El evangelio de hoy pone en boca de Jesús un conjunto de advertencias que tratan de contrarrestar el efecto de los vicios que amenazaban la integridad de la comunidad. Se trata ante todo de un llamado hacia una actitud ética consciente y responsable. El hombre no puede ser libre si permanece atado a los vicios que le impone la cultura. El cristiano no puede estar atento a la presencia de su Señor si está envuelto en el acomodo de los antivalores que la sociedad promueve como ideal de vida. El cristiano necesita estar libre y despierto ante la realidad para dar una respuesta eficaz ante ella. Por estas razones, el cristiano necesita cultivar una actitud orante que le permita estar despierto ante la realidad y descubrir los signos de los tiempos. La actitud ética del cristiano está encaminada a permitir una acción transparente de Dios en la humanidad. Pero, el discípulo–misionero debe cuidarse de no convertirse en juez de sus hermanos y congéneres, pues la actitud ética no está orientada al perfeccionismo moral sino al testimonio de Cristo. El discípulo–misionero no es juez, sino testigo.
Este último aviso para este día final del año litúrgico va dirigido a nosotros: la comunidad debe mantenerse sobria y despierta. El aviso es muy serio: «Estén alerta». Es el mismo aviso que Jesús había hecho antes a los discípulos a propósito de los fariseos (Lc 12,1), de aquellos que causan escándalo (Lc 17,3) y de los letrados (Lc 20,46). Jesús habla del día en que el Hombre, que es él mismo, se manifestará con todo su esplendor, una vez hayan caído los opresores. Los discípulos deben pedir fuerza para mantenerse en pie ante la llegada del Hombre y deben prepararse desafiando la persecución y la muerte. Si siguen identificados con la sociedad injusta que se está desmoronando, correrán también ellos la misma suerte, y la llegada del Hombre no será para ellos señal de liberación (cf. Lc 21,28), sino, todo lo contrario, «caerá como una trampa» sobre ellos, igual que «sobre todos los habitantes de la tierra» (Lc 21,35). Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber vivir siendo fieles a Cristo, preparados para su segunda venida. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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