En la primera lectura del día de hoy (Jl 2,12-18) el profeta Joel llama al pueblo de Israel a una jornada de penitencia. Les urge a que se conviertan de su mal y se pongan con decisión en la línea del seguimiento de Dios. Esto sucedía unos cuatro siglos antes de Cristo pero la Iglesia nos dice que ahora, en nuestros tiempos, nosotros también tenemos que sumergirnos en un ambiente de conversión personal y comunitario. Joel convoca en asamblea general a pequeños y mayores, sacerdotes y laicos, para que todos juntos pidan perdón a Dios. Para él, la causa fundamental de la situación es que se han olvidado de Dios y hoy, lo sabemos, mucha gente también se ha olvidado de Dios. La cuaresma es una llamada vigorosa a la santidad y esto exige por lo menos una vez al año un balance de salud espiritual, una revisión de vida que, llevándonos hasta lo más profundo de nuestro ser, nos lleve hasta Dios.
El profeta Joel nos ayuda a ver que como Iglesia, nos podemos contentarnos con un ayuno oficial que se nos marca realizar, ni con el signo visible de la ceniza que se impone sobre nuestras cabezas. La conversión tiene que ser algo interior: volverse de corazón a Dios, buscar sinceramente su voluntad y cumplirla y para eso tenemos todos estos días de Cuaresma que no podemos desperdiciar. Recordemos que tenemos los tres elementos que el evangelio de este día (Mt 6,1-6.16-18) nos invita a practicar durante estos cuarenta días: la limosna, la oración y el ayuno. Iniciemos nuestro caminar cuaresmal de la mano de María para llegar a celebrar con gozo la Resurrección de Nuestro Señor en la Pascua. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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