jueves, 24 de febrero de 2022

«Cuquita Meza, Cristo, María, una guitarra y la máquina de coser»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo LXXXV


Recordar a las almas consagradas que al pasar por este mundo han dejado la huella de Cristo, es agradecer la obra maravillosa que el Señor ha hecho en la vocación que les ha dado. Este espacio de «Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo», quiere ser un homenaje a las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento —a quienes tanto debo en mi vocación— y recordarlas agradeciendo a Dios su legado. Esta vez quiero compartir algo de la vida de la hermana María del Refugio Meza Villegas, a quien tuve la dicha de conocer desde hace muchos años y que en su vida de Misionera Clarisa se hizo donación del amor de Dios como religiosa consagrada a él. La recuerdo siempre alegre, serena, sencilla y con su guitarra, aún ya entrada en años. Sus hermanas de comunidad la recordarán también junto a la máquina de coser, pues fue una hermana costurera de primera línea. 

La Hermana Cuquita —como era conocida— nació el 29 de junio de 1926 en Nuevo Valle de Moreno, León, Guanajuato, en México. Allí creció y vivió sus pequeños años en un ambiente familiar hasta que el 21 de agosto de 1955 ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, en la Casa Madre de instituto en Cuernavaca, Morelos y de inmediato inició su postulantado en la casa de Talara, en la Ciudad de México, posteriormente, para recibir su formación como novicia, regresó a la Casa Madre donde inició su noviciado el 8 de septiembre de 1956. Dos años después, el 15 de agosto de 1958, emitió sus votos temporales y se consagró a Dios en perpetuidad el 15 de julio de 1963. La beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, fundadora de la congregación y superiora general de la misma, estuvo siempre presente en todos estos momentos tan significativos de la vida consagrada de la hermana Cuquita. Como religiosa recibió el nombre de María del Refugio del Niño Jesús.

Cuquita fue un alma sencilla, humilde, de trato afable y fraterno. Un alma pacífica y pacificadora. Tenía un don especial para la cocina y la costura. Desde su noviciado, prestó con entusiasmo estos servicios en diferentes comunidades: Monterrey, Puebla, Talara, Casa Madre, Huatabampo, Guadalajara y la casa de La Villa, lo hacía con amabilidad y caridad, tratando de agradar en todo momento a sus hermanas de comunidad. En algunas ocasiones, dio clases de costura y a las hermanas más jóvenes les compartió con gusto sus conocimientos.

Fue una misionera dócil a la voluntad de Dios. En la costura estaba atenta a las necesidades de las demás, paciente y disponible. Se esmeraba por realizar sus responsabilidades con dedicación y orden, procurando realizarlas como un servicio a Dios y a sus hermanas, compartiendo sus experiencias. En todos los momentos de la vida comunitaria, compartía con sencillez y con un corazón gozoso y sereno participando en todas las actividades que había que realizar. Gozaba de la presencia alegre de las hermanas, siendo ella misma un espacio de alegría para las demás, con su característica sonrisa.

A lo largo de su vida religiosa, dio testimonio de gran fidelidad al carisma, fundiendo a Martha y a María, era también gran alma de oración y amante su adoración en medio de sus responsabilidades. En la casa de Monterrey, por ejemplo, se le recuerda tocando con gusto la guitarra, que era otro de los dones que tenía. Y en la Casa Madre, a pesar de que ya era muy avanzada en edad, participaba fielmente en el coro, desde los ensayos, cantando y tocando en todas las ceremonias en las que se requería su presencia. Siempre fiel en sus actos comunitarios, se le veía contenta rezando los salmos en los momentos de la oración de la Liturgia de las Horas y con un gran amor mariano recitando el Rosario en comunidad y ella sola. EL amor a María, siempre sostiene toda vocación de seguimiento de Cristo. Seguramente Cuquita recordaba siempre el ¡vamos María! que muchas veces escuchó de la labios de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.

En el año 2005 regresó a la Casa del Tesoro, en Guadalajara. Allí había estado años antes y por varios años continuó confeccionando hábitos religiosos, vistiendo a sus hermanas consagradas con mucho cariño. Era toda una especialista en la máquina de coser. Las hermanas jóvenes recuerdan su testimonio de entrega en un trabajo escondido, donde seguramente conquistó muchas almas para el Rey inmortal de los siglos. Su tarea como misionera consagrada fue más hacia adentro del instituto, en una vida serena de las tareas de Nazareth, como es la costura, haciendo los hábitos religiosos de muchas misioneras que dieron la vuelta al mundo. Ella sabía que allí, detrás de la máquina de coser, era la levadura, que es esencial, para conquistar las almas para Cristo, que se ganan con el sacrificio de la vida oculta de cada día.

Desde hace algún tiempo, la hermana Cuquita, empezó a padecer dolores reumáticos, hipertensión y algunas otras complicaciones, propias de la edad. En medio de sus dolores, mantenía la serenidad y alegría, que la caracterizaron a lo largo de su vida consagrada. 

A finales de enero de este 2022, contrajo una neumonía derivada del covid19. En estos últimos quince días no se le vio desesperar, estaba abandonada y confiada en el Señor sin quejarse para nada. Cuando le preguntaban cómo estaba, solía responder que bien y por momentos buscaba alguna sencilla manera de mostrar su gratitud a las hermanas que la atendían.

El martes 8 de este mes de febrero, por una insuficiencia cardiaca, la salud de la hermana Cuquita se debilitó aún más. Con mucha paz y siempre esmeradamente atendida y acompañada por las hermanas de esta casa, entregó su alma al Divino Redentor el día 9 de febrero de 2022, alrededor de las tres horas.

Descanse en paz la hermana María del Refugio Meza Villegas.

Padre Alfredo.

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