Jesús nos recuerda, al ir iniciando nuestro camino cuaresmal que, en el último día de nuestra existencia en este mundo, seremos juzgados sobre el «amor». «Lo que no han hecho a uno de esos más pequeños y humildes que son hermanos míos, me lo han negado a mí». Esta era ya la enseñanza del Levítico, libro del Antiguo Testamento. Así que en nuestra Cuaresma, el Señor nos invita a examinar, más allá de las palabras, el estilo de mis relaciones con todas las personas que trato. Debemos todos los discípulos–misioneros de Cristo detenernos en cada una de esas palabras que nos ofrece el Evangelio y ver cómo estamos viviendo. La Cuaresma es un tiempo para restaurarnos en la vivencia plena de nuestra fe en este dinamismo que Jesús nos llama a realizar.
Desde los primeros compases del camino cuaresmal, se nos pone delante este compromiso del amor fraterno como la mejor preparación para participar de la Pascua de Cristo. Es un programa exigente. Tenemos que amar a nuestro prójimo: a nuestros familiares, a los que trabajan con nosotros, a los miembros de nuestra comunidad religiosa o parroquial, sobre todo a los más pobres y necesitados. Tenemos que ir viendo al prójimo con los ojos de Jesús y a Jesús mismo en la persona del prójimo, pues sobre esto va a versar la pregunta del examen final. Al Cristo es al mismo a quien desde él mismo, debemos servir en las personas con las que nos encontramos durante el día. Será la manera de preparar la Pascua de este año. Pidámosle a la Virgen María que nos ayude. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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