Entre el inicio y el final de este año litúrgico, hemos escuchado domingo tras domingo, el anuncio y el trabajo de Jesús por el Reino; palabras y obras que en nosotros debían provocar una respuesta de fe. Respuesta que se resume en la convicción de que el reino de Dios lo encontramos en Cristo, en sus palabras, en su ejemplo, en su persona, en sus obras. Es decir, en la afirmación de que Jesucristo es el Rey. Pero extrañamente, muchos cristianos olvidan a menudo todo eso del reino de Dios. Y entonces inevitablemente desfiguran su fe. Quizá podríamos preguntar a toda esta gente: ¿Qué es el Reino de Dios? ¿Sabrían responder? Pienso que muchos no sabrían qué decir. Y si se lo preguntáramos a muchos de los católicos que asistimos cada domingo a misa, muy probablemente tampoco la mayoría sabría que responder. Preguntémonoslo nosotros hoy. Porque, ¿cómo sabremos qué significa que Jesús es Rey si no sabemos de qué reino es el Rey? Más aún: toda la predicación de Jesús es anuncio del Reino, su Buena Noticia es que el Reino está ya entre nosotros pero será en plenitud por gracia del Padre en la totalidad del Reino futuro. ¿Cómo entenderemos todo eso si no sabemos qué es el Reino de Dios?
Para entender y captar bien que Cristo es Rey, hay que entender qué es el Reino, ese Reino que se inaugura en el corazón del hombre porque ahí es donde Cristo quiere reinar primero. Se trata, por tanto, de ceder las riendas del poder sobre nuestra vida dejando a Cristo Rey el gobierno de nuestra existencia: «Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca» (Mt 3,2; 4,17). Gracias a esta conversión, Cristo puede establecer su reinado sobre la inteligencia humana porque él es la Verdad que hace libre. Cristo reina también a través de su misericordia y su caridad que arrastran nuestra voluntad en la lógica del don de sí. Sin embargo, resucitado y glorioso, Jesús manifiesta el carácter real y universal de su realeza: «Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Por consiguiente, esta realeza de Cristo tendrá, necesariamente, efectos en todas las áreas de nuestra vida. Celebremos esta fiesta de Cristo rey con María, a quien también reconocemos como Reina. Celebrémosla en la humildad y en la sencillez; celebrémosla en el silencio de un amor generoso, totalmente volcados al servicio de la humanidad. Nuestro rey viene del cielo: precisamente por eso este es el triunfo del amor sobre el odio; de la humildad sobre el orgullo; del servicio fraterno sobre el amor. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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