Dan testimonio de Jesús, Juan el Bautista, sus obras realizadas, la Escritura y Moisés —a quien la liturgia de la Palabra de hoy contempla en la primera lectura (Ex 32,7-14)—. Jesús resalta la importancia de las obras al considerarlas como un testimonio mayor que el del Bautista. Las obras son los signos realizados. Así como el pueblo veía y era consciente de las obras realizadas por Dios en la historia de Israel, desde la liberación de Egipto hasta el momento mismo de Jesús, en la práctica de la vida cotidiana las olvidaba. De igual manera, aunque ha visto las obras de Jesús, el pueblo no se ha convertido a su Palabra. No hay duda de que para los cristianos las obras son la mejor manera de demostrar la fe en el Señor Jesús.
Así, en este trozo del Evangelio, se habla del misterio de creer en Dios mismo. Pero ¿en qué Dios? Moisés hizo añicos el becerro de oro, porque confundían a su Dios con el oro o con un toro sagrado. Y contra esa iniquidad fulmina desde el cielo rayos incandescentes. El Dios de nuestra fe ha de ser un Dios puro, espiritual. Pero ¿qué nos sucede cuando Jesús nos revela el rostro verdadero de Dios en términos de amor, paternidad, misericordia, y nos da a su Hijo para nuestra salvación? ¿Le creemos de verdad y nos entregamos a él? Los signos de amor, paternidad, misericordia, compasión están ahí; pero muchos no creen. Les falta grandeza de mente y corazón. En nuestro camino cuaresmal con la intercesión maravillosa de la Virgen María, le pedimos al Señor que nos dé un corazón puro en el amor, una mente limpia en la verdad, una búsqueda constante de él. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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