Esta fiesta de la Cátedra de San Pedro, expresa la misión que Cristo le confió a él y a sus sucesores: apacentar su rebaño con la predicación del Evangelio. Después del Cenáculo de Jerusalén y de Antioquía, san Pedro se estableció en Roma, donde culminó su vida con el martirio. Por esto, la sede de Roma no está sólo al servicio de la comunidad romana, sino también de las demás Iglesias. Así lo afirma el Padre de la Iglesia San Jerónimo: «Yo no sigo más primado que el de Cristo; por eso estoy en comunión con tu beatitud, esto es, con la cátedra de Pedro. Yo sé que sobre esta piedra ha sido edificada la Iglesia». Elegido por Cristo como «roca» sobre la cual edificar la Iglesia, como nos narra el evangelio de hoy (Mt 16,13-19), san Pedro comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor y de Pentecostés. La primera «sede» de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable que en esa sala, donde también María, la Madre de Jesús, oró juntamente con los discípulos, a Simón Pedro le tuvieran reservado un puesto especial.
El ministerio, confiado a san Pedro y a sus sucesores, de ser roca sólida sobre la cual se apoya la comunidad eclesial, es garantía de la unidad de la Iglesia, custodia de la integridad del depósito de la fe y fundamento de la comunión de todos los miembros del pueblo de Dios. La fiesta litúrgica de hoy representa, por eso, una invitación a reflexionar sobre el «servicio petrino» del obispo de Roma con respecto a la Iglesia universal y a orar por el Papa con insistencia, pidiendo a la santísima Virgen María, que acompañó con la oración los primeros pasos de la Iglesia naciente, que vele por el Santo Padre y por toda la Iglesia. Que ella nos alcance, experimentar, como san Pedro, el apoyo constante de Cristo. Que nos ayude a vivir nuestra misión al servicio del Evangelio en la fidelidad y en la alegría, a la espera de la vuelta gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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