Al toparme con la primera lectura (2 Cor 9,6-11) y ver estas frases: «Cada cual dé lo que su corazón le diga»... «Dios ama al que da con alegría»... «serán ustedes ricos en todo para ser generosos en todo», me venían a la mente diversas escenas de los gratos y edificantes momentos que compartí con mi padrino, sobre todo en mi época de seminarista, cuando lo acompañaba varias veces a la semana a sus grupos de meditación bíblica, distribuidos en diversas zonas de Monterrey. No es que quiera adelantarme al juicio de la Iglesia, pero lo que yo vi siempre en mi padrino —como mucha gente más— fue el Evangelio de la alegría hecho vida en un hombre sencillo, humilde, servicial, generoso, espiritual y puro de corazón. ¡Cómo recuerdo su gozo, junto a monseñor Juan Esquerda —mi otro padrino— al estarme revistiendo con la casulla y la estola el día de mi ordenación sacerdotal!
Quisiera cerrar esta reflexión compartiendo una anécdota relacionada con la frase, también de la primera lectura de hoy que reza: «Repartió a manos llenas a los pobres; su justicia permanece eternamente». Una vez iba con «el padre Juanjo» como le decíamos mucho, a una de las reuniones de uno de los grupos de meditación bíblica. En una de las calles por las circulamos, se veía venir un señor —albañil seguramente— con una carretilla. De repente mi padrino detuvo el carro y me dijo: —abre la guantera, allí hay un dinero, es para este hombre que viene allá porque él está muy necesitado. Ese dinero es para él. Yo le pregunté: —¿Lo conoce padrino? Me contestó: —No, no sé ni quién es, pero está muy necesitado, lo sé; dale el dinero y no le digas nada, solamente dile que Dios se lo manda porque sabe de su necesidad. Avanzamos y entregué al hombre un fajo de billetes enredados y sujetos con una liga. Era una buena cantidad de dinero que el hombre recibió lleno de lágrimas y mirando al cielo, se santiguó y monseñor solamente le sonrió... Así son los hombres de Dios, ricos para ser generosos. Que Dios haya premiado a mi padrino Juanjo con el gozo del cielo encontrando allá a María a quien tanto quiso, y que nosotros sigamos el camino que gente como él que ya no está aquí, nos ha dejado. ¡Bendecida noche de miércoles!
Padre Alfredo.
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