Cuando Salomón llegó a viejo, se dejó desviar el corazón por las mujeres que tenía, ya que la posesión de muchas mujeres era en aquel entonces un signo de riqueza y notoriedad más que de depravación de las costumbres. Sin embargo, las mujeres de Salomón no eran todas judías sino que tenían diversas costumbres y distintas divinidades; algunas de ellas hacían magia y lograron que el corazón de Salomón ya no perteneciera de lleno al Señor. De esta manera, podemos ver que el pecado de Salomón no fue tanto lo de la multiplicidad de esposas, que como digo era costumbre de la época, como signo de riqueza y prestigio, sobre todo cuando los pactos y las alianzas se firmaban a base de matrimonios políticos, cuanto más numerosos mejor. El pecado que se le achaca al ya anciano Salomón es la idolatría, porque esas mujeres le arrastraron cada una hacia sus dioses, con la edificación de ermitas o templos y la corrupción consiguiente. Salomón faltó al primer mandamiento, que entonces como ahora es el más importante: «No tendrás otro Dios más que a mí». Por eso Dios se molestó contra él y le anunció el castigo que seguiría a su infidelidad.
Al leer la bellísima historia de Salomón, antes de que esto que el autor sagrado nos narra hoy, parecía imposible de pensar que Salomón, el que había iniciado su reinado pidiendo humildemente a Dios que le diera la sabiduría y que construyó el Templo en honor de Yahvé, pudiera caer luego en idolatría y construir templos a otros dioses. Pero de esto aprendemos que también nosotros podemos caer en inconsecuencias pequeñas o grandes en nuestra vida si nos apartamos de Dios. Nadie está seguro. Si nos descuidamos podemos llegar incluso a negar a Cristo como luego hará Pedro. ¿Qué dioses extraños podemos estar adorando nosotros? ¿qué altares o ermitas hemos construido, en vez de adorar y seguir al único Dios? ¿Se podría decir de nosotros lo que el texto dice de Salomón: «había desviado su corazón del Señor Dios»? En nuestro caso no será la multitud de mujeres o los templos a dioses falsos. Pero puede ser el dinero, o el deseo de poder, o la ambición o algún otro afecto desordenado. Caminemos muy unidos a María Santísima, quien nunca dividió su corazón y pidámosle a ella que nos ayude a mantenernos fieles a Dios. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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