viernes, 12 de noviembre de 2021

«Hacia el final»... Un pequeño pensamiento para hoy


A medida que el año litúrgico va arribando a su fin, nuestro pensamiento se dirige hacia una reflexión sobre el «fin» de todas las cosas. Todo en este mundo es pasajero porque como reza el dicho: «Todo lo que se acaba es corto» y la historia de la humanidad se ha medido por siglos. Yendo al evangelio vemos que a medida que Jesús subía hacia Jerusalén, su pensamiento se orientaba hacia el último fin y eso es lo que la liturgia de la palabra, en el evangelio, nos va presentando estos días de noviembre en que también recordamos a nuestros fieles difuntos. Cada vez que a algo le llega «su fin», deberíamos ver en ello un anuncio y una advertencia. Cuando muere uno de nosotros, es un anuncio de nuestra propia muerte. El Evangelio de hoy (Lc 17,26-37) es muy elocuente en el tema. En él Jesús nos propone que descifremos tres hechos históricos que considera símbolos de todo «Fin»: el diluvio, la destrucción de una ciudad entera, Sodoma y por último la ruina de Jerusalén. Me detendré en la reflexión en los aspectos que tocan los dos primeros hechos, dejando el tema del fin de Jerusalén para otra ocasión.

Como en tiempos de Noé y de Lot, los hombres de nuestra época siguen ocupados en los grandes afanes de la vida: fortuna, diversión, comida, sexo, negocios... El quehacer de ese trabajo es absorbente, de tal forma que se olvida la dimensión de profundidad: Dios que viene desde el fondo, Dios que llama y quiere convertirnos a la auténtica verdad de nuestra vida. Ante esta llamada pueden darse dos tipos diferentes de fracaso: el de aquéllos que están demasiado ocupados en sus cosas y simplemente prefieren no escuchar —como los habitantes de Sodoma—; o el de aquéllos que escuchando en principio la llamada sienten la nostalgia del mundo que abandonan retornando hacia lo antiguo —la mujer de Lot—. El diluvio sorprendió a la mayoría de las personas muy entretenidas en sus comidas y fiestas. El fuego que cayó sobre Sodoma encontró a sus habitantes muy ocupados en sus proyectos. No estaban preparados. Así sucederá al final de los tiempos. ¿Dónde? —otra pregunta de curiosidad—: «donde hay un cadáver, se juntan los buitres», o sea, en cualquier sitio donde estemos, allí será el encuentro definitivo con el juicio de Dios.

Estas alusiones de Jesús a los tiempos de Noé o de Lot tienen un objetivo claro: hacer ver que el encuentro con él —el «día del Hijo del Hombre»— no es más de lo mismo, introduce una novedad radical, divide nuestra vida en un «antes» y en un «ahora». Es decir que no podemos seguir a Jesús —que es la novedad— y vivir como antes. En otras palabras: no podemos echar el vino nuevo de la fe en Jesús en los odres viejos de nuestra autosuficiencia (Cfr. Mt 9,17). Con un corazón nuevo hemos de esperar la llegada de Jesús, sea el momento de nuestra muerte o el momento del fin del mundo. La llegada del Señor será tan imprevista como el fulgor del relámpago: nadie podrá preverla. Como en tiempos de Noé y de Lot, los cálculos y las cábalas de los fariseos son completamente inútiles. Jesús invita a no hacer caso de nadie. Sólo la vigilancia tiene sentido. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de esperar, alegremente y en novedad de vida, la venida del Señor al final de nuestra vida para hacernos partícipes de los bienes eternos, reservados a quienes Él ama y le viven fieles. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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