miércoles, 3 de noviembre de 2021

«Las exigencias del seguimiento»... Un pequeño pensamiento para hoy


El contexto del Evangelio del día de hoy (Lc 14,25-33) es el «camino». El evangelista nos dice que mucha gente caminaba con Jesús, «Una gran muchedumbre» señala el evangelista. Por eso Jesús se vuelve hacia sus discípulos y deja bien en claro las condiciones para ser discípulos de él. El discípulo es el que camina detrás de Jesús camino a Jerusalén y en Jerusalén espera la cruz. Palpablemente muchos caminan con él, pero de hecho pocos llegan a ser sus discípulos, la inmensa mayoría se quedará lejos. Por eso Jesús define el discipulado y lo hace en términos extremadamente radicales. Sí, las palabras de Jesús aquí en este relato son duras. Presentan un radicalismo que no admite medias tintas. Pero siempre hemos de tomarlas como un ideal al que se tiende, y que ha de ser matizado en la vida con discernimiento. Jesús no es opresor sino liberador del espíritu.

El discípulo–misionero de Jesús habrá de acompañarle en el camino a Jerusalén, y eso comporta algo tan radical, que Jesús pide a los que quieren ser discípulos, que lo piensen bien antes y midan bien sus fuerzas. El texto de hoy es claro, para seguir a Jesús hay que dejarlo todo, y Jesús pone dos ejemplos que aparentemente no tienen mucho que ver con el dejar, pero sí con el calcular, con el preparar, con el prevenir: la edificación de una torre y la guerra de un rey contra otro. Son dos empresas que exigen mucha reflexión y mucho cálculo. Es triste que se burlen de alguien y digan: «Este comenzó a edificar y no pudo terminar» (cf. Lc 14,30). Muchos deciden ser discípulos de Jesús, pero no llegan con Jesús hasta Jerusalén en donde está la cruz. Se quedan a mitad de camino.

Al renunciar a nuestros gestos amenazadores, a nuestros egoísmos, a nuestras injusticias, a nuestras pasiones desordenadas, a nuestras inclinaciones enfermizas al dinero o al poder, quedamos libres para seguir a Jesús. Cristo nos quiere libres de toda carga de maldad, de todo pecado, de toda injusticia y de todo signo de muerte; pues de lo contrario en lugar de cargar la cruz de nuestra entrega a favor del Evangelio, sólo aparentaríamos ir hacia el Señor quedando entrampados en la condenación y la muerte, consecuencia de nuestras esclavitudes al pecado. El discípulo–misionero ha de trabajar por construir el Reino de Dios esforzándose para que brille la justicia, la clemencia y la compasión; luchando para que que el amor sea algo real y concreto, y no sólo un buen deseo, convertido en espejismo engañoso. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir con lealtad nuestra fe en Cristo, para que siendo discípulos–misioneros fieles, colaboremos para que todos encuentren el camino que lleva a Cristo. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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