La versión de san Lucas contiene dos peticiones referentes a Dios: «santificado sea tu nombre, venga tu reino» —San Mateo añade «hágase tu voluntad»— y tres para nosotros: «danos el pan», «perdona nuestros pecados» y «no nos dejes caer en la tentación» —San Mateo añade «mas líbranos del mal»—. Aparte de estas dos versiones en el Evangelio, hay otra versión del primer siglo, la de la Didaché, que añade una doxología final: «tuyo es el reino», que nosotros también decimos en la Misa como conclusión del Padrenuestro. Cierto que hablando de orar al Padre, no importan mucho detenerse en las diferencias en el texto —que vale la pena conocer—. Al fin y al cabo nosotros rezamos la forma eclesial, la que la Iglesia ha creído más conveniente poner en labios de sus fieles, teniendo en cuenta la de las otras confesiones cristianas y también la traducción que más ayude a rezar en común a todos los que utilizan la misma lengua, como en el caso del español, que desde 1988 se ha unificado para los más de veinte países de habla hispana en el mundo.
El Padrenuestro, y su repetición contante, no debe convertirse en un montón de frases de cajón, que no nos conducen a la oración ni a nada, sino que debe marcar un momento en que nos abrimos a la sorpresa del Padre. Es una excelente oración para iniciar la comunicación con el Padre hablando de las cosas cotidianas. Con María Santísima que hizo vida esta hermosa y valiosa oración, no dejemos de orarla. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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