Nuestra verdadera fe se verifica en la capacidad que nos da de crear a nuestro alrededor una red de relaciones interpersonales, una red de amor. Lo contrario de esto es el dejarnos llevar por la «envidia» y las «rivalidades»... en el fondo, la falta de amor. Por eso tenemos necesidad de vivir en presencia de Dios para realizarnos. La característica fundamental del cristiano, debería ser la «dulzura», la ausencia de orgullo, de intriga, de fanatismo y de todas las cosas que causan la envidia y las rivalidades. El verdadero «sabio», nos recuerda Santiago, trata de vivir en comunión, simultáneamente, tanto con sus hermanos como con sus adversarios... con sus superiores como con sus subordinados... con los que piensan como él y con los que no piensan como él. ¿No es éste el auténtico sentido de la palabra «tolerancia», «comprensión» que tanto se maneja en nuestros días? Santiago, en este fragmento de su carta, nos dice que el sabio se manifiesta no en el cúmulo de conocimientos adquiridos, sino sobre todo en su buen comportamiento, fruto precisamente de la docilidad a la sabiduría que hace que se erradique de la vida la envidia y las rivalidades.
Esta sabiduría pone ante los ojos del sabio la conveniencia de serle dócil, impulsándole a la vez a serlo. Por tanto, la pretendida sabiduría, egoísta que da el mundo y que con amarga envidia fomenta la discordia entre los hombres no será sino una sabiduría de mentira y engañosa, envidia y discordia son el germen del que brotan perturbaciones y todo tipo de acciones malvadas. La verdadera sabiduría es la que viene «de arriba» y lleva al sabio a extender el manto de la discreción y comprensión ilimitada sobre todas las miserias de los hombres, tratando de hacerlos vivir en paz entre sí, sembrando en ellos la justicia. Pidamos a Dios, por medio de María, crecer en el espíritu de paz, perdón, docilidad, misericordia, imparcialidad y verdad y así alcanzar la verdadera sabiduría, la que viene de lo alto. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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