domingo, 27 de marzo de 2022

«El padre misericordioso y los dos hijos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy la liturgia de la palabra, en el Evangelio, nos presenta uno de los pasajes más sublimes de la Sagrada Escritura en el relato del hijo pródigo (Lc 15,1-3.11-32). Es un fragmento largo pero hermoso, una narración muy adecuada para este tiempo de Cuaresma que estamos viviendo. Vale la pena detenerse a leer con calma y adentrarse en cada uno de los personajes de esta encantadora parábola que es un canto a la Misericordia de Dios y una palabra de ánimo al pecador hundido que necesita enterarse de que su vida tiene solución y al pecador soberbio que se ha encerrado en sí mismo. Sí, y es que me refiero a los dos hijos, el que se va y malgasta todo y el que se queda como esclavo en casa de su padre ensimismado y quejumbroso. La Cuaresma está aquí: Buena Noticia y oportunidad, tanto para los pródigos que han de tragar con amargura sus lágrimas, como para quienes son llamados a convertirse de esclavos en hijos.

No hace falta mucha reflexión para reconocernos total o parcialmente en los rasgos con que Jesús define al hijo pródigo. Como él, todos nosotros, sin excepción, hemos aceptado la herencia de Dios y como él todos pretendemos vivir a nuestras anchas. Esa es la imagen del pecador, ésa la caricatura del pecado. Porque en eso consiste el pecado: en usar lo que hemos recibido de Dios sin contar con Dios, peor aún, contando con que Dios no se entere. Tampoco hace falta mucho esfuerzo para reconocernos, como en un espejo, en la actitud mezquina y calculada del hermano mayor. Su desprecio frente al hermano descarriado refleja muy bien la nuestra frente a los pecadores, los delincuentes, las mujeres de la mala vida, los maleantes o de vida dudosa. Nuestra arrogancia en creernos mejores que los demás, por el mero hecho de no ser descubiertos como ellos, nuestra hipocresía al ocultar nuestras faltas y exagerar las del prójimo.

La parábola, además de los dos hijos nos presenta al padre que es amor. Amor alegre. La alegría por el «perdido» encontrado y la alegría de salir a buscar al engreído que está en casa sin realmente estarlo. El padre es un Dios que, misteriosamente, ama más a los pecadores que «se dejan querer» y es un Dios que puede mostrar y expresar la inmensidad desconcertante de su amor. Los pecadores se ven perdidos y endeudados con Dios. Este padre es amor a lo grande, sin normas, cortapisas ni fronteras; amor en el que caben todos: buenos y malos, morales e inmorales. Ciertamente, como he dicho, en nosotros están los dos hermanos. Nosotros somos la síntesis del pródigo y del mayor. Pero, hay algo que debemos considerar: nosotros debemos ser más bien como el padre de la parábola, que es misericordioso y que sale al encuentro de los dos. En esta parábola está todo el Evangelio de Jesús, toda la historia de la salvación: la llamada de Dios y la respuesta del hombre. Sigamos caminando en Cuaresma vislumbrando la alegría de la Pascua con María. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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