Jesús, compadecido de aquella muchedumbre que le sigue para escuchar su palabra sin acordarse ni de comer, provee con un milagro para que coman todos. Con siete panes y unos peces da de comer a todos y sobran siete cestos de fragmentos. Hay que aprender en este gesto de Jesús su buen corazón, su misericordia ante las situaciones en que vemos a todo el mundo. Por pobres o alejadas que nos parezcan las personas, Jesús nos ha enseñado a atenderlas y dedicarles nuestro tiempo. No sabremos hacer milagros. Pero hay multiplicaciones de panes y de peces —y de paz y de esperanza y de cultura y de bienestar— que no necesitan poder milagroso, sino un buen corazón, semejante al de Cristo, para hacer el bien.
La multiplicación de los panes por parte de Jesús no es simplemente la escena de un hecho para un cuadro de un museo, no es una pieza arqueológica. Preguntémonos sinceramente, con el corazón en la mano: Señor, ¿qué quieres de mí en este mundo con tantos hambrientos? ¿Tengo yo que hacer algo en la multiplicación de los panes hoy? Jesús, con el ejemplo que hoy nos da en este milagro que hace, se encarga de hacer fecunda nuestra pequeña disponibilidad con lo que tengamos para ofrecer a los demás. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de vivir como verdaderos hijos de Dios compartiendo como hermanos, de tal forma que seamos capaces de velar por el bien de todos, especialmente de los más desprotegidos. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario