Recordemos que Jesús en varias ocasiones habla de lo malo que son las riquezas cuando hacen a la persona egoísta y cuando eso se utiliza para el mal. En algunos pasajes Jesús deja muy en claro que él no le da importancia al dinero. Hoy le llama «el dinero injusto», porque no quiere que nos dejemos esclavizar por él: «nadie puede servir a Dios y al dinero». En varias ocasiones él habla sobre el peligro de las riquezas, y es que bien sabemos que si nos obsesionamos con ellas nos bloquean para las cosas del espíritu, de modo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos (Mt 19,23-30). Así, podemos ver que los que aceptan el Reino son los que no están llenos de sí mismos ni de ambiciones humanas, los que no se han esclavizado al dinero y a los bienes materiales que pueden llegar a ahogar a la persona. Esto puede pasar a los ricos, como al joven que no acogió la invitación de Jesús y se marchó triste, «porque era muy rico», pero también nos puede pasar a los demás, porque uno puede estar lleno de sí mismo, cosa que también estorba, y mucho, para ir viviendo al estilo del Reino.
Por eso de nuestra actitud frente a los bienes materiales y del uso que hacemos del dinero y de ellos depende la autenticidad de nuestro seguimiento de Jesús. Toda vida cristiana se rige por los parámetros propuestos por Jesús en este pasaje. Los bienes de la tierra han sido ofrecidos en vistas a establecer la comunión con los otros seres humanos. El dinero debe servir para hacernos amigos y ello puede realizarse solamente si manifestamos una real voluntad de compartirlo con los demás, de velar por el otro y experimentar el inmenso gozo del compartir. Cuando estaba en África me llamaba la atención como los chiquillos se repartían un chocolate —que muy poco se ven por allá— entre los amigos, antes que egoístamente guardarlo sin que lo vieran los demás, como por desgracia sucede en muchos de los niños de acá de América. Frente al dinero, nos muestra Jesús, debemos comportarnos como administradores y, para eso, la exigencia primordial es la de ser fiel al que nos lo ha confiado, que es el mismo Dios que es Padre providente y nos da lo que necesitamos. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que al amar a Dios y pedirle los bienes materiales y el dinero que necesitamos cada día, no lo guardemos sólo para nosotros, sino que lo compartamos. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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