El Reino —los cielos nuevos y la tierra nueva que anunciaba Jesús— no tiene un estilo espectacular como mucha gente lo espera. Jesús lo ha comparado al fermento que actúa en lo escondido, a la semilla que es sepultada en tierra y va produciendo su fruto. Rezamos muchas veces la oración que Jesús nos enseñó: «venga a nosotros tu Reino». Pero este Reino es inadvertido, está velado, pero ya está actuando: en la Iglesia, en su Palabra, en los sacramentos, en la vitalidad de tantos y tantos cristianos que han creído en el evangelio y lo van cumpliendo. Ya está presente en los humildes y sencillos: «bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos». Necesitamos, en este «ya, pero todavía no», ir descubriendo los signos de la cercanía y de la presencia de Dios en lo sencillo, en lo cotidiano, en lo ordinario. Al impetuoso Elías, en al Antiguo Testamento, Dios le dio una lección y se le apareció, no en el terremoto ni en el estruendo de la tormenta ni en el viento impetuoso, sino en una suave brisa (1 Re 19,12).
Enseguida, en este mismo relato del día de hoy, Jesús habla con sus discípulos y apunta a su segunda venida, que será bien notoria como el relámpago (Mat 24,23; Mc 13,21; Ap 1,7). Antes de este acontecimiento se presentarán muchos falsos profetas y será general el descreimiento y la burla como en tiempos de Noé y de Lot (Gén 7,7;19,25; 2 Pe 3,3 ss.). No cabe duda de que nuestros tiempos se parecen en muchas cosas a lo predicho por el Señor. Esto nos obliga a una detenida meditación sobre el Reino de los Cielos y este impresionante anuncio que hace Cristo, no obstante haber prometido su asistencia a la Iglesia hasta la consumación de los siglos. No sabemos cuándo llegará ese fin de los tiempos, pero la experiencia del Reino de Dios está «ya, pero todavía no» en nuestra historia presente. La presencia del Reino de Dios y de Jesús resucitado en nuestra historia, es la dimensión trascendente de nuestra historia, que no perciben nuestros sentidos, pero que es tan real como la dimensión práctica de los sentidos. La historia no es sólo lo que se ve. Hay una dimensión invisible de la misma historia que sólo se vive y se discierne a la luz de la fe. Que María Santísima nos acompañe en este «sí, pero todavía no» mientras esperamos la alegre venida de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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