En el pasaje del Evangelio de hoy (Jn 21,15-19), a Pedro, que como sabemos, el Señor puso al frente de la Iglesia, le pide ahora que «apaciente» y «pastoree» a los primeros creyentes en Cristo y le ayude a construir su Iglesia. Pedro debía recordar que al haber recibido las llaves del Reimno, a pesar de haber negado tres veces a Jesús, no podía hacer a un lado la responsabilidad de dirigir, proveer y proteger a las ovejas, porque había sido llamado por amor, no por sus capacidades humanas. Esta es una analogía para el pastor en la iglesia (1 Pe 5,1-4). Pedro debe proveer la comida espiritual que se sirve en la mesa de la Palabra y en la mesa de la Eucaristía (Dei Verbum 21). Pedro, a la cabeza de la Iglesia, debe proteger del engaño y de las doctrinas falsas a todos los que están bajo su cargo, así como el pastor debe cuidar a sus ovejas de los depredadores. Al aceptar esta responsabilidad sería difícil para Pedro regresar a su antigua profesión de pescador; más bien tendría que cumplir la voluntad de Jesús cuando lo llamó y le dijo que haría de él un «pescador de hombres» (Lc 5,10).
Pero Pedro no está solo, también nosotros estamos llamados a pastorearnos unos a otros y a cuidarnos y velar los unos por los otros. Y es que el hecho de que Pedro haya sido claramente perdonado y se le hayan dado nuevas responsabilidades, que llegaban al apostolado a pesar de su total negación del Señor, puede dar una esperanza genuina para muchos cristianos de hoy cuando sientan que han negado a Jesús y que eso es imperdonable. Cristo no pide otra cosa que nuestro arrepentimiento para volver «al primer amor» (Ap 2,4-5). Antes de la crucifixión del Señor, hemos de recordar que san Pedro sufrió una derrota ignominiosa alrededor de una fogata ante una sirvienta, negándolo. En el relato de hoy, alrededor de otra fogata, Cristo tiernamente habla con el discípulo apenado y arrepentido y no pregunta, «¿te arrepientes?» ni, «¿prometes no volverlo a hacer nunca más?» Jesucristo, que ha leído ya en el rostro de Pedro su arrepentimiento, le pide, como a cada uno de nosotros en la confesión, un corazón nuevo, porque sabe que una vez que le hayamos dado eso, vendrá lo demás. Unidos a Pedro, con María y toda la Iglesia, sigamos construyendo la Iglesia que, como reza el dicho: «De los arrepentidos se vale el Señor». ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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