San Lucas, con ello, quiere transmitirnos la mirada de Jesús sobre las víctimas de un mundo muchas veces inhumano e injusto e infundir esperanza. Las actitudes que el discípulo está llamado a vivir para sembrar el Reino de Dios se manifiestan, por supuesto, también en otros pasajes de su evangelio. Tanto las ocho bienaventuranzas de san Mateo como las cuatro de san Lucas, pueden ser reducidas por nosotros a una sola: la fortuna y la felicidad de quien acoge la Palabra de Dios a través de la predicación de Jesús e intenta adecuar su vida a ella. El verdadero discípulo-misionero de Jesús es, al mismo tiempo pobre, apacible, misericordioso, trabaja por la paz, es limpio de corazón, etc. Por el contrario, quien no acoge la buena noticia del Evangelio sólo merece amenazas que, en boca de Jesús, corresponden a otras tantas profecías de tristeza e infelicidad.
San Lucas pone en labios de Jesús estas cuatro bienaventuranzas y estas cuatro amenazas porque de esta manera anuncia que el juicio definitivo sobre el hombre no depende del éxito o la felicidad que se tenga en nuestro mundo, sino del juicio de Dios, que es quien tiene la última palabra sobre la historia. En definitiva, las bienaventuranzas nos hablan de un mundo nuevo que ha comenzado en Jesús, que debe ser vivido por los discípulos y que alcanzará su plenitud al final de los tiempos. Cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios de esta manera, cuando camina con Jesús como marcan las bienaventuranzas, entonces vive con nuevos criterios y, por tanto, ya ahora algo de lo que está por venir en la vida eterna, está presente. De la mano de María, cada uno de nosotros debe situarse este domingo frente al Señor Jesús y abrir el corazón a esta palabra que nos dirige para hacerla resonar muchas veces en nuestro corazón. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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