Cierto que como afirman grandes teólogos, no necesitamos rezar para que Dios sea bueno, para que Dios nos ame como a hijos, para que Cristo que es imagen plena de la bondad del Padre muera por nosotros para salvarnos por pura generosidad. Es verdad que por esto no necesitamos rezar; porque Dios es bueno sin que tengamos que añadir nada nosotros, él es así de bueno también sin nuestra oración. Pero para creer esto, para aceptarlo, para admitirlo, para que empecemos a vivir de acuerdo con esta bondad, para que esto sea también verdad para nosotros, y para que creamos en esta bondad no sólo con nuestra cabeza y nuestros labios, sino también con nuestro corazón y con toda nuestra vida, para todo esto sí se necesita la oración. Nunca hombre alguno ha orado en balde para obtener la bondad de Dios. Porque cuando uno ora por esto, su oración está ya atendida y asimilada por Dios que es bueno y cariñoso dándonos lo que sabe que nos hará bien.
Jesús quiere, que como discípulos–misioneros suyos que somos, hablemos muchas veces con nuestro Padre bueno y cariñoso que nos ama como él y como el Espíritu Santo que nos fortalece y ora en nosotros. Cristo quiere que hablemos a nuestro Padre Dios en confianza, amor, con insistencia. Quiere que le confiemos lo que sentimos, pero poniéndolo todo en sus manos, pues Él es infinitamente bueno y sabe discernir lo que nos conviene, poniendo a prueba nuestra fidelidad. En esa actitud, nos acoge como a niños, débiles y necesitados; pero nos pide y desea que, al mismo tiempo, nos curtamos en la virtud: en la paciencia que incluye la espera, y en la aceptación de un modo de ver las cosas —el de Dios— que a veces no coincide con el nuestro. Sigamos reflexionando en esta cuaresma en la bondad de Dios y sin soltarnos de la mano de María, busquemos que la bondad de Dios sea conocida y vivida por todos. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario