jueves, 31 de marzo de 2022

«El testimonio de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy


No siempre me puedo centrar de inmediato en las ideas que quiero compartir desde mi pequeño pensamiento. Y cuando me topo con fragmentos del Evangelio como el de hoy, me sucede más. Me tardo en armar lo que quiero comunicar. Pero entrando en materia, quisiera empezar recordando que en el evangelio de san Juan, los judíos constantemente entran en conflicto con Jesús porque no comprenden que la Escritura es una mediación para entrar en comunión con el Dios de la vida y con la vida del pueblo, y no como ellos que terminan idolatrando la ley. Así paso a contemplar el pasaje de hoy (Jn 5,31-47) en el que Jesús sigue presentando su defensa como si estuviera ante un tribunal. Pero hay algo interesante, y es que de acusado él pasa a acusador, al demostrar con una serie de testigos la ceguera, la sordera y la falta de fe de sus adversarios que llevan una vida solamente con prácticas externas que no logran tocar el corazón para cambiarlo a la luz de la Palabra de Dios. 

Dan testimonio de Jesús, Juan el Bautista, sus obras realizadas, la Escritura y Moisés —a quien la liturgia de la Palabra de hoy contempla en la primera lectura (Ex 32,7-14)—. Jesús resalta la importancia de las obras al considerarlas como un testimonio mayor que el del Bautista. Las obras son los signos realizados. Así como el pueblo veía y era consciente de las obras realizadas por Dios en la historia de Israel, desde la liberación de Egipto hasta el momento mismo de Jesús, en la práctica de la vida cotidiana las olvidaba. De igual manera, aunque ha visto las obras de Jesús, el pueblo no se ha convertido a su Palabra. No hay duda de que para los cristianos las obras son la mejor manera de demostrar la fe en el Señor Jesús. 

Así, en este trozo del Evangelio, se habla del misterio de creer en Dios mismo. Pero ¿en qué Dios? Moisés hizo añicos el becerro de oro, porque confundían a su Dios con el oro o con un toro sagrado. Y contra esa iniquidad fulmina desde el cielo rayos incandescentes. El Dios de nuestra fe ha de ser un Dios puro, espiritual. Pero ¿qué nos sucede cuando Jesús nos revela el rostro verdadero de Dios en términos de amor, paternidad, misericordia, y nos da a su Hijo para nuestra salvación? ¿Le creemos de verdad y nos entregamos a él? Los signos de amor, paternidad, misericordia, compasión están ahí; pero muchos no creen. Les falta grandeza de mente y corazón. En nuestro camino cuaresmal con la intercesión maravillosa de la Virgen María, le pedimos al Señor que nos dé un corazón puro en el amor, una mente limpia en la verdad, una búsqueda constante de él. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

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