Hace 40 años, exactamente el 29 de junio de 2025, viví aquí en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, esta celebración de la Solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo. En aquel año era yo un joven novicio que terminaba formación en la Universidad Lateranense y se preparaba para volver a México y seguir estudiando en el Seminario de Monterrey. Esta vez, he vivido esta hermosa celebración presidida por Su Santidad el Papa León XIV. Gracias a la magia del Internet pude dar con la homilía de aquella ocasión en la que el santo, al igual que ahora hizo el Papa León, destacó la importancia de estos dos apóstoles como columnas de la Iglesia y modelos de fe y testimonio cristiano. En aquella vez San Juan Pablo hizo hincapié en su celo misionero y en cómo su vida y martirio en Roma los convirtieron en testigos de Cristo hasta los confines del mundo conocido, resaltando la confesión de fe de Pedro («Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo») y la transformación de Pablo, de perseguidor a predicador.
Esta vez, el Papa León, enfatizó, además, la diferencia entre estos grandes pilares de la Iglesia, invitándonos a contemplar las dos figuras apostólicas, diferentes en sus carismas y a veces contrapuestas, pero capaces de vivir «una fecunda armonía en la diversidad». El Santo Padre expresó: «Su fraternidad en el Espíritu no borra la diversidad de sus orígenes: Simón era un pescador de Galilea, Saulo en cambio un riguroso intelectual perteneciente al partido de los fariseos; el primero deja todo inmediatamente para seguir al Señor; el segundo persigue a los cristianos hasta que es transformado por Cristo Resucitado; Pedro predica sobre todo a los judíos; Pablo es impulsado a llevar la Buena Noticia a los gentiles. El Papa subrayó que, la apertura al cambio de estos dos grandes hombres, se convierte hoy en un estímulo para nuevas formas de evangelización».
Hoy, con esta Santa Misa, termina mi participación en este maravilloso Jubileo de los Sacerdotes en este Año Santo. Haber vivido, junto al Vicario de Cristo este Jubileo de los Sacerdotes, gracias a la oportunidad de mis superiores y a quienes hicieron posible mi traslado, ha sido un regalo maravilloso para renovar mi compromiso con esta hermosa vocación. El trabajo del jueves pasado por la tarde, junto al Papa, fue un valioso espacio de reflexión, de invitación a seguir trabajando en la tarea de mi propia conversión y renovación espiritual para experimentar una mayor cercanía a Dios y un renovado sentido de la misión que el Señor, inmerecidamente, me ha confiado. Que María, Madre de todos los sacerdotes, ante la contemplación de mi miseria, me alcance de Jesús el Buen Pastor, la gracia de la perseverancia y la fidelidad. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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