Jesús aprovecha la amenaza de Herodes para explicar el sentido a su marcha hacia Jerusalén expulsando demonios y haciendo milagros hasta que llegue el momento de su muerte, que él mismo ha anunciado y que no va a depender de la voluntad de Herodes, sino que sucederá porque él la acepta, por solidaridad, y además cuando él considere que ha llegado «su hora». Mientras tanto, sigue su camino con decisión y firmeza. Jesús volverá a la ciudad de Jerusalén, pero no para entrar al Templo a orar, sino para morir, y con su muerte se desgarrará el velo del Templo para que todos comprendan que Dios no habita sólo allí ni acepta la maldad. Dios es el sumo bien y sólo en la bondad y con un corazón contrito se llega hasta Él.
Nuestro vivir es Cristo. El proyecto de Dios Padre llegó a su culminación en el amor a las criaturas cuando decidió enviar a su Hijo al mundo para que compartiera con nosotros la historia, y la santificara. El Padre nos quiere hijos en el Hijo, regenerados por el Hijo, muertos y resucitados con el Hijo, por eso le acompañamos en su camino a Jerusalén. Pidamos a la santísima Virgen que nos ayude a tener fuerza para acompañar a Jesús en los momentos de dolor, de sufrimiento, de pasión y tomemos el pulso a nuestra adhesión y fidelidad a él. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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