Sea en el momento de nuestra muerte, que no es final, sino comienzo de una nueva manera de existir, mucho más plena, sea en el momento del final de la historia, venga cuando venga, la venida de Cristo no será en humildad y pobreza, como en Belén, sino en gloria y majestad. La visión profética del evangelista trata de descubrir también en el desarrollo de la historia las oportunidades de salvación que se presentan a lo largo del tiempo. ¿Qué estamos haciendo y cómo nos estamos preparando siempre para el encuentro definitivo con el Señor?
En estos días, en el evangelio, Jesús nos anuncia en forma muy vaga el cataclismo final del mundo. Y la forma literaria en que lo hace conlleva muchas referencias a lo que nos sucede habitualmente cuando las tormentas, huracanes, temblores de tierra, pandemias... hacen a muchos palidecer de miedo y salir a los espacios abiertos para liberarse de diversos obstáculos. Todo eso son imágenes, modos de hablar. En realidad, nada sabemos sobre el fin del mundo, pero vuelvo a lo mismo: ¿Estamos preparados para ese momento? Jesucristo no nos reveló nada concreto al respecto. Por tanto, lo que ha querido es sugerirnos que, ante la obligada ignorancia que no permite hacer componendas, vivamos honradamente como hijos fieles a Dios, a la verdad, a la caridad, a la conciencia. Sigamos caminando al amparo de María Santísima porque no sabemos ni el día ni la hora. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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