No hace falta que consideremos como histórico este libro de Jonás. Es un apólogo a modo de parábola, una historia edificante con una intención clara: mostrar cómo los paganos —en este caso nada menos que Nínive, con todos sus habitantes, desde el rey hasta el ganado— hacen caso de la predicación de un profeta y se convierten, mientras que Israel, el pueblo elegido, a pesar de tantos profetas que se van sucediendo de parte de Dios, no les hace caso. Así, Jesús se queja de sus contemporáneos porque no han sabido reconocer en él al enviado de Dios. Se cumple lo que dice san Juan en su evangelio: «vino a los suyos y los suyos no le reconocieron». Los habitantes de Nínive y la reina de Sabá tendrán razón en echar en cara a los judíos su poca fe. Ellos, con muchas menos ocasiones, aprovecharon la llamada de Dios.
Nosotros estamos mucho más cerca que la reina de Sabá y escuchamos la palabra de uno mucho más sabio que Salomón y mucho más profeta que Jonás corremos el riesgo de quedarnos demasiado tranquilos y de no sentirnos motivados por la llamada de la Cuaresma: tal vez no estamos convencidos de que somos pecadores y de que necesitamos convertirnos. Hace una semana que iniciamos la Cuaresma con el rito de la ceniza. ¿Hemos entrado en serio en este camino de preparación a la Pascua? ¿está cambiando algo en nuestras vidas? ¿Estamos realizando en esta Cuaresma aquellos cambios que más necesita cada uno de nosotros? ¿Tendrá Jesús motivos para quejarse de nosotros, como lo hizo de los judíos de su tiempo por su obstinación y corazón duro? Pidamos por intercesión de María santísima, que nos acompaña en nuestro caminar cuaresmal que aprovechemos la oportunidad que Dios nos da. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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