miércoles, 10 de noviembre de 2021

«Uno de los diez»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Texto que la liturgia de hoy nos propone en el Evangelio (Lc 17,11-19), nos dice que a Jesús, en su viaje por Samaria y Galilea, cuando estaba por entrar a uno de los poblados, le salieron 10 leprosos que estaban un poco lejos por obediencia a la ley de Moisés, la cual separaba a los leprosos, enviándolos a vivir fuera del campamento, o de la ciudad y de lejos le gritaban a Jesús que tuviera compasión de ellos. El Señor hace caso de su súplica y les da la orden de ir a presentarse al sacerdote como la ley de Moisés lo pedía, porque solamente el sacerdote podía «declarar» o, mejor dicho, dar un certificado a un leproso que estaba limpio, para que pudiera ser restaurado una vez más en la comunidad. Cuando los 10 leprosos iban camino a presentarse al sacerdote, se dieron cuenta que habían sido sanados. Uno de ellos, que era samaritano, se regresa alabando a Dios a darle las gracias a Jesús por haber sido curado. Así este samaritano extranjero, fue el único en darle gloria a Dios por el hecho milagroso. Los otros nueve que eran de la casa de Judá, no agradecieron.

Este pasaje, que hemos repasado a grandes rasgos, nos da pistas para pensar en la gratitud que le debemos a Dios que se manifiesta en la persona de Jesucristo. Porque ciertamente una cosa es reconocer a Cristo como el hacedor de milagros, el que nos puede sacar de apuros y otra es reconocer que Jesucristo es Dios encarnado, el primogénito de la creación (Col 1,15). El samaritano no volvió a Jesús simplemente porque este estaba agradecido por haber sido sanado. El proceso de sanación permitió al samaritano entender que Jesús es Dios, y por lo tanto es el centro de nuestra adoración. De la misma manera, nuestra visión de Dios no puede ser «utilitaria» o «antropocéntrica», donde Dios se convierta en el «Patrono» de nuestro bienestar. Desde este punto de vista, nuestro agradecimiento no es más que una veneración de Cristo. Necesitamos entender que el agradecimiento a Dios nos lleva ineludiblemente a la adoración. Y por «adoración», que solo se la debemos a Dios, nos referimos a la transformación del entendimiento producida por el Espíritu Santo, la cual nos lleva consecuentemente al cambio en nuestra manera de vivir (Rm 12,2). La vida de aquel leproso curado nunca volvió a ser igual... ¡abrazó la fe!

El samaritano sanado entiende que Jesús lo ha reintegrado a la comunidad humana, no importando que como leproso y extranjero fuera un doble marginado. Frente a Jesús se postra y reconoce al hombre de Galilea que ha sido su redentor y Jesús descubre que aquel ha mostrado tener una fe verdadera. Le agradece a él como hombre, pero le agradece también como Dios, porque el evangelista nos lo deja ver con el término en griego que utiliza para manifestar la acción e gracias de aquel hombre. El escritor sagrado utiliza el término «euchariston». Este término, en las 37 veces que se usa en el Nuevo Testamento, está reservado única y exclusivamente al agradecimiento rendido a Dios. En otras palabras, el samaritano ofrece un tipo de agradecimiento reservado solo a Dios. Es de esta manera que podemos comprender la intención detrás de el acto de «postrarse». Únicamente el que ha regresado reconoce que en medio del pueblo, Dios ha puesto una instancia superior. La fe del hombre enfermo y marginado es la que le permite ser completamente redimido. El agradecimiento genuino nos insta a encontrarnos cara a cara con Cristo. Por lo tanto, el toque transformador de su presencia restaura la esencia inicial por la cual fuimos creados (Ef 210, 2 Cor 5,17). Por consiguiente, el que está agradecido con Dios transforma su vida y vive sólo para él. Que María santísima interceda por nosotros y nos ayude a ser agradecidos con Dios. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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