Hay una fábula muy bonita que dice: «Érase una vez, un ratón que iba caminando muy distraído cuando, sin darse cuenta, se encaramó el lomo de un león que andaba echándose la siesta. El león, que comenzó a notar por unas leves cosquillas, se rascó pero... al pasar la zarpa por su lomo, notó algo extraño: El león sujetó al ratoncillo con sus garras y, viéndose aprisionado, comenzó a llorar desconsolado y a suplicar al león que le perdonara y le dejara marchar. —Señor león, no sabía que estaba sobre usted, tiene que perdonarme iba despistado. Sálveme la vida y quizás, algún día, pueda yo salvar la suya. El león, al escuchar aquella vocecilla no pudo por menos que echarse a reír pero, una ola de generosidad le invadió y, conmovido, le dijo: —¡Te perdono! Y el ratón, se alejó de allí corriendo. Pasaron los días, las semanas y los meses y, un buen día el ratón comenzó a escuchar unos fuertes aullidos. Se acercó con cuidado hasta el lugar de donde procedían y, no lo van a creer, allí estaba el león, atrapado en una red que los hombres habían puesto para cazar al rey de la selva. El ratón, al verle atrapado y acordándose de la benevolencia del león que lo había dejado en libertad, corrió en su ayuda para roer la cuerda hasta deshacer la red que lo aprisionaba. El fiero y temible león, pudo escapar de los cazadores gracias a la ayuda de un pequeño e insignificante ratón».
Algunas personas, en nuestros tiempos, les gusta pensar que pueden amar sin dar olvidando lo que dice 1 Juan 3,17-18: «El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad». Jesús también dijo mucho al respecto en Mateo 6,21: «Porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón». Lo que damos, la manera en que lo hacemos, y nuestro compromiso para dar, son pruebas válidas de nuestro amor. Creo que al leer estas líneas a los Corintios nos queda bastante claro que la generosidad es la virtud que nos impulsa a dar o compartir con los demás de manera desinteresada, sin esperar nada a cambio. Implica la disposición de ayudar a otros, ya sea a través de acciones, bienes materiales, perdón o tiempo. La generosidad construye la comunidad. Bien decía Santa Teresa de Calcuta: «Dar hasta que duela». Que María, la humilde sierva del Señor nos ayude a ser generosos. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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