Estamos en Cuaresma, un tiempo litúrgico ideal para reconocer nuestros pecados, no solamente los personales, sino el pecado social de nuestro pueblo; un tiempo para vivir el arrepentimiento de todo corazón y un espacio para el cambio de vida. Vale la pena leer detenidamente este fragmento de la Sagrada Escritura que nos ayuda a todos, no solamente a los jóvenes, a ver cómo estamos viviendo nuestra tarea cuaresmal y le digamos al Señor: «no nos desampares, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia... trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia». La Cuaresma es el tiempo del perdón. De reconciliación en todas las direcciones, con Dios y con el prójimo. No echemos mano de excusas para no perdonar: la justicia, la pedagogía, la lección que tienen que aprender los demás. Dios nos ha perdonado sin tantas distinciones. Como David perdonó a Saúl, y José a sus hermanos, y Esteban a los que le apedreaban, y Jesús a los que le clavaban en la cruz.
Por eso nos conviene también hoy detenernos en el evangelio del día (Mt 18,21-35) en el que Jesús nos presenta otra consigna más, que sepamos perdonar nosotros a los demás. La pregunta de Pedro, en este trozo evangélico es razonable, según nuestras medidas. Le parece que ya es mucho perdonar siete veces. No es fácil perdonar una vez, pero siete veces es el colmo. Y recibe una respuesta que no se esperaba: hay que perdonar setenta veces siete, o sea, siempre. La parábola de Jesús, como todas las suyas, expresa muy claramente el mensaje que quiere transmitir. Nos deja una gran enseñanza: hay que perdonar porque nosotros hemos sido perdonados. Sigamos caminando en esta dinámica del perdón en la Cuaresma pidiéndole a la Santísima Virgen que nos ayude intercediendo por nosotros para transformar nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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