La conversión, como sabemos, es un proceso, no un acontecimiento. Viene como resultado de nuestros esfuerzos justos por seguir al Señor. Dichos esfuerzos entrañan ejercer la fe en Jesucristo, arrepentirnos del pecado, bautizarnos, recibir el don del Espíritu Santo y perseverar hasta el fin en la fe dentro de la Iglesia. El jueves 25 de marzo de 1999, san Juan Pablo II, hablando de este tema en uno de sus discursos decía algo que quiero ahora compartir: «Sólo gracias a un proceso constante de conversión y renovación el hombre avanza por el arduo sendero del conocimiento de sí, del dominio de la propia voluntad y de la capacidad de evitar el mal y hacer el bien. No quiero decir que el camino de la conversión sea fácil. Cada uno sabe lo difícil que es reconocer los propios errores. En efecto, solemos buscar cualquier pretexto con tal de no admitirlos. Sin embargo, de este modo no experimentamos la gracia de Dios, su amor que transforma y hace concreto lo que aparentemente parece imposible obtener. Sin la gracia de Dios, ¿cómo podemos entrar en lo más profundo de nosotros mismos y comprender la necesidad de convertirnos? La gracia es la que transforma el corazón, permitiendo sentir cercano y concreto el amor del Padre».
Así que en todo momento, en todo tiempo y lugar, hemos de estar trabajando en este asunto de la conversión. Y hay que recordar que la conversión nace de una experiencia profunda de amor entre Dios y la persona que acepta, a reconsiderar el modo en que está viviendo, a revisar la escala de valores, los fundamentos de la propia existencia, las motivaciones y el sentido de la vida, desde los valores y propuesta del Evangelio; para luego tomar la decisión de transformar y cambiar todo aquello que impide que se haga realidad, el gran sueño de Dios para cada uno de sus hijos e hijas, una vida plena (Cf. Jn 10,10) e involucrándose en la misión de hacer del mundo, un mundo más humano, donde rija la dignidad humana, la justicia, el amor, la compasión, principalmente por los más pequeños del Evangelio. Pidamos a María que interceda para que alcancemos la gracia de la conversión y estemos en su dinamismo constantemente. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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