Jesús aprovechó esta situación para instruir a sus seguidores acerca del valor de las ofrendas. La ofrenda de aquellos ricos y poderosos viene manchada por el hambre y la indigencia de aquellos que han sido sometidos para que alguno alcance la riqueza. El dinero sólo les servía a esos a quienes lo poseían en abundancia, para aumentar la riqueza pero no para incrementar la solidaridad (Lc 16,9). Jesús pensaba que la nueva comunidad no se debía meter en este plan. Los discípulos de Jesús precisamente se debían distinguir por tener conciencia crítica ante esta situación y por plantear alternativas.
La actitud de la viuda, en cambio dio pie para una enseñanza enteramente positiva. A Dios no tenemos por qué darle lo que nos sobra, aquello de lo que podemos prescindir. A Dios se le hace una verdadera ofrenda cuando damos, desde nuestra pobreza, lo que somos y lo que tenemos. Dios recibe nuestras vidas y las transforma en una ofrenda generosa y solidaria que alegra a toda la comunidad. La viuda nos ofrece una gran enseñanza que hay que guardar: lo que mide verdaderamente un don, una ofrenda, no es la cantidad que se da sino la que uno se reserva para sí; lo que importa no es tanto la cantidad cuanto el espíritu con el que se da, y el verdadero don es dar todo lo que uno tiene. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, que nos conceda dar como la viuda, amar como ella hasta el extremo, como nosotros hemos sido amados por Dios. Que así podamos decir que en verdad somos un signo creíble del amor salvador de Dios para nuestros hermanos. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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