Frente a lo que son sus discípulos y las realidades que Jesús descubre en ellos, él siente que debe aclararles que ser Mesías no significa tener una condición especial que deba mantenerlo al margen de la humanidad con todo lo que ello representa. Él quiere ser cercano a todos. Sabe, que nada le va a ser fácil en lo referente al anuncio del Reino. Sus discípulos quieren evitarle todo sufrimiento y convertirlo en un ser mesías triunfante, alejado de los riesgos que trae consigo la encarnación. Pero ante todo hay que recordar que Jesús es, además, una persona de su tiempo que acepta y vive la realidad sin evitar los riesgos que al asumirla se le puedan presentar. Él sabe lo que le espera por estar de parte de la verdad, porque él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).
Así, en este pasaje Jesús nos hace ver su realidad como verdadero Dios y verdadero hombre. Alguien que está dispuesto a salvar a la humanidad a costa de lo que sea; él sufrió todos los padecimientos que le causaron sus contemporáneos. Nosotros, al confesar reconocer a Jesús como al Dios-humanado cuya divinidad se somete voluntariamente a los riesgos que produce el pecado de la humanidad hemos de entender que su mesianismo y su reinado son espirituales: en justicia, amor y paz; no en el poder al estilo del mundo. Si no queremos ser de los que obstaculizan el camino de la evangelización debemos tener un contacto muy estrecho con el Espíritu Santo a fin de juzgar con los criterios de Dios y no con el de los hombres que muchas veces se engaña. Hemos de entender y asimilar que el camino de la Resurrección y la gloria pasa inexorablemente por la cruz de Jesús. Por eso hay que preguntarnos: ¿somos de los que buscamos siempre el camino cómodo o de los que se acomodan como María a los planes de Dios? Pidámosle a ella que nos ayude a poder responde con nuestra vida a la pregunta de quién es Jesús. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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