El Evangelio de este día nos pone la figura de dos personajes que asisten al templo para orar (Lc 18,9-14). Uno de ellos, un fariseo, es arrogante y se jacta de no ser como el otro hombre que entró al templo, que es un publicano. La parábola nos enseña que con la arrogancia nada se logra y que es reconociendo nuestra condición de pecadores, como podemos llegar al corazón misericordioso de Dios. La beata María Inés Teresa, hablando de este pasaje evangélico dice: «Quisiera que todos le conocieran y amaran a Jesús en la Eucaristía, que hicieran consistir toda su dicha en estar a sus pies derramando su corazón, entregándole su ser todo entero; que fueran a Él con los sentimientos del publicano, mas con esa confianza plena del Hijo prodigo, derramar sobre el divino Corazón su contrición, sus angustias, sus dolores y sus alegrías». (Meditaciones).
Esa es la misión de la Iglesia que, formada por pecadores, abre sus puertas para recibir a todos y llenarlos de ese amor misericordioso de Jesús que en su Eucaristía nos alimenta y fortalece nuestra fe. No somos misioneros por ser pluscuamperfectos, sino porque en nuestra condición de pecadores hemos experimentado la acción evangelizadora de Jesús Eucaristía en nuestras vidas y eso nos motiva a buscar que ese amor se extienda a todos los rincones del mundo. Que María, la misionera por excelencia, nos mantenga atentos para ser siempre discípulos–misioneros de su Hijo Jesús hasta que todos le conozcan y le amen. ¡Bendecido DOMUND!
Padre Alfredo.
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