El texto evangélico es una invitación a la autorrenuncia, a renunciar a algo tan íntimamente de la persona como el creerse el primero, el mejor, despreciando y degradando, para ello, a todos los demás. Pero como sabemos, la renuncia no es un valor al alza hoy día; como no lo son la entrega, el sacrificio, la abnegación... Todo eso suena mal en un mundo como en el que vivimos, en el que todo mundo exige el respeto a los propios derechos con el mismo empeño que se olvida de los deberes, que también existen. Hay mucho que los creyentes podemos hacer en medio de esta sociedad a la que le faltan los ojos de la fe. El evangelio de hoy nos deja ver que a diferencia de la justicia, y más allá de la justicia, el estilo de vida que Cristo propone para todos es por esencia una entrega gratuita que no responde a ningún derecho. No consiste, pues, en un intercambio: esto por aquello, sino en un darse.
Este texto es, por lo tanto, para alguien con la mente lo suficientemente abierta como para dejarse interpelar por algo aparentemente absurdo y sin sentido. Intentar que alguien no creyente entienda esta página por las buenas es tarea muy difícil aunque no imposible. Es tarea de todos construir un mundo con una mentalidad así, seguros nosotros, como creyentes, de que Dios quiere hombres cabales que dejen entrar los criterios del Evangelio en sus vidas. Que María nos ayude a estar atentos en todo esto, como ella nos enseña con su ejemplo de vida. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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