En la palabra oída o leída, el apóstol Santiago nos dice que el hombre contempla quién es realmente por razón de la palabra. Pero algunos, tras mirarse en el espejo de la palabra, se olvidan de cómo eran, no la ponen en práctica ni perseveran en ella; para éstos, la palabra es tan vana e inútil como si no la hubieran oído. ¡Cuánta gente vive así, sin cuidar el gran valor que tiene cada palabra que se pronuncia! ¡Cuántos huecos en el lenguaje! ¡Cuántas palabras huecas! ¡Cuántas palabras que no expresan lo que deben decir! ¡Cuántas malas palabras! La palabra se hace realidad en la conducta de la persona, de eso no hay duda. ¿Cómo son tus palabras? ¿De qué hablas cuando pronuncias las frases que forman tus palabras? ¿Son tus palabras edificantes?
Con razón dice Santiago «que cada uno sea pronto en escuchar y lento para hablar»... Este escritor sagrado nos invita a ser lentos en hablar y a tener a raya nuestra lengua. ¿Cuántas veces fallamos al cabo del día con palabras precipitadas de las que luego nos tenemos que arrepentir? Se nos da un lema muy sabio que podemos recordar hoy: ser «prontos para escuchar y lentos para hablar». Nos hará mucho bien. Nuestra palabra no ha de ser mera voz y grito perdido en el desierto porque la lleva el viento en su frialdad, sino una declaración, gesto y compromiso sincero que manifieste la fe que vivimos. Pidámosle a María Santísima, cuyo lenguaje podemos imaginar, que cuide de las palabras que pronunciamos y que sobre todo, antes de hablar, sepamos escuchar. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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