nosotros también, como aquellos primeros cristianos, tomemos consciencia de los «encargos» que Jesús nos hace y crezcamos en la unidad. Porque, el Espíritu Santo, vendrá no solamente al templo, al grupo parroquial, a las misas de este próximo domingo... ¡No!... El Espíritu vendrá a impregnar toda nuestra vida, nuestro ser y quehacer en todas partes en donde un discípulo–misionero de Cristo está presente. Recuerdo que Juan Pablo II escribió una encíclica con el tema de la unidad de los cristianos: «Ut Unum Sint» —«Para que sean uno»—. Este valioso documento eclesial afirma que la unidad no es algo opcional ni secundario, sino una cuestión fundamental para la misión de la Iglesia. La unidad, está en el corazón del Evangelio, y cada uno de nosotros está llamado a caminar junto a los hermanos, buscando la unidad a través de la oración, el diálogo y el testimonio compartido. Que María, presente en aquel día de Pentecostés, nos ayude. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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