Hoy pienso en el granito de mostaza y la levadura de la masa de los que nos habla san Lucas en el Evangelio de este día (Lc 13,18-21). Dos breves comparaciones le sirven a Jesús para explicarnos cómo actúa el Reino de Dios en este mundo: La semilla de la mostaza —aunque aquí no nos lo recuerda san Lucas— es en verdad pequeñísima. Otras veces les he dicho que yo la conocí en Roma cuando era novicio y llegaron dos religiosas que venían de Indonesia con un puñado de semillas más pequeñitas que un grano de pimienta. Sin embargo esta semillita insignificante tiene una fuerza interior que la llevará a ser un arbusto de los más altos. Por otra parte, la segunda comparación, en la que habla de la levadura, nos hace ver que un poco de levadura es capaz de transformar tres medidas de harina, haciéndola fermentar. La levadura la conocí en casa, pues mi madre, cuando Lalo y yo éramos pequeños, la utilizaba para hacer algunos pasteles y panes y veíamos que con un poco, la masa esponjaba.
En este mes misionero puedo ver que estas dos parábolas nos invitan a descubrir nuestro lugar en la iglesia, para seguir instaurando el Reino de Dios a nuestro alrededor. No es el campanario más alto ni el conjunto arquitectónico más maravilloso, no es la capacidad de convocatoria ni la presencia masiva en los medios de comunicación; no son las notas externas que causan admiración: es la presencia diaria del católico comprometido con su condición de misionero quien da sentido a la vida haciendo que la semillita crezca. Es la presencia del católico comprometido que como misionero contribuye a edificar la Iglesia haciendo fermentar toda la comunidad, como la levadura, para que ésta alcance los niveles de servicio y de compromiso que requieren las ineludibles necesidades de los demás. Que María santísima interceda por nosotros para que, con ánimo, desde nuestra pequeñez e insignificancia, sigamos construyendo el Reino. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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