No hace falta que nos obsesionemos pensando en la inminencia del fin del mundo. Estamos continuamente creciendo, caminando hacia delante. Cayó Jerusalén. Luego cayó Roma. Más tarde otros muchos imperios e ideologías. Pero la comunidad de Jesús, generación tras generación, estamos intentando transmitir al mundo sus valores, estamos buscando evangelizar al mundo, para que el árbol dé frutos y la salvación alcance a todos. Este pasaje evangélico es una invitación para que permanezcamos vigilantes. En el Adviento, que empezamos mañana por la tarde, en vísperas del primer domingo, se nos exhortará a que estemos atentos a la venida del Señor a nuestra historia. Porque cada momento de nuestra vida es un «kairós», un tiempo de gracia y de encuentro con el Dios que nos salva.
Entonces hay que estar atentos a las señales de los tiempos y de los lugares; que son elocuentes para indicarnos algo de la voluntad de Dios sobre nuestras vidas. El Concilio Vaticano II retomó con fuerza el tema de los «signos de los tiempos»: «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos. Es necesario comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones» (GS 4). En el fondo, no debemos esperar encontrar la fecha de cumplimientos de profecías viejas o premoniciones presentidas: es la cercanía o lejanía del Reino (v. 31) lo que nosotros podemos y debemos discernir de entre los signos de los tiempos y estar preparados. La cercanía del Reino de Dios no es algo repentino e inesperado, sino un proceso histórico que se da a lo largo de todo el tiempo presente. Es necesario descubrir los signos de su llegada. Que Dios nos conceda, por intercesión de su Madre santísima, estar siempre preparados para la llegada definitiva del Reino. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario