sábado, 21 de junio de 2025

Dice la Escritura: «¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que trae buenas noticias!» Esta frase, breve y sencilla que está en la carta a los Romanos, escrita por San Pablo. Retrata de una manera maravillosa a  la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, la misionera sin fronteras que no tuvo tiempo de teorizar, sino que, presurosa, como María a quien siempre invocó a su lado, se lanzó en una carrera que tenía, desde el inicio, el objetivo de que el conocimiento y amor de Dios llegara a todas las naciones. El esfuerzo eficaz de esta prisa misionera, ha dado frutos que, esparcidos ahora, en más de 16 naciones de la tierra, llenan de esperanza a miles de almas dando respuesta a lo que Cristo pide en el Evangelio, que demos fruto.

Quisiera, en una breve reflexión, destacar cinco puntos de suma importancia en la beata que bien podemos hacer nuestros imitándola con sencillez y humildad para ser prolongadores de esta carrera que ha de concluir, como ella misma dice: «cuando se clausuren los siglos y comience la eternidad».

Primeramente quisiera destacar su profundo amor a Cristo: La relación de  la madre María Inés con Cristo, se centró principalmente en la contemplación de su presencia eucarística. Las largas hora de adoración, especialmente durante los 16 años que pasó en la clausura, enfervorizaron su entrega total a Él y su búsqueda de la santidad. En una carta colectiva, escrita el 7 de marzo de 1960 anota: «¿Qué de dónde vamos a sacar todas las virtudes que necesitamos? Pues no de otra parte que del Corazón de Jesús. Y para eso se quedó en la Eucaristía, ya que no solamente está allí para recibir nuestras adoraciones y nuestros homenajes, sino también para escuchar nuestras súplicas; ansía que vayamos a él a contarle y pedirle, cuanto necesitamos para nosotros mismos y para los demás. Tiene sus manos llenas de gracias, pero la condición es, que las pidamos. Se siente Jesús cuando no lo hacemos, y por eso dijo a sus apóstoles: “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid y recibiréis.” ¿Quién será el hambriento que, junto a una mesa espléndidamente servida, e invitado por el dueño a comer lo que guste, no lo haga? Y a las veces, nosotros somos ese hambriento, y sediento, y cabe a las fuentes de agua viva, nos morimos de sed y de hambre, solamente por flojera, por no hacer nuestra oración.»

La segunda cuestión a destacar en su vida, siempre imitable es la obediencia a la Iglesia: Ella fue una mujer que siguió fielmente el magisterio de la Iglesia, utilizando sus enseñanzas como brújula para sus proyectos misioneros. Sabiamente daba, no solo a los consagrados, sino a los laicos que formamos parte de su familia misionera, indicaciones como esta: «La obligación de todo misionero es estar al día en todo lo relacionado al Magisterio de la Iglesia mediante los documentos pontificios… que no se dé el caso hijos, y menos en quienes están en territorio de misiones que salga un documento de Su Santidad —y de cualquier índole que sea— y pasen meses sin que se le conozca y se le estudie». (Carta circular de marzo 10 de 1971). Desde jovencita, cuando formaba parte de la Acción Católica Femenina, manifestaba su amor al Santo Padre en testimonios escritos como este: «Nosotros en cada uno de los trabajos que nos imponemos por esta noble causa, alegramos inmensamente el corazón de nuestro Supremo Padre y Pastor, aunque nuestros trabajos no sean conocidos por él en particular». (A mis queridas compañeras de la Acción Católica).

El tercer punto que quiero destacar es obviamente, algo que todos conocemos, valoramos y hemos heredado: su espíritu misionero, entendido esto como una expresión de amor a Cristo y a la Iglesia. La segunda lectura del Oficio de Lecturas de esta memoria litúrgica, tomada de sus escritos lo prueba cuando ella le dice a Nuestro Señor: «Tú eres quien has puesto dentro de mi ser estas ansias que me devoran; este deseo irresistible de que te amen. Lleva muchos obreros a tu viña. ¡Oh Padre celestial!, llévame a mí; yo quiero ofrendarte todos mis amores, quiero dejarlo todo por Ti, quiero sacrificarme, en el corazón de María, por la salvación de las almas».

En un cuarto punto, sin que estos vayan por orden de importancia, se encuentra la vivencia de las virtudes cristianas en grado heroico: Su fe heroica, su esperanza inquebrantable en la providencia divina y su actitud constante de vivir la caridad con una sonrisa, incluso en momentos de dificultad, la llevaron a ser modelo de vida para todos. Constantemente suplicaba al Señor que nos ayudara para conservar las virtudes que quisiéramos vivir, y así salvarle muchas almas. (Cf. Carta sin fecha a las hermanas de la comunidad de Dublín). Con una gran familiaridad hablaba de la práctica de las virtudes como cosa de todos los días. «Fe, esperanza, sencillez, docilidad, humildad, castidad, pureza de intención, entrega desinteresada a los hermanos, docilidad a las voces del Espíritu que habla a nuestro interior, paz paciencia hacia nosotros mismos y hacia los demás, etcétera, todo lo cual nos lleva a gozar de los frutos del Espíritu Santo» afirmaba. (Cf. carta colectiva desde Roma, junio de 1978.). Su rostro, no solamente en su fotografía oficial sin en todo momento muestra la alegría y santidad con la que vivió, dejándonos de regalo una sonrisa perenne que nos acompaña recordándonos la alegría del Evangelio que hemos de llevar a todos.

Finalmente, en un quinto punto y para terminar esta reflexión, me detengo en su amor a María, especialmente a Santa María de Guadalupe con quien hablaba de tú a tú. EN uno de sus escritos anota: «Un misionero vive enamorado de Dios, es cristocéntrico, pero lo relaciona y ofrece primero a su Madre del cielo, para que lo purifique ella y lo presente a su divino Hijo. No sabe separar a María de su vida diaria, de su apostolado y de su fe». (Cartas).  Recordando su llamado inicial a seguir al Señor más de cerca escribe: «Un instante bastó a la gracia eficaz que María de Guadalupe supo alcanzar de mi Dios y Señor, para que, de terrena, de dada a las criaturas, de vanidosa, de indevota, no anhelara otra cosa mi corazón que pertenecer a Dios por entero, con esa plenitud de posesión que no le niega nada, ni piensa en nadie que no sea él, que a él solo quiere agradar, que por él solo se quiere sacrificar, y que, en el agradecimiento inmenso de su corazón, quisiera atraer todos los corazones para que gozaran de la misma dicha en el abrazo de su Dios». (Experiencias Espirituales, f. 505).

Mucho más habría que decir, siempre todo iluminado por la Palabra de Dios. Que todos estos puntos queden grabados en nuestros corazones para que como ella, fijando nuestra mirada en Dios bajo el amparo de la Dulce Morenita del Tepeyac, dejemos, a nuestro paso, las huellas de Cristo, el misionero del Padre.

Padre Alfredo, M.C.I.U.

(Homilía pronunciada en la Misa de la memoria litúrgica de la Beata María Inés el 21 de junio de 2025, en la parroquia de San José Obrero, en San Nicolás de los Garza, N.L., México).

No hay comentarios:

Publicar un comentario