“Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos“ dice el Evangelio de hoy (Mt 7,15-20). Y hoy, de una manera muy especial, pude experimentar, aquí en Roma, la presencia de estos frutos buenos en dos acontecimientos que viví durante el día. Por la mañana visité, acompañado por la hermana Silvia, a un querido amigo, el cardenal Giuseppe Bertello, a quien conocí hace muchos años cuando era él Nuncio apostólico en México. Hasta la fecha seguimos la amistad luego de que fuera Nuncio apostólico en Italia y gobernador de la Ciudad de Vaticano por un buen tiempo, en el que además, formó parte de los nueve cardenales asesores que tenía el papa Francisco. ¡Siempre es un gozo pensar en tantos frutos buenos que este hombre, lleno de la sabiduría de Dios ha dado a la Iglesia y al mundo! Luego pude ver de lejos un buen rato al papa León XIV saludando a un buen grupo de recién casados al término de la audiencia. ¡Cuántos frutos en tan poquitos días de pontificado que lleva ha recogido ya el Señor, por tanto bien que ha hecho! Después, más tarde, tuve un encuentro con la madre Martha Gabriela Hernández, que es la superiora general de nuestras hermanas Misioneras Clarisas y un fuerte pilar de la Familia Inesiana. ¡Más frutos buenos en esta monjita que recorre el mundo llevando el gozo y la alegría del Evangelio en el carisma, espíritu y espiritualidad de la beata María Inés Teresa! Y, para cerrar con broche de oro, pude rezar ante la tumba de la beata y pedirle muchas cosas, según los encargos que también mucha gente me hace para este santo lugar. ¡Frutos y más frutos!
A la luz de estos testimonios hoy me pregunto: ¿Qué clase de árbol queremos ser? ¿Qué clase de frutos queremos producir? Cuánto fruto damos? ¿Qué tipo de frutos damos a los de cerca y qué tipo a los de lejos? ¿Damos frutos de amabilidad, de entereza, de fidelidad? O damos frutos, al contrario, agrazones: violencias, iras, resentimientos… ¿Tenemos el corazón enfocado y somos un árbol positivo o, al contrario, nos recargamos de frutos negativos? Porque nos queda claro: el árbol sólo puede ser conocido por sus frutos. El árbol puede ser muy hermoso, muy alto, tener bellos colores, grandes hojas… Podríamos decir, proyectos profesionales, títulos nobiliarios, no sé, lo que sea. Pero la realidad no marca eso, sino sus frutos.
Cuando el cuidador del campo es Jesús y dejamos que Él sea el que nos vaya podando, el que nos vaya alimentando con los nutrientes y los fertilizantes necesarios, podremos dar muchos frutos buenos, porque no somos nosotros los que vamos sacando el fruto, sino Jesús. El tipo de frutos y su calidad depende de todos esos cuidados. Y el Señor nos dice: confía en mí para poder tener esos nutrientes, esos fertilizantes, porque si el árbol quisiera solo salir como que espontáneo, silvestre, si puede que tenga buen fruto, pero lo más seguro es que no, en cambio si está bien cuidado, puede dar grandes frutos. Que la Virgen María, la mejor jardinera de todas las mujeres, ayude a su Hijo Jesús en el cuidado de nuestros árboles, para que demos frutos buenos. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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