Hoy, en la primera lectura de la misa (Is 2,1-5), el profeta, que ve la historia desde los ojos de Dios, anuncia la luz y la salvación para todos los pueblos. Jerusalén será como el faro que ilumina a todas las naciones. Un faro situado en una montaña alta, para que todos lo vean desde lejos. Los pueblos se sentirán contentos y estarán dispuestos a seguir los caminos de Dios, la palabra salvadora que brotará de Jerusalén. Tanto judíos como paganos «caminarán a la luz del Señor» y formarán un solo pueblo. EL profeta señala que habrá paz cuando suceda esto. De las espadas se forjarán arados; de las lanzas, podaderas y nadie levantará la espada contra nadie. No habrá guerra. Y esto lo entendemos todos. Así, empezamos el Adviento con anuncios que alimentan nuestra confianza.
El Evangelio de hoy, por su parte, nos presenta un milagro (Mt 8,5-11). Un milagro que en aquel entonces va más allá de las fronteras judías. Jesús cura a un criado de un oficial romano. La acción del Mesías trasciende los límites del pueblo de Israel y ha de llegar a todos los confines de la tierra. Dios quiere salvar a todos, sea cual sea su condición, su procedencia, incluso su estado anímico, su historia personal o comunitaria. En medio del desconcierto general de la sociedad, él quiere venir a orientar a todas las personas de buena voluntad y señalarles los caminos de la verdadera salvación. El faro es ahora la Iglesia, la comunidad de Jesús, si en verdad sabe anunciar al mundo la Buena Noticia de su Evangelio. Sin duda, podemos decir que para reflexionar hoy tenemos textos llenos de esperanza. Con María, esperanza nuestra, caminemos en el Adviento en la espera de la llegada del Señor. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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