Hoy Jesús, en este pequeño trozo evangélico, nos dice: «He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!». En toda la Biblia, el fuego es símbolo de Dios; en la zarza ardiendo encontrada por Moisés, en el fuego o rayo de la tempestad en el Sinaí, en los sacrificios del Templo, donde las víctimas eran pasadas por el fuego, como símbolo del juicio final que purificará todas las cosas. En varios pasajes del Evangelio Jesús se compara al que lleva en su mano el bieldo para aventar la paja y echarla al fuego (Mt 3,12). Habla del fuego que quemará la cizaña improductiva. (Mateo 13,40). La Iglesia, en lo sucesivo, vive del «fuego del Espíritu» descendido en Pentecostés. (Hch 2,3). Ese fuego ardía en el corazón de los peregrinos de Emaús cuando escuchaban al Resucitado sin reconocerlo. (Lc 24,32).
El fuego del que habla Cristo no es, ciertamente, el fuego destructor de un bosque o de una ciudad, no es el fuego que Santiago y Juan querían hacer bajar del cielo contra los samaritanos (Lc 9,54), no es tampoco el fuego del juicio y del castigo de Dios, como solía ser en los profetas del Antiguo Testamento. Cristo está diciendo con esta imagen tan expresiva, que tiene dentro un ardiente deseo de llevar a cabo su misión y comunicar a toda la humanidad su amor, su alegría, su Espíritu. Roguémosle a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la Gracia de vivir nuestra fe firmemente enraizados en Cristo, de tal manera que, desde nosotros, llenos del fuego del Espíritu, Dios continúe realizando su obra salvadora en favor de todos. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
P.D. Hoy jueves 20 de octubre, en la parroquia de «Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás» tendremos la visita de una reliquia de primer grado del beato Carlo Acutis. Tendremos la Misa a las 7 de la tarde y luego una Hora Santa de 8 a 9 de la noche. ¡Los que viven en la zona metropolitana de Monterrey están cordialmente invitados!
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