No es extraño que a Jesús le buscaran y le siguieran por todas partes, aunque parecía despistarles atravesando el lago con rumbo desconocido. La gente le seguía a todas partes para alcanzar la salud. Y nosotros, que queremos también seguir a Cristo, no podemos descuidar esta faceta: ¿cómo atendemos a los ancianos, a los débiles, a los enfermos, a los que están marginados en la sociedad? Los que participamos con frecuencia en la Eucaristía no podemos olvidar que comulgamos con el Jesús que en el evangelio está al servicio de todos, de modo particular a aquellos por los que mostró siempre su preferencia, los pobres, los débiles, los niños, los enfermos.
Lo mismo que tocando la punta de su manto aquellas personas quedaban curadas, sólo tocando hoy a Jesús encontraremos la fuerza para seguir adelante y seguirle por los caminos de nuestra vida. No es imposible tocarle hoy. Ciertamente no es una persona con un cuerpo como el nuestro. Pero hay dos caminos al menos para encontrarnos con Él y tocarle. Una es a través de la Eucaristía y de la lectura y escucha de la Palabra de Dios. Ahí nos encontramos con Jesús tal y como fue y no tal y como nos gustaría que fuese. La otra manera es acercarnos a nuestros hermanos y hermanas, especialmente a los más pobres y desamparados, a los que sufren. Ellos son hoy sacramentos vivientes de la presencia de Jesús en medio de nosotros. Con María, busquemos tocar a Jesús y alcanzar la salvación para muchos. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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