Hoy, que celebramos la fiesta de «Jesucristo, sumo y eterno sacerdote», vemos que, aunque no exista una respuesta única a la pregunta de si el mundo está escuchando a Dios y cree en él o no, es importante destacar, la vivencia del sacerdocio bautismal de todas estas almas de laicos que forman parte de nuestros consejos de pastoral en las parroquias, que son miembros activos de grupos y movimientos eclesiales y a tantas otras personas, sobre todo ancianas, que no dejan de orar por la evangelización. Así, sacerdotes ordenados, consagrados y laicos, formamos un todo, en «sinodalidad», que ayuda al mundo a creer.
A raíz de esto, surge otra pregunta que brota en mi corazón de la escucha del Evangelio (Lc 22,14-20), cuando el Señor expresa en plena consagración del pan y del vino para convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre: «repártanlo entre ustedes»: ¿Qué hago yo para que el Señor llegue a todos? Cristo requiere, no solo de los sacerdotes ministeriales, sino de todo miembros de la Iglesia, gente consciente de su misión sacerdotal de responder a Dios, desde la totalidad del ser y desde el corazón que quiere estar por Él, con Él y en Él en la tarea evangelizadora para que muchos le conozcan y crean en él. Cada uno, consciente del llamado bautismal que recibió para ser «profeta, sacerdote y rey», debe decir «Mándame», porque la misión no es algo que se tiene, que uno busca; sino algo que se recibe de Dios y nos confía para colaborar con su proyecto de Sumo y Eterno Sacerdote. Hoy hemos de dirigir nuestra mirada, junto con María, hacia Él y dejarnos conducir respondiendo a una última pregunta: ¿Estoy dispuesto a dejarme enviar hoy y cada día a la misión que Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote me confía? ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico.
Padre Alfredo.
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